Texto y foto:
Juan Carlos Rivera Quintana
Desde una habitación del Hotel Meliá, en Génova,
ubicado en la Vía Corsica y muy cerca del mar y el puerto, un televisor – como tantos
otros millones - está prendido, en la noche invernal de febrero, en uno de los
canales centrales de la RAI, desde donde se transmite - en directo - desde el Teatro Ariston, de
esa localidad ligura, la noche de
premiación del famoso Festival della
canzone italiana o Festival di Sanremo 2015, conducido, en esa ocasión, por
Carlos Conti.
En la pantalla plana del televisor, se asoma Gianna
Nannini, una voz rajada y rasposa pero mágicamente musical, con una manera
indiscutible para decir el rock italiano, que interpreta, la canción que por
estos días la ubica en los primeros lugares de las radios, los canales
televisivos y las ventas discográficas de ese país: Sei nell’ anima o “Estás en
mi alma”.
Vestida de un masculino blanco, la cantante y compositora italiana,
aquella misma que, en 1994, desató un escándalo diplomático entre Italia y
Francia, al colarse en el balcón del Palacio Farnesio, sede de la embajada
francesa, en Roma, e improvisar un concierto en protesta contra la decisión gobierno
galo de reanudar los experimentos nucleares en el atolón de Mururoa, casi grita
desoladamente y corre como una desesperada por todo el escenario diciendo: “Voy punto y aparte así/apagaré las
luces y de aquí desaparecerás/ pocos instantes/Mas allá de esta niebla/más allá
del temporal/ será una noche larga y clara/Se acabará/ pero es la ternura lo
que nos da miedo/Estás en el alma y allí te dejo para siempre/suspenso,
inmóvil, imagen fija/un signo que nunca pasa más./Voy punto y aparte verás/lo
que queda atrás no es todo falso e inútil/Entenderás, dejo pasar los días/entre
certezas y errores, en una calle estrecha, estrecha hasta ti/Cuánta ternura, ya
no nos da miedo/ Estás en mi alma”.
Luego
sabríamos - no sin cierta decepción - que los chicos del trío lírico, Il Volo,
fabricados por una discográfica para vender música de bell canto a la juventud italiana, se llevarían el primer lugar del
certamen, de San Remo, con su pegajosa canción: “Grande amore” y nuestra intérprete preferida del concurso: Malika
Ayane, con su canción pop: “Adesso e qui o (nostálgico presente)” tendría que
conformarse con un tercer lugar y el galardón de la crítica especializada
italiana.
Pero
es que desde Génova se tiende a perdonar todo, incluso las malas decisiones de
los jurados de canciones italianas y hasta el hecho de que la ciudad sea un
destino casi siempre ignorado por los itinerarios turísticos y
no figure en catálogos de viajes, como suele pasar, porque aunque su fama se ha
sustentado a través de los siglos en sus proezas navales y el potencial
comercial, como primer puerto de Italia, es una urbe que impacta ediliciamente,
que descubre una diversidad y un eclecticismo, en sus mansiones señoriales, sus
iglesias, sus pequeñas plazas, fuentes, los olores de sus cocinas, sus caruggi
(callejones serpenteantes y apretadísimos con trazados medievales) y hasta sus
ropas tendidas de casi medio mundo en las altas ventanas de sus viejos
edificios, que pocas metrópolis europeas podrían jactarse de poseer.
Basta tan sólo con adentrarse en su casco antiguo para
darnos cuenta del potencial de Génova. No por azar, artistas de la talla de los
escritores Lord Byron, Shelley,
Dickens, Flaubert, Turner, James, Browning, Dylan Thomas, Proust y pintores de la trayectoria de Boldini, Veronese, Tintoretto, Tiziano
y Carpaccio hicieron parte de su obra desde mansiones genovesas donde se
sintieron muy a gusto. Y la lista de músicos, actores y dramaturgos europeos
sería interminable.
Con una ubicación estratégica en el centro de una gran
bahía y recostada sobre las laderas y crestas de una docena de colinas, Génova
está atravesada por barrancos, colinas e innumerables montañas de gran altura y
posee un territorio municipal de 244 kilómetros cuadrados. A sus pies una
delgada franja costera en el mar de la Liguria teje y desteje – como Penélope
frente al mar – las viejas tradiciones genovesas con la ligera brisa del Mar
Mediterráneo y cada barco que llega o sale de la urbe es un acontecimiento,
como suceso lo es además el ir de venir cansino de las olas marinas contra las
piedras y las fortalezas de la ciudad real y bajo esos muelles a lo largo del
Puerto Antiguo, que gracias a la magia del dibujo del afamado arquitecto Renzo
Piano, se convirtieron en paseos animados, avenidas con palmeras, gran número
de bares, restaurantes y un hábitat suspendida sobre el mar.
La Génova contemporánea “imponente, sólida, casi orgullosa, limpia y bien puesta”, como la
definiera el médico
y neurólogo austriaco, fundador del psicoanálisis, Sigmund
Freud, es hija de la siderurgia, del calafateo - en varadero – de grandes
buques, la construcción de barcos de cualquier calado, la industrialización, la
petroquímica, la mecánica pesada, los enlaces ferroviarios y las grandes
carreteras.
Y por la Riviera de Ligure podríamos escapar a uno de los centros turísticos más selectos y
caros del país, llamado Portofino, con su cala marina de botes de vivos colores
y sus vistas al atardecer, ubicado en el centro de una profunda ensenada, y
otro día recorrer las maravillas de Cinque Terre (Cinco Tierras), ese quinteto
de borgos marineros, situados frente al mar con sus olivos y pinos, hasta hace
poco tiempo inaccesibles por ruta, pero que ahora con las vías férreas y las
sinuosas carreteras con pendientes y fuertes curvas lo colocaron en el gusto de
los turistas. Y nos referimos, sin dudas, a Manarola, Vernazza, Monterosso, Riomaggiore
y Corniglia, que domina el mar desde una altura de vértigo… pueblitos todos con
playas más o menos extensas, farallones y grandes acantilados, orientados a la agricultura
de cítricos, vides, al turismo y, por supuesto, la pesca. Sus atractivos pasan
desde la íntimas playas de guijarros, hasta los paseos costeros como el Vía
dell’ Amore, que ensambla Manarola con Riomaggiore, en sólo 1,6 kilómetros de
vereda, frente a la brisa y el salitre.
Génova y sus
apretados callejones
Y es que en dicha ciudad no se precisan de mapas, ni
brújulas, porque lo adrenalínico e impactante es perderse entre sus callejuelas
y dar de bruces frente a edificios seculares, como el Palazzo Rosso; el Bianco;
el Tursi; el Spinola di Pellicceria y el Reale - en Vía Garibaldi - en pleno
casco antiguo. Muchas de estas mansiones declaradas Patrimonio de la Humanidad,
por la UNESCO, y convertidas en grandes pinacotecas, donde se exhibe
importantes colecciones de arte moderno y contemporáneo o se puede apreciar
pintura del Renacimiento al Barroco genovés.
Otro capítulo aparte sería el puerto y los paseos en
barcos para apreciar la ciudad desde otra perspectiva visual. Es el puerto
abigarrado, lleno de grafitis, multicultural, antiguo y por momentos caótico,
pero siempre interesante. Allí se destaca la célebre Lanterna, antiguo faro que destella en
las noches.
En otro de los días de recorrida, leyendo el diario “La
Stampa” y apurando el clásico vino espumoso italiano, Prosecco, desde una
taberna en el centro, me notificaba por el periódico italiano que dicha
metrópoli es uno de los destinos preferidos por inmigrantes latinos y
africanos. Y ello se empieza a notar en sus calles, en la comunicación
interpersonal y en el patrimonio cultural identitario de sus moradores.
A pesar que Italia, puso en vigor, hace poco tiempo,
una Ley de Inmigración, conocida como Paquete de Seguridad, que contiene las
nuevas normativas para la inmigración y en la que además considera como un
delito penable la inmigración clandestina y exige presentar el permiso de
residencia para poder realizar actos civiles, como casamientos, nacimientos o
decesos, por ejemplo, Génova posee aproximadamente unos 70.000 inmigrantes de
origen latinoamericano, en la actualidad, y se estima que al menos 15.000
mujeres extranjeras viven y trabajan sin tener el permiso de residencia. A esto
se suma, que la ciudad está entre las urbes italianas que tiene la cuota más
elevada de personas ancianas: un genovés cada cuatro supera los sesenta y cinco
años; así como uno de cada veinte supera los ochenta años. Todo ello comienza a
definir un cuadro demográfico cambiante y en construcción, donde se amalgaman colores,
se definen rasgos y se delinean identidades.
Y esa mezcla ya se vislumbra en Puerta Soprana, la otrora
arteria cardinal de acceso a la ciudad; en Piazza De Ferrari, con esa fuente
monumental y circular - ubicada frente al teatro lírico Carlo Felice - que constituye uno de los lugares más
visitados por genoveses y turistas y el Palazzo Ducale, uno de los más
prestigiosos símbolos de la urbe, convertido en sitio de encuentros con sus
cafés y salas de exposiciones y que desde 1339 es sede del gobierno y sitio de
grandes eventos culturales de la cittá, como la reciente muestra de los
pintores mexicanos Frida
Kahlo y Diego Rivera, que generó una gran expectación en tanto allí se
reunieron 120 pinturas, dibujos y fotografías de estos dos grandes artistas
latinoamericanos y hasta los cuadernos
de bocetos y apuntes de Diego Rivera, bajo la curaduría de Helga Prignitz Poda.
Y antes de
abandonar Génova no deberíamos pasar por alto Corso Italia, ese paseo marítimo
frecuentado por familias, turistas y deportistas que hacen ejercicios entre
bares y restos con vistas panorámicas desde las terrazas marinas o recorrer
algunas de las más importantes iglesias de la urbe, como La Catedral de San
Lorenzo, un edificio medieval, con añadidos de naves secundarias y un estilo
romántico, cuya fachada principal, de reminiscencias góticas, se destaca por el
color en cenefas gris y blanco de sus mármoles y sus portales monumentales, adornados
con esculturas de leones y guerreros de piedra marmórea, que datan del siglo
XIII.
Pero el viaje
no estaría completo si no se visita Boccadasse, un pintoresco barrio marinero,
con edificios coloridos, tejedores de redes reales y una pequeña playita de
conchas y piedras, uno de los rincones más poéticos de Génova. Desde sus rocas
y rebordes los botes de pescadores entran y salen en constante faena y en las
tabernas se puede degustar platos típicos de la pesca del día, con apetecibles
vinos blancos y rojos. Allí todo huele a limpio, a mar y a pescado fresco.
Nada, que todo el mundo debiera ver Génova, esa ciudad
vertical coloridísima y hasta estrafalaria por momentos – ubicada en la costa
oeste de Italia - y nombrada con toda justicia la “Perla del Mediterráneo”, la
del Grande amore, aquella que logró
convertirse en una de las cuatro repúblicas marítimas de la península itálica.