Este blog es mi pequeño espacio, mi ínfimo resquicio de libertad, donde intentaré que - como en la isla - todo no quede rodeado de mar y existan pequeños puentes donde recostar la mirada, donde traspasar umbrales y seguir caminando sin óbstaculo alguno.
lunes, 25 de marzo de 2019
jueves, 21 de marzo de 2019
Maneras de "asesinar" por la espalda.
Juan Carlos Rivera
Quintana
“(...) después de la catástrofe/ viene
la vuelta de nuestros muertos/ después de la oscuridad, la luz flamante. /
Salgamos desde el cero/
otra vez, renovados, al infinito”.
Juan José Saer, en: “El culto del cargo”.
Obra del artista peruano, Joselito Sabogal.
El genio de la duda
A mi madre, por su
espera de cuatro años.
Buenos
Aires, 25 de febrero de 2003.
Con la
neblina partirá el poeta
a
lanzar semilla en sitio ajeno
y a
iniciarlo todo.
Ya no tendrá la madre cerca, en su ciudad,
el
rayo de sol, la profecía agorera
de su
bola de cristal.
Una
esquina ruidosa para recostar su calma,
endeblez
de un naipe equivocado.
Con la
primera neblina partirá el poeta
a
tantear el mundo con el genio de una lámpara
y una
pócima milagrera ante la duda
de una
tabla desolada.
Después
no habrá más códigos ni leyes
ni
palabras para calificar todo lo innombrable,
la
imprecisión también puede salvarnos
cuando
la saeta se dispara y el poeta ya no vuelve.
Torpe
destino
Un hombre escruta la huella que no pisa
y echa en el baúl los desacuerdos
textos insolubles que han salido de su boca,
comete perjurio y blasfema de sí mismo
con un extraño temblor de piedra desgastada.
Un hombre enciende luces sabiendo que él
no existe
dilata sus espacios y cambia sus rincones
pues teme morir de aburrimiento
recoge caracolas allí donde los sitios apaciguan
soledades/ tiene en sus ojos dibujado el disfraz
de lo inconcluso/ torpe destino para una impaciencia
que podría asesinarle.
Desconoce que la prisa atrae al infortunio
pero se sabe espalda-arco-feudo.
Este hombre agoniza sin saberlo,
tierna partida para una ascensión
más lenta y angustiosa.
Transgredir espejos no ha sido nunca comodidad,
para su tristeza innata de revólver sin gatillo.
Un hombre se suicida a quemarropa,
juego fatal de los que ya no buscan explicaciones/
si no muy lejos de sus ojos
Bola de Nieve se apuñala las venas
sobre un elefante blanco y grita:
"No puedo ser feliz".
Febrero
inoportuno.
“(...) mi cuerpo en el
barullo repitiendo (...)”
Reinaldo Arenas, en “Voluntad de
vivir manifestándose”.
Febrero se me
fue yendo como se marchan las oportunas noches,
con delirios de
fiebre que se cansan y empapan las sábanas oscuras,
con olor a
alcohol de taberna vieja y dolor de pésame incierto.
Febrero se me
fue desdibujando bajo la tibia e indeleble mirada,
enclaustrado en
una boca llena de lisonjas y pálidas sonrisas,
de timbres
telefónicos-de espejismos dentro del alma.
Así llegué a
febrero con la tristeza de haber partido definitivamente
sintiendo
ahogos en el corazón sin encontrar antídotos ni pócimas salvadoras.
Ahora que a
falta de escuchar silencios
sólo atino a
enterrar mi mano en la mortaja húmeda,
pienso en ese
instante fulmíneo de la danza
despojándome de todo...
de cuerpo y alma.
Febrero se me
convirtió en una llaga que no sana, en el gusano que me roe
por dentro sin
dejarme respirar,
en musiquilla
monocorde y falsa para los tristes reencuentros,
en mapas
errados que no conducen a sitio alguno, en pañuelos blancos en las ventanas,
en ciudad
bombardeada y gente en las veredas con cara de desconcierto,
en partes
meteorológicos inexactos, en feria de artesanos de dudosa utilería.
Así llegué a
febrero, llovizna cabizbaja, almanaque osado
con un 30 inexistente,
penuria-arroz
partido-flanes caseros- malanga con pollo-turbulencias de avión
en una paraje indescifrable.
Febrero se me
fue como se fue mi madre- en la madrugada- con pausas,
pero de prisa.
Buenos Aires, 2-5 de marzo de 2003
Inacción en el establo vacío
Inacción en el establo vacío
“(...) esperando cada
día, cada noche, esa otra luz
que no vigila la persecución de algún objeto”.
que no vigila la persecución de algún objeto”.
Reina María Rodríguez, en “Violet Island”
Me engullo la
codicia y el ruido del agua que dejaron mis padres sobre la mesa/ me trago
hasta la última palabra que no dijeron/ aquel error de cálculo cuando mi madre
ovulaba sin guantes blancos/ ademanes y explosiones de un quinqué que encendió
a destiempo./ Lo masticó todo/ hasta el polvo de mis muertos y el alquitrán en
mis narices./ Ya no tengo tiempo para tanto drama aburrido/ para tanta
aparición inmóvil que me ronda/ Todo se cuece y se hace pensamiento/ náusea que
no cesa/ rebuznar de campana justo a la hora suicida/ sexto piso con balcón
indiferente./ Vuelvo a la esquina a
buscar nuevos brotes y sólo encuentro un sexo improbable/ agujero de establo
vacío/ migas que alguien esparció cuando la liviandad se volvía tedio./ Estoy
desnudo frente a la cruz, cae la piedra y se comienza a cerrar el nudo sobre mi
cuello. /Amanece en la región antigua y todo huele a toalla húmeda/ a pupila
seca/ a oxígeno sucio en un retablo que nunca ha llegado a parecerme ajeno./
Los párpados legañosos intentan limpiar mis suciedades/ comen de mi alimento
con impúdicos gestos de hambre insatisfecho/ me corroen por dentro las
asperezas/ rinden culto a un cuerpo que cambió y acumuló adiposidades para
siempre./ El tiempo es fusilado sin juicios sumarísimos/ es el arte de una
legalidad que clava su aguijón entre las carnes de los vivos./ Lo improbable
vuelve a ser ecuación segura/ anhelo de paraíso cercenado por la vida./
Mientras tanto, yo sigo allí, en la mesa abandonado a la inacción/ al desdén de
la pesada puerta/ simulando tanta delicia que atraviesa mis entrañas/
alimentándome de las
migas dejadas por los otros.
Arca de Noé
“Es cierto: el
derecho a ser héroes se conquista”
Slogan revolucionario
Hemos perdido la tierra desde que comenzó el diluvio,
en esta diminuta arca sólo se escucha el ronquido
de ratas y palomas,
feliz destinos para las aguas feroces
que terminarán inundándolo todo con la procacidad
de buscar un nuevo orden.
Sostuve la centella azul con mis dientes,
pero nunca me fue entregada la llave para llegar
a paraíso firme. Anduve, caí, adopté la risa del pez
con la llama y su eterno crepitar de lentejuelas
circulando muy cerca de las alas del diablo,
sólo que el mar borró, una vez más, mis huellas
sobre la arena.
Gocé de las pesadillas en la oscuridad del foso
imaginando recalar en una ribera sin la memoria
de otra partida.
Alguien torció la cuerda en medio de la tempestad
y algunos corazones frágiles escucharon el tañer
del arpa con sonrisas de vencidos a la deriva.
Nuestra suerte esta escrita: somos un amasijo
de bestias y ángeles con una costumbre enfermiza
para las tristezas y los perdones.
Sólo unos pocos siguen buscando un puerto seguro
donde recostar su espalda o una playa desierta
sin arenas movedizas.
Mientras, yo escribo e imagino bienvenidas
en este río rojizo adonde no llegará el arca
con su angustiosa manía de no alcanzar el horizonte.
Buenos Aires, sin mar. 22- mayo de 2003.
Slogan revolucionario
Hemos perdido la tierra desde que comenzó el diluvio,
en esta diminuta arca sólo se escucha el ronquido
de ratas y palomas,
feliz destinos para las aguas feroces
que terminarán inundándolo todo con la procacidad
de buscar un nuevo orden.
Sostuve la centella azul con mis dientes,
pero nunca me fue entregada la llave para llegar
a paraíso firme. Anduve, caí, adopté la risa del pez
con la llama y su eterno crepitar de lentejuelas
circulando muy cerca de las alas del diablo,
sólo que el mar borró, una vez más, mis huellas
sobre la arena.
Gocé de las pesadillas en la oscuridad del foso
imaginando recalar en una ribera sin la memoria
de otra partida.
Alguien torció la cuerda en medio de la tempestad
y algunos corazones frágiles escucharon el tañer
del arpa con sonrisas de vencidos a la deriva.
Nuestra suerte esta escrita: somos un amasijo
de bestias y ángeles con una costumbre enfermiza
para las tristezas y los perdones.
Sólo unos pocos siguen buscando un puerto seguro
donde recostar su espalda o una playa desierta
sin arenas movedizas.
Mientras, yo escribo e imagino bienvenidas
en este río rojizo adonde no llegará el arca
con su angustiosa manía de no alcanzar el horizonte.
Buenos Aires, sin mar. 22- mayo de 2003.
Cábala
A Dulce María
Loynaz, la mejor de todas.
También
yo quise tener una cábala para inventar enigmas y dormité bajo un vientre con
olor a cenizas y limón maduro. Nadie me esperó a la salida del puerto con un
pañuelito blanco y tampoco escuché la feracidad de un río refrescando la rivera
entre árboles sin luces a punto de fenecer por tantas sombras. Silencios, sólo
silencios acompañaron mi andar de paje sin cortesanas ni bufones en cortes que
sólo existieron para recordarme que nunca fui noble. También yo blandí mi
espada por las causas justas, sólo que mi dardo siempre tuvo la punta mellada y
hasta ciertos cristales azucarados con que dorar la píldora al enemigo. Yo
también tuve una máscara que nunca usé en las noches orgiásticas de abril pues
era más necesario tener guantes blancos para no mancharse las manos con tanta
abulia y un pequeño espejito de lata que recordara orígenes y evitara caídas
sin sobresaltos. Cuándo podrán romperse estas ataduras al borde de la hoguera
sin dejar que cueza sangre en esta olla tiznada, triste remedo de la lumbre que
un viajero posó sobre mi cábala. Ya no descifro enigmas y temo a la leña con
olor a cenizas y limones maduros, aburrido de tanta punta mellada, guantes
blancos y faroles que ya no prenden ni cuando se escucha el pregón matinal. Al
parecer ya no se despierta
nadie.
Oveja fuera
de rebaño
“(...)
honrado será el que no altere la
balanza de pesar las culpas/ y valiente
quien
acepte el castigo/ y ha de crecer
quien
comience a andar después de haber caído”.
Éxodo, Celima Bernal.
Vengo de
desahogar mis rabias
bajo el árbol
de las lamentaciones
con mi
atormentado esqueleto ya sin piel
lacerante y
bordado de magulladuras
a punto de
quebrar el cristal que le
inmuniza de los
cuervos inclementes.
A quién le
regalaré la terquedad de este sollozo
y quién recibirá la última
mirada compasiva
cuando el
tumulto arrastre río abajo
la certidumbre
que me seca.
Los amigos no
imaginarán cuánto recé por ellos,
recostado sobre
el brocal del pozo
donde apenas se
dibuja el fantasma
de alguien que
deseó crucificarme
tramando con alevosía y prepotencia
sus silencios.
De nada servirá
que cadáveres y máscaras
con caras de
Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
torpemente
abandonadas en el recodo de mi espalda,
intenten
convertirme en el ser taciturno que fallece
o que alguien
disfrazado de Dios
asesine su
ternura con gestos de premeditada resurrección.
Lejos, tan
cerca de la agónica palabra que se pudre
sigo
almacenando la alquimia de quienes
saludan y
aplauden la furia de la oveja
fuera del
rebaño, ante las nuevas luces del mundo.
Uno
"(...) engañosamente se presenta
como el confín
de la promesa que
miente con labios de oro".
“Un bamboleo
frenético”, de Virgilio Piñera.
Uno es como un
fantasma que anda los caminos
con la voz
apretada y las sonrisas escondidas
buscando la
verdad como alquimia de
existencia
repleto de
caballos cerreros/
orinando en
cada almendro que relame el mar
con la firme
certeza de encontrar el equilibrio
aunque sólo
camine sobre muelles podridos.
Uno es el frío,
la terrible doblez de la ventisca
que renueva sus
atuendos
en otro cuerpo
maniatado por las interrogantes,
acosado por los
recuerdos de quienes reconstruyen su propia
desmemoria. Uno
es tantas mentiras que no dijo/ tantas verdades
que inventó/
tanto hombre insatisfecho
en una ciudad
equivocada /Uno es tanta presencia
hambre-desvelo-rama-de-árbol-retorcida-corazón-sangrante
cama-triste-noche-áspera-con
olor a desconsuelo ensangrentado.
Uno es tanto
nuestro padre ante el espejo, tanto preservativo mugriento/
tantos
silencios dentro de los ojos/ tanto-oportunismo-enmohecido
enmascarado-a
mansalva-por-las-manos/ tantas traiciones esperando
en las
esquinas. Uno es tantos muros que se caen/
la insoportable
desesperanza de aquellos camalotes arrojados al río.
Cuando pasa el
miedo somos eso, follaje golpeado contra las veredas
verdades como
putas que se derrumban en los casinos.
Uno es tantas
cosas que no tuvo tanto desconsuelo enmascarado
tanta-mirada-tibia.
Espasmódico
baile, bautizado mar
“Pero soy esto,
la mala roca que busca
erupcionar en las entrañas del poema,
parir su libertad, sin nombres,
como un islote escondido entre las olas”.
Abel González Facundo, “La isla de Virgilio”.
La masa de agua fosca y verde me devolvió su resaca
cierta rabia de naufragio justo en medio de la nada,
como un buque fantasma que junta cadáveres
y luego los devuelve a la orilla
para que sean enterrados en el limo putrefacto.
El mar se fue amontonando en mi espalda, en mis costillas/
entre los confines de mis piernas, por tanto peregrinar
amputado a hachazos, a punta de cuchillo/ por tanto camino salobre
y espasmódico entre tablas salvavidas que desaparecen tragadas
por esa porción de líquido difuso al que todos vuelven en rito/
(recordar que sólo el culpable regresa dos veces a la escena del crimen)
para agradecer al silencio que le da fuerzas, que lo alienta a seguir
o perderse entre la multitud de la gran ciudad donde nadie repara en nadie.
En definitiva, ese es el sino de los que rompen sus naves,
partir para retornar a un muelle equivocado/
intentar reconstruir su existencia para terminar siendo ni de aquí ni de allá.
Yo también heredé una gabarra, un pedazo de barcaza
para cambiar el cuadrante difuminado a fuego, pero nunca reparé
en la isla adónde nacía, ni en la inexistencia de un camino de ripio para la estampida donde esconder los infortunios que bucean algún antídoto
erupcionar en las entrañas del poema,
parir su libertad, sin nombres,
como un islote escondido entre las olas”.
Abel González Facundo, “La isla de Virgilio”.
La masa de agua fosca y verde me devolvió su resaca
cierta rabia de naufragio justo en medio de la nada,
como un buque fantasma que junta cadáveres
y luego los devuelve a la orilla
para que sean enterrados en el limo putrefacto.
El mar se fue amontonando en mi espalda, en mis costillas/
entre los confines de mis piernas, por tanto peregrinar
amputado a hachazos, a punta de cuchillo/ por tanto camino salobre
y espasmódico entre tablas salvavidas que desaparecen tragadas
por esa porción de líquido difuso al que todos vuelven en rito/
(recordar que sólo el culpable regresa dos veces a la escena del crimen)
para agradecer al silencio que le da fuerzas, que lo alienta a seguir
o perderse entre la multitud de la gran ciudad donde nadie repara en nadie.
En definitiva, ese es el sino de los que rompen sus naves,
partir para retornar a un muelle equivocado/
intentar reconstruir su existencia para terminar siendo ni de aquí ni de allá.
Yo también heredé una gabarra, un pedazo de barcaza
para cambiar el cuadrante difuminado a fuego, pero nunca reparé
en la isla adónde nacía, ni en la inexistencia de un camino de ripio para la estampida donde esconder los infortunios que bucean algún antídoto
justo cuando
cae la tarde (y todo se inmoviliza).
Entonces salgo a la proa y siento la caricia salobre y obstinada
esa música atávica del ir y venir que todo lo disipa, engulle y corroe/
lanzo mi velamen sobre las cabezas y desato los cabos
para franquear una salida del puerto, observo las bollas y tuerzo el rumbo,
puras veleidades intelectuales de ciudadano que olvidó su lugar
y ahora intenta habitar otros dominios, aunque sólo sea pura ilusión
trasnochada de alguna pesadilla no contada a su psicoanalista.
Escapo, huyo, me sumerjo, pero apenas es una alucinación
como recordar cementerios, epitafios y piedras que nunca puse sobre bóvedas,
antiguas pesadillas para cuando ya no quede ni mar, ni barcaza, ni bollas y el muelle se haya esfumado en la neblina del tiempo.
21 de octubre, sin sextantes ni brújulas.
Entonces salgo a la proa y siento la caricia salobre y obstinada
esa música atávica del ir y venir que todo lo disipa, engulle y corroe/
lanzo mi velamen sobre las cabezas y desato los cabos
para franquear una salida del puerto, observo las bollas y tuerzo el rumbo,
puras veleidades intelectuales de ciudadano que olvidó su lugar
y ahora intenta habitar otros dominios, aunque sólo sea pura ilusión
trasnochada de alguna pesadilla no contada a su psicoanalista.
Escapo, huyo, me sumerjo, pero apenas es una alucinación
como recordar cementerios, epitafios y piedras que nunca puse sobre bóvedas,
antiguas pesadillas para cuando ya no quede ni mar, ni barcaza, ni bollas y el muelle se haya esfumado en la neblina del tiempo.
21 de octubre, sin sextantes ni brújulas.
Interrogantes cosidas a las puertas.
No preguntes quiénes quedan, no preguntes
las calles han resultado dilatadas/ pero vacías…barridas por
una bocanada de aire febril, casi bochornoso,
la poca gente que subsiste mira desangelada y abúlica el calendario
que se desliza como uva seca… las vidas han quedado suspendidas
en el umbral de las puertas y bajo los pocos campanarios en pie.
Cansina las abuelas cosen y descosen los mismos vestidos
que sus nietas ya no quieren llevar a las escasas fiestas
(“hay muy poco que celebrar”, dicen solemnes las viejas).
Muchas paredes de veteranos edificios yacen sostenidas
porque Dios existe y la cultura de la ruina campea ciudad abajo/
buscando alguna viga escondida donde guarecer los miedos
al derrumbe y la mirada de la policía que todo lo observa
impúdicamente, casi con interés malsano, con codicia impropia
para la decencia ciudadana.
No preguntes cuántos escaparon clandestinamente, no escudriñes por
discreción profana, te lo ruego.
se van advirtiendo descomunales vacíos en medio de la tempestad,
entre los fragmentos de reuniones políticas adonde pocos acuden
(pues ya no hay nada que discutir- se perdió el interés
al monólogo vacuo)y hasta los discursos conminando al combate
y los ejercicios militares arrancan grandes carcajadas
en medio del clima suicida que todo lo pinta sepia.
Casas destartaladas por la humedad
carcomen las estadísticas que paralizan el alma
de los organismos de vivienda; el paso de huracanes
mengua los recursos - y posibilidades de salir a flote -.
La ciudad de las carpas progresa, se asienta impiadosamente
al margen de las rutas desde donde se miran los trenes fantasmas
casi exánimes de mercaderías para llenar el tiempo de la gente
que piensa en
lo que pudo ser pero quedó a la vera del camino
por negligencia
y tozudez doctrinal.
No preguntes cuándo lloverá el buen destino, ni lo intentes
por cordura/ todos se acostumbraron a bajar sus cabezas
y ya nadie tiene tiempo para predicciones agoreras bajo el Sol…
ha sido muy dilatada la expectativa
y no hay cambios perceptibles, que limpien el ánimo de parálisis
y fobias que solo conducen al patíbulo sin bonanza, a la expiración.
La gente se remacha a las espaldas el síndrome del exegeta derrotado
y solo acierta a calcular los días en que subastará en el infierno
una pelea que ya sabe adonde conduce y lo ha dejado maltrecho
y sin “escudo donde mirar arder la derrota”.
No preguntes cuándo lloverá el buen destino, ni lo intentes
por cordura/ todos se acostumbraron a bajar sus cabezas
y ya nadie tiene tiempo para predicciones agoreras bajo el Sol…
ha sido muy dilatada la expectativa
y no hay cambios perceptibles, que limpien el ánimo de parálisis
y fobias que solo conducen al patíbulo sin bonanza, a la expiración.
La gente se remacha a las espaldas el síndrome del exegeta derrotado
y solo acierta a calcular los días en que subastará en el infierno
una pelea que ya sabe adonde conduce y lo ha dejado maltrecho
y sin “escudo donde mirar arder la derrota”.
Noche
de Pesaj
"Mi corazón no es una puerta,
sino el recurso de los fusilados,
una pared endeble
y arañada,
si acaso".
“Poema XXXII”, de Juan
Antonio Molina)
En
el marco de la ventana está la copa de vino/
circuncidada
con el mejor licor sangre de Cristo,
allí
yace pese a los socavones de la noche
y la
lluvia de agua bendita que cae de un cuadro crucificado
en el dintel de
la puerta.
En
la esquina de la máscara para sostener nuestros silencios
está
el recipiente con sabor a uvas amargas para el profeta Elías,
que
pasará entre las sombras a beber del contenido y seguir su camino.
A
cambio nos dejará como testimonio de su existencia: la copa vacía,
esa
implacable luz que no consigo apartar de tu plomiza calma.
Tengo
para regalarte en esta Noche de Pesaj un pez que me traje,
para
recordarte siempre mi desdicha por no tener un mar
que apacigüe el aliento.
¿Qué
puedo hacer si me equivoqué de rumbo y siempre sentí hostilidad hacia
los
cuadrantes y los mapas desplegados?
Nunca
supe que en esta vitrina estaba ausente el mar
para
eternizar las palabras.
Tengo
para entregarte estos dos lápices con que escribiré de las peleas
y
las lanzaré al fondo del pozo para sostener los sueños que naufragan
entre
las brasas y el aleteo agónico de las mariposas que socorren la terraza.
Hablo
de un tiempo de raras celebraciones y liturgias de mazapán
que
se escabullen entre los visillos de nuestras borrosas ventanas.
Pero
el reloj transcurre como el silbido
de
un tren que sube una escarpada colina sin dejar rastros/
sólo
la quieta huella devorada
por
los huesos frágiles de estos tontos amantes.
No
quiero que anochezca sin mirarte de frente
pues
siempre cargo con estas valijas
hacia
mi propio encuentro y aún queda abundante vino en tu sabio nombre.
Estoy
moviendo a la deriva mis huesos dentro de un túnel
y la
canción de las cítaras es engañosa.
Sobre
las claras tempestades homicidas temo mucho
que
lo dicho ya lo hayas escuchado en otra historia.
Eres
tan inocentemente torpe que no consigues entender
que
cuando cruzas los brazos sobre tu pecho soy yo el que resucita.
Ala rota
"Soy el pez de la
bahía/ el de las corrientes grises/
el que amanece otra vez bajo
los barcos/ o bordea la
costra de petróleo en el
diario desuso de la vida".
“Apremios”
(1989) Ada Elba Pérez.
Hay un rostro
de ángel arrebatado de equilibrio
harto de la
oquedad de los discursos y las herejías,
develando su
torpeza frente a los espejos,
cerrando
portazos ante algún asomo de ciudad húmeda
perdida en un
pasillo intransitable.
Cansado ha
venido a intentar su último ascenso
su despegue/
antes de estrellarse contra el diente de perro
y la palabra
inválida de cierta ala sujeta a una cabeza,
al borde del
precipicio y la colina.
Hay un rostro
amarillo desde su retrato
hinchado por el
miedo que le cuece la pupila.
Nadie salvará
su caótica plenitud de crisantemo roto
su sediento
vagar por los confines del mundo
tras el polvo
extraviadamente gris
de una
sospechosa despedida.
Sus sueños no
volverán a tener aquella vocación de altura
aquel existir
de cometa blanco de domingo,
frágil memoria
de vuelo roto hasta el cansancio,
angustia de
pájaro acorralado por el rugido del mar.
Después sólo
escucharemos el eco peligroso y la caída,
cierto derrumbe
danzante que no alcanza el equilibrio,
pretexto vacuo
para erigir un monumento de hélices quebradas
en medio del camino.
Buenos Aires, 26 de julio de 2001.
Imperfectamente la nada
“(…) el ojo
lascivo/
socavando la pesada mugre del
tiempo/ enamorando”.
David, de Francisco Morán.
Ni siquiera fantasear
que existe algún deseo/
una metáfora
perdida en cierta esquina opaca.
Ni siquiera
imaginar que haya arrojado su cuerpo
en el camino,
despojado sus ropas, saciado su sed/
en el vino
ácido de un cántaro roto,
donde atan sus
tristezas los bienaventurados de este mundo,
los peregrinos.
Yo conocí a
cierto señor con embarcaciones de poco lastre/
las bendecía
con los reflejos proveniente de algún faro fantasma
en la medianía ignota de una isla
con mala prensa/
las lanzaba al
mar con la furia de Odiseo,
sin pensar en
algún puerto seguro
sólo en un
derrotero ilusorio fuera de sus costas,
en una
escapada a tiempo.
Somos
imperfectamente la nada/
esa luz
irreflexiva que lo cobija todo
sin pensar en
los animales cabizbajos que van al matadero.
Somos
imperfectamente la vigilia/
las escaramuzas
y equívocos de algún pescador
que se pierde
en la inmensidad que lo eterniza.
Somos la nada
imperfecta/
un grano de
arroz tendido al pie de un plato de lentejas rancia
que nadie come/
peces claros
que saltan dentro de la tarralla y el morral
para terminar
sin cabeza, puestos en orden de prioridad
en alguna sartén con
poco aceite.
Somos
imperfectamente el deseo
el impasible
ocio que atraviesa la ventana
para dar luz a
un velador estéril,
donde alguien
lee este tonto poema
imaginando
marineros y putas que invitan a beber
sin aliento en
ciertas tabernas con puerto oscuro de fondo.
Siempre el
instante imperfecto del encuentro/
eternizará el
incurable hedor a tregua en alguna cama al amanecer.
27 junio de 2005.
Buenos Aires, día
húmedo si los hay.
Un lugar en
este mundo.
“(...) en un
lugar arcaico y sin orillas”.
De Juan José Saer, en “El arte de narrar”
Silencio se quiebran los horcones carcomidos
por la humedad
prolifera el musgo verdinegro de la
soñolienta despedida.
Los párpados caen como el telón roto de un
desaparecido
circo de barrio
donde
el león fue muerto en combate y terminó en las fauces
del payaso/
allí donde la explosión hizo añicos los
trapecios de la retina
y cierto olor a muerte se hospedó en el
umbral de nuestra carpa.
El azar, esa desnudez de agua mansa para
saciar nuestras sequedades
busca su resquicio dentro de la casa vacía./
desciende las escaleras
y se pega a la bóveda del techo/ se apaga el
fuego del hogar sin leñas
de
la sala.
La pereza desciende por las paredes despertando a los ruidos
que deslumbran
por su decantada precisión.
Inocentemente se crucifica la tarde / deja su
lugar en el zaguán, donde
el viento bate el tedio de
la aldaba sorda y herrumbrosa.
Después tan
sólo el paraíso/ un estrépito de vidrios rotos/ cabezas
envejecidas en
pasadas primaveras / reuniones que se
prolongan sin
acuerdo alguno/ desarmaderos de autos que ya no van a
sitio alguno.
La luz
atenazada por la limosna de los que no encuentran su lugar
en este
mundo.
¿Cuento de hadas?
“Qué difícil ser humano y estar lejos”.
De Casa vacía,
Odette Alonso.
Yo que no vivo en Escocia/ y no he visitado nunca un
cementerio de hadas/
ni he estado a punto de tener una doncella del verde
color de los bosques/
ni guardo en mis bolsillos la dicha de la eternidad/
y tampoco conozco el
misterio de las conexiones pasionales entre hadas y
hombres/ ofrezco mi
triste ordinariez y mi paciente espera/ para las
sacrosantas noches de incomunicaciones clandestinas./ Yo que no nací en
Escocia/ ni he visitado nunca un cementerio de hadas / extravié mi dulce
paciencia tras el vértigo de tus inseguras alas/ y las pifias de nuestras
inconsecuencias y disculpas no confesadas./ En definitiva, ya muy pocos creen
en las hadas/ y Escocia sigue siendo un punto remoto e invernal/ que las guías
turísticas se empeñan en seguir presentando como el mejor paraíso para los
seres humanos.
Sincronía vital en
cautiverio
Un pequeño pez se me escurre de la boca
Aletea casi vivo y se zafa de nuevo de mi anzuelo
Antes de caer oblicuamente al agua inerte
Que lo volverá a entrenar para que no pique con gula comida extraña,
Maldigo, intento capturar con impaciencia y bromeo con que vuelva a aparecer
Pero no sucede porque preferirá morir de hambre
Aunque – como decía mi madre – el pez por la boca muere.
¿Será que juego a la grulla con las patas mojadas
o sigo metiendo la cabeza en el agua para no ver lo que ocurre?
El paisaje se torna resbaladizo, anómalo y hasta con olor a captura barata,
Pero yo sigo pensando en mi peje que no regresa a danzar entre
El espejo de agua opalina y mis piernas que se resisten a estancarse.
Una rana salta de mi boca y se mantiene callada, muda
Gira y tuerce su camino buscando algo que no halla,
Teme ser devorada en esa ley de la selva en que se han convertido las palabras y los disimulos. Mira de lejos y advierte tarde que un pico
de pájaro la destrozara irremediablemente,
Para continuar esa cadena alimentaria, apodada sincronía vital.
Verdinegra la rana se agita agresiva pensando en su mala suerte
y muere del susto…el pájaro la desecha, pues no está acostumbrado
a comer animales indefensos e inertes. Su pasatiempo está en la lucha,
en ese cierto temblor que provoca el salir a buscar el alimento
cerca de una charca insular que se quedó paralizada en el tiempo
pero donde aún hay animales extraños que pugnan por quedarse
y su instinto de conservación es lo único que los mantiene vivos.
En mis ojos se amotinan un grupo de lagartos en cautiverio
Intentan rectificar un paisaje que se ha tornado gris en demasía
Despiden olores de reptiles en celo que buscan vírgenes árboles
Donde recostar sus largas colas y sus ingenuas cabezas.
Un silencio se apodera del espacio, petrifica los cuerpos
Y mis lagartos caen bocabajo al pretender volar para salir huyendo.
Entre mis piernas ha crecido un flamboyán de vivos colores
Se mece alegre aunque no haya rocío que lo bañe
y pide a gritos su pasaporte de vida: algún nido para sentir el gorjear de los cascarones rotos. Entonces el cielo se contrae y un tornado
lo desclava todo de cuajo. Chorrea un agua compacta con sabor a memoria
y el ciclón embiste con fuerza borrando del mapa el pequeño islote.
Sólo queda en pie una ceiba con un cartel clavado en su tronco
donde puede leerse con muchas faltas gramaticales:
“la conplicidad es una henfermedad que mata como el cilensio”.
Buenos Aires, 8 de noviembre, sin cartillas ni tornados
que depuren.
Aletea casi vivo y se zafa de nuevo de mi anzuelo
Antes de caer oblicuamente al agua inerte
Que lo volverá a entrenar para que no pique con gula comida extraña,
Maldigo, intento capturar con impaciencia y bromeo con que vuelva a aparecer
Pero no sucede porque preferirá morir de hambre
Aunque – como decía mi madre – el pez por la boca muere.
¿Será que juego a la grulla con las patas mojadas
o sigo metiendo la cabeza en el agua para no ver lo que ocurre?
El paisaje se torna resbaladizo, anómalo y hasta con olor a captura barata,
Pero yo sigo pensando en mi peje que no regresa a danzar entre
El espejo de agua opalina y mis piernas que se resisten a estancarse.
Una rana salta de mi boca y se mantiene callada, muda
Gira y tuerce su camino buscando algo que no halla,
Teme ser devorada en esa ley de la selva en que se han convertido las palabras y los disimulos. Mira de lejos y advierte tarde que un pico
de pájaro la destrozara irremediablemente,
Para continuar esa cadena alimentaria, apodada sincronía vital.
Verdinegra la rana se agita agresiva pensando en su mala suerte
y muere del susto…el pájaro la desecha, pues no está acostumbrado
a comer animales indefensos e inertes. Su pasatiempo está en la lucha,
en ese cierto temblor que provoca el salir a buscar el alimento
cerca de una charca insular que se quedó paralizada en el tiempo
pero donde aún hay animales extraños que pugnan por quedarse
y su instinto de conservación es lo único que los mantiene vivos.
En mis ojos se amotinan un grupo de lagartos en cautiverio
Intentan rectificar un paisaje que se ha tornado gris en demasía
Despiden olores de reptiles en celo que buscan vírgenes árboles
Donde recostar sus largas colas y sus ingenuas cabezas.
Un silencio se apodera del espacio, petrifica los cuerpos
Y mis lagartos caen bocabajo al pretender volar para salir huyendo.
Entre mis piernas ha crecido un flamboyán de vivos colores
Se mece alegre aunque no haya rocío que lo bañe
y pide a gritos su pasaporte de vida: algún nido para sentir el gorjear de los cascarones rotos. Entonces el cielo se contrae y un tornado
lo desclava todo de cuajo. Chorrea un agua compacta con sabor a memoria
y el ciclón embiste con fuerza borrando del mapa el pequeño islote.
Sólo queda en pie una ceiba con un cartel clavado en su tronco
donde puede leerse con muchas faltas gramaticales:
“la conplicidad es una henfermedad que mata como el cilensio”.
Buenos Aires, 8 de noviembre, sin cartillas ni tornados
que depuren.
Aguas baldías
“Hay ausencias que son como el olvido/ que empolvan
madrugadas y semillas
que se fueron perdidas a esos mares/ donde nunca podrán ganar la orilla. Hay ausencias que rozan con el alma/ mariposas celosas del espacio, austeras, prisioneras de las flores/ que te ponen su miel para los labios (…)”
que se fueron perdidas a esos mares/ donde nunca podrán ganar la orilla. Hay ausencias que rozan con el alma/ mariposas celosas del espacio, austeras, prisioneras de las flores/ que te ponen su miel para los labios (…)”
“Ausencias”, de Liuba María Hevia.
Tengo una omisión posada entre los ojos, un destierro
Que sale a rondar confusiones, como arpones contra un malecón blanco,
Agua mansa - agua viva - agua fétida y muerta que revuelve
Como una bestia enferma eructando aprensiones y pesadillas
Cual parodia terminal para rematar entre balcones vacíos y fantasmas
próximos a caer ante la mirada ejercitada en la ruina.
¿En qué se ha convertido nuestra ciudad yerma/a-islada?
Afuera sólo se divisan estatuas huecas, almas pétreas
Herrumbre con hedor a orín y paredes fracturadas
Que ya no podrán cimentar jamás aquel delirio de los dioses.
Mis alrededores están enceguecidos por tanto azote-fiebre de la noche
Que alguien bautizó (con poesía sarcástica) macula lunar;
La incorrección nos redime a pesar de las voluntades en pugnas
Y una gran carcajada-algazara-jolgorio se hace presente.
¿Quién muere con la lluvia como una palpitación extraña?
¿Quién echa su canícula que se esparce entre los huesos de la espalda?
¿Quién fatiga los claustros con la insana intención de conquistar un cuerpo vacío? Entre mis brazos y tu vista confusa se ubica un nubarrón turbio, una puerta violada que ha terminado por convertirse en telón enlutado, en líquido fecal que circula calle abajo. Apenas puedo retener tanta podredumbre, mitigar tanto légamo que ya amenaza con salinizar mi corazón/ con paralizarlo de ausencias, con quitarle integridad. ¿Para dónde vamos confundiendo esa frontera?
¿Quién será el héroe que edificará otra imagen que recuerde menos a un naufragio en aquel estrecho de agua baldía, donde nada es permitido.
Buenos Aires, 15 de diciembre 2010.
(Entre canciones que faltan y distancias).
Tengo una omisión posada entre los ojos, un destierro
Que sale a rondar confusiones, como arpones contra un malecón blanco,
Agua mansa - agua viva - agua fétida y muerta que revuelve
Como una bestia enferma eructando aprensiones y pesadillas
Cual parodia terminal para rematar entre balcones vacíos y fantasmas
próximos a caer ante la mirada ejercitada en la ruina.
¿En qué se ha convertido nuestra ciudad yerma/a-islada?
Afuera sólo se divisan estatuas huecas, almas pétreas
Herrumbre con hedor a orín y paredes fracturadas
Que ya no podrán cimentar jamás aquel delirio de los dioses.
Mis alrededores están enceguecidos por tanto azote-fiebre de la noche
Que alguien bautizó (con poesía sarcástica) macula lunar;
La incorrección nos redime a pesar de las voluntades en pugnas
Y una gran carcajada-algazara-jolgorio se hace presente.
¿Quién muere con la lluvia como una palpitación extraña?
¿Quién echa su canícula que se esparce entre los huesos de la espalda?
¿Quién fatiga los claustros con la insana intención de conquistar un cuerpo vacío? Entre mis brazos y tu vista confusa se ubica un nubarrón turbio, una puerta violada que ha terminado por convertirse en telón enlutado, en líquido fecal que circula calle abajo. Apenas puedo retener tanta podredumbre, mitigar tanto légamo que ya amenaza con salinizar mi corazón/ con paralizarlo de ausencias, con quitarle integridad. ¿Para dónde vamos confundiendo esa frontera?
¿Quién será el héroe que edificará otra imagen que recuerde menos a un naufragio en aquel estrecho de agua baldía, donde nada es permitido.
Buenos Aires, 15 de diciembre 2010.
(Entre canciones que faltan y distancias).
SEGUNDO CAPITULO: Itinerarios /Fronteras
“eres aquel que
vuelve
a borrar de la arena la oquedad de su paso;
el miserable héroe que escapó del combate
y apoyado en su escudo mira arder la derrota”
José Emilio Pacheco, “Éxodo”.
a borrar de la arena la oquedad de su paso;
el miserable héroe que escapó del combate
y apoyado en su escudo mira arder la derrota”
José Emilio Pacheco, “Éxodo”.
Errante
borrasca en sitio ajeno.
“(…) el cuerpo
volverá a ser un jubileo, una acción de gracias (…)”
Abilio Estévez, “Manual de las tentaciones”.
Elegir entre un espejo y una puerta
entre un pequeño cristal con azogue y una astilla ligeramente vana,
sortear ese ínfimo resquicio de libertad que sorprende,
sobre todo viniendo de confines geográficos desdibujados,
de archipiélagos en estampida, de tierras que el viento esparce
huracanadamente como aquel eufemismo dicho de consuelo
(ante la primera arruga en el rostro);
preferir cristal o añicos, leña de árbol caído o vanidad narcisista.
Y si por alguna malsana casualidad (que también causalidad)
detestara las alternativas, los concilios ante el vidrio inerte,
empañado del vaho cálido de la ducha o el susto ante lo desconocido
que llega, que se asoma con rostro de duende
o las interrogantes excesivas conducentes a la nada
a la espiral de un destiempo nuevo que se calcina bajo mis zapatos.
Me desvisto frente al cristal y no quiero mirar
los signos que la intemperie almacenó bajo mi abdomen
no deseo advertir mi piel reseca, cuarteada por la falta de líquido y colágeno
mis párpados caídos y cierta carnosidad bajo mis ojerosos fulgores,
las noches de vigilia dejaron sus huellas visibles
ciertas señales de un imposible reverso.
Y pensar que nos pretendíamos Todopoderosos,
en permanente equilibrio, inalcanzables machos cabríos
que desandaban las calles (en irreductible aventura)
y todo aquello era otro acto de magia, otra premonición a destiempo.
un relámpago en sitio equivocado, una borrasca en el horizonte.
Cierro nuevamente la puerta para dar cabida al secreto y escucho
por única vez tu voz acorralada, la falta de aire en tus pulmones
y aquel gesto de: “ya nada me turba, voy camino de la muerte”.
Observo el ventanal del cuarto y veo pasar tu sombra, tu alma en destierro
como una fulgor de quietud, tal vez una nimia reliquia oscura
que vaga errante por aquella casona desmantelada
(sin hipótesis de regreso cierto).
Buenos Aires, 14 octubre/2009, entre el tedio y la sombra.
Abilio Estévez, “Manual de las tentaciones”.
Elegir entre un espejo y una puerta
entre un pequeño cristal con azogue y una astilla ligeramente vana,
sortear ese ínfimo resquicio de libertad que sorprende,
sobre todo viniendo de confines geográficos desdibujados,
de archipiélagos en estampida, de tierras que el viento esparce
huracanadamente como aquel eufemismo dicho de consuelo
(ante la primera arruga en el rostro);
preferir cristal o añicos, leña de árbol caído o vanidad narcisista.
Y si por alguna malsana casualidad (que también causalidad)
detestara las alternativas, los concilios ante el vidrio inerte,
empañado del vaho cálido de la ducha o el susto ante lo desconocido
que llega, que se asoma con rostro de duende
o las interrogantes excesivas conducentes a la nada
a la espiral de un destiempo nuevo que se calcina bajo mis zapatos.
Me desvisto frente al cristal y no quiero mirar
los signos que la intemperie almacenó bajo mi abdomen
no deseo advertir mi piel reseca, cuarteada por la falta de líquido y colágeno
mis párpados caídos y cierta carnosidad bajo mis ojerosos fulgores,
las noches de vigilia dejaron sus huellas visibles
ciertas señales de un imposible reverso.
Y pensar que nos pretendíamos Todopoderosos,
en permanente equilibrio, inalcanzables machos cabríos
que desandaban las calles (en irreductible aventura)
y todo aquello era otro acto de magia, otra premonición a destiempo.
un relámpago en sitio equivocado, una borrasca en el horizonte.
Cierro nuevamente la puerta para dar cabida al secreto y escucho
por única vez tu voz acorralada, la falta de aire en tus pulmones
y aquel gesto de: “ya nada me turba, voy camino de la muerte”.
Observo el ventanal del cuarto y veo pasar tu sombra, tu alma en destierro
como una fulgor de quietud, tal vez una nimia reliquia oscura
que vaga errante por aquella casona desmantelada
(sin hipótesis de regreso cierto).
Buenos Aires, 14 octubre/2009, entre el tedio y la sombra.
Oraciones
en el pabilo de la vela
“Cuántas veces
has tenido que beberte las lágrimas de hiel
de no ser puro como un ángel”. (*)
*Cintio Vitier (1921-2009), en “Examen del maniqueo”.
Lo queríamos todo hasta la “carne de los dioses” (*)
y nos contentábamos con vivir entre relámpagos y peces
frente a aquella bahía turbia que parecía regurgitar sus tumores
y sus procacidades abruptamente, sin darnos tiempo al respiro
hondo, a la salvación redentora, a la salida a la superficie.
Jugábamos a inhalar todo el aire salino del maderamen/
mascarón de proa-isla a la deriva sin cuadrante ni destino fijo.
En constante crepúsculo intentábamos llenar las alicaídas alforjas
para la hora de la cena, sólo que la familia habitaba varios archipiélagos
y el cónclave no era permitido por razones de distancias,
de fuerza mayor, de salvoconductos que nunca aparecían
ni en las horas luctuosas.
Tampoco teníamos mucho que llevar al exánime paladar, que
extrañaba los dulces caseros y los asados de la abuela,
pero eran otros plazos y nada se podía hacer más
que engatusar la panza, tener paciencia y rezar.
En la cocina se escondían los menguados víveres
para la hora de las tempestades e ingeríamos a cuentagotas
pequeñas raciones de guerra que alcanzábamos a comprar
en el disciplinado mercado, con dinero proveniente de la vituperada
y salvadora diáspora familiar.
Las comunicaciones resultaban tan caras que apenas podíamos
con esa sensación de orfandad de la que intentábamos
sobreponernos (estérilmente), entonces éramos sacudidos
del letargo por los dioses con sus carcajadas heréticas/
sus palabras de amargo dulzor y algún que otro cadáver exquisito
(ahogado en una mazmorra de clausura).
Las letanías de palabras desde algún periódico intentaban
sentar dogmas cuando la salvación no estaba en exhibirse
por el mundo con la desvergüenza de quien tiene poder testamentario
y pondera su suerte en ese ejercicio del afuera, de simular ser Dios.
De noche las fuerzas del mal jugaban a desatar adversidades/
a alejar los números de la suerte entre alcohólicos de zaguán
y muchachas que exhibían sus labios rojos como un carnal instrumento
de fajina y ponían anuncios calientes en páginas web
con el deseo de encontrar algún aristócrata sin escudo familiar,
pero con pasaporte europeo que las rescatara del tedio y la inanición.
Un mal augurio lo histerectomizaba todo
y nuestros hijos tatuaban en sus piernas
aquella bandera de tres colores que ya enrumbaba esquiva
al fondo del mar…pero había que respirar,
aunque más no fuera un bocanada/ escapar de aquella rutina-amorfa
y sólo quedaba la ficción, seguir diciendo torpemente:
“¡Seremos como el Che!” o “¡Patria o Muerte!”, con el desconsolado y engañoso:“¡Venceremos!”, sabiendo que el territorio
de la luz estaba en eclipse creciente y condenado
– ya nadie lo dudaba - a la colectomía por tozudez senil.
En la noche arder como signo perpetuo de cualquier hoguera
nos llenaba de pájaros las cabeza y rescatábamos la fe en el silencio/
entonces creíamos que aún era posible la esperanza en el pabilo de la vela pero nuevamente el vendaval mudaba sus halos
batía con furia sobre la llama y la luz vaticinaba otra nueva ausencia.
En esa desazón cielo abajo se nos iban los enojos, tantas treguas,
tantas oraciones, se extraviaban las respuestas y los límites buscaban
sus resguardos en otra habitación con espantos de sombras.
Buenos Aires, 3 de octubre, sin estampita alguna.
de no ser puro como un ángel”. (*)
*Cintio Vitier (1921-2009), en “Examen del maniqueo”.
Lo queríamos todo hasta la “carne de los dioses” (*)
y nos contentábamos con vivir entre relámpagos y peces
frente a aquella bahía turbia que parecía regurgitar sus tumores
y sus procacidades abruptamente, sin darnos tiempo al respiro
hondo, a la salvación redentora, a la salida a la superficie.
Jugábamos a inhalar todo el aire salino del maderamen/
mascarón de proa-isla a la deriva sin cuadrante ni destino fijo.
En constante crepúsculo intentábamos llenar las alicaídas alforjas
para la hora de la cena, sólo que la familia habitaba varios archipiélagos
y el cónclave no era permitido por razones de distancias,
de fuerza mayor, de salvoconductos que nunca aparecían
ni en las horas luctuosas.
Tampoco teníamos mucho que llevar al exánime paladar, que
extrañaba los dulces caseros y los asados de la abuela,
pero eran otros plazos y nada se podía hacer más
que engatusar la panza, tener paciencia y rezar.
En la cocina se escondían los menguados víveres
para la hora de las tempestades e ingeríamos a cuentagotas
pequeñas raciones de guerra que alcanzábamos a comprar
en el disciplinado mercado, con dinero proveniente de la vituperada
y salvadora diáspora familiar.
Las comunicaciones resultaban tan caras que apenas podíamos
con esa sensación de orfandad de la que intentábamos
sobreponernos (estérilmente), entonces éramos sacudidos
del letargo por los dioses con sus carcajadas heréticas/
sus palabras de amargo dulzor y algún que otro cadáver exquisito
(ahogado en una mazmorra de clausura).
Las letanías de palabras desde algún periódico intentaban
sentar dogmas cuando la salvación no estaba en exhibirse
por el mundo con la desvergüenza de quien tiene poder testamentario
y pondera su suerte en ese ejercicio del afuera, de simular ser Dios.
De noche las fuerzas del mal jugaban a desatar adversidades/
a alejar los números de la suerte entre alcohólicos de zaguán
y muchachas que exhibían sus labios rojos como un carnal instrumento
de fajina y ponían anuncios calientes en páginas web
con el deseo de encontrar algún aristócrata sin escudo familiar,
pero con pasaporte europeo que las rescatara del tedio y la inanición.
Un mal augurio lo histerectomizaba todo
y nuestros hijos tatuaban en sus piernas
aquella bandera de tres colores que ya enrumbaba esquiva
al fondo del mar…pero había que respirar,
aunque más no fuera un bocanada/ escapar de aquella rutina-amorfa
y sólo quedaba la ficción, seguir diciendo torpemente:
“¡Seremos como el Che!” o “¡Patria o Muerte!”, con el desconsolado y engañoso:“¡Venceremos!”, sabiendo que el territorio
de la luz estaba en eclipse creciente y condenado
– ya nadie lo dudaba - a la colectomía por tozudez senil.
En la noche arder como signo perpetuo de cualquier hoguera
nos llenaba de pájaros las cabeza y rescatábamos la fe en el silencio/
entonces creíamos que aún era posible la esperanza en el pabilo de la vela pero nuevamente el vendaval mudaba sus halos
batía con furia sobre la llama y la luz vaticinaba otra nueva ausencia.
En esa desazón cielo abajo se nos iban los enojos, tantas treguas,
tantas oraciones, se extraviaban las respuestas y los límites buscaban
sus resguardos en otra habitación con espantos de sombras.
Buenos Aires, 3 de octubre, sin estampita alguna.
Retrato
de voyeur con almendra madura
He sentido los
pasos del éxodo entre las huellas de otras manos,
- parecidas a las mías-
agazapadas bajo el cono de sombra, intranquilas por las turbulencias del avión
cuando todavía buscaba una razón, un ligero consuelo a tanta partida,
a tanta casa vacía, archivos resignados y documentos acuñados inexpresivamente. He llorado de frío dentro del lecho escarchado de aquel hotel donde una nevasca no alcanzaba a apagar la vela tótem
- parecidas a las mías-
agazapadas bajo el cono de sombra, intranquilas por las turbulencias del avión
cuando todavía buscaba una razón, un ligero consuelo a tanta partida,
a tanta casa vacía, archivos resignados y documentos acuñados inexpresivamente. He llorado de frío dentro del lecho escarchado de aquel hotel donde una nevasca no alcanzaba a apagar la vela tótem
(semi-caliente y quieta),
que desparramaba su esperma mortecino, como esa luz del farol que se derrapa hoy intermitentemente desde la calle sobre mi cuarto / alucino con un sudor naufrago entre enanos de Liguria que no llegan a acomodar un nuevo rincón. Emerjo en cada madrugada cuando los pies me pesan como cemento seco/ la oscuridad a sorbo se disipa sobre la cama y la alfombra… entonces sólo alcanzo a avistar aquella aguja herrumbrosa con que mi madre cosía mis medias rotas de tanto andar en el patio del limonero macerando azahares. Ah, Dios mío, si tan sólo pudiera voltear el almanaque treinta años con mi máquina del tiempo y volverme a asomar inexpresivo y sigiloso a la ventana para contemplar la cotidiana escena del viejo Buick verde loro saliendo del garaje y mi perra Katiuska tranquila con cara de nunca me abandonen esperando saltar al asiento trasero, camino de la finca en Candelaria. Ahora subsiste una sospecha única, que se debate entre otros rostros familiares, un son del hechicero que escucho a fuego en las noches repetidas, atávico gesto que denuncia cierta certeza fútil como el agua, el fuego o el color de aquellos ojos de mi madre sin idea de tiempo. Vuelvo a rebuscar su contorno clandestino, aquella sonrisa, aquel tedio de voces, cierto discurso germinado y únicamente encuentro palabras repetidas y una gota de lluvia que no alcanza a empañar ya ni mis pupilas cansadas. Un murmullo de hojas resecas, con olor de mango dulzón podrido me seguirá persiguiendo, junto al amargor en la boca de la almendra madura que manchaba mis dientes. El camino ha sido revelado: errático, de inconfundible sello mortecino como el eco de adioses que siguen repitiendo mis oídos y aquella imagen de cal y bruma contra la verja que me acompañará de abrigo cuando ya no queden ni trazas ni penas para contemplar y almacenar como extraña idea de tiempo peregrino.
Buenos Aires, regreso de frío polar, 28 septiembre 2009.
que desparramaba su esperma mortecino, como esa luz del farol que se derrapa hoy intermitentemente desde la calle sobre mi cuarto / alucino con un sudor naufrago entre enanos de Liguria que no llegan a acomodar un nuevo rincón. Emerjo en cada madrugada cuando los pies me pesan como cemento seco/ la oscuridad a sorbo se disipa sobre la cama y la alfombra… entonces sólo alcanzo a avistar aquella aguja herrumbrosa con que mi madre cosía mis medias rotas de tanto andar en el patio del limonero macerando azahares. Ah, Dios mío, si tan sólo pudiera voltear el almanaque treinta años con mi máquina del tiempo y volverme a asomar inexpresivo y sigiloso a la ventana para contemplar la cotidiana escena del viejo Buick verde loro saliendo del garaje y mi perra Katiuska tranquila con cara de nunca me abandonen esperando saltar al asiento trasero, camino de la finca en Candelaria. Ahora subsiste una sospecha única, que se debate entre otros rostros familiares, un son del hechicero que escucho a fuego en las noches repetidas, atávico gesto que denuncia cierta certeza fútil como el agua, el fuego o el color de aquellos ojos de mi madre sin idea de tiempo. Vuelvo a rebuscar su contorno clandestino, aquella sonrisa, aquel tedio de voces, cierto discurso germinado y únicamente encuentro palabras repetidas y una gota de lluvia que no alcanza a empañar ya ni mis pupilas cansadas. Un murmullo de hojas resecas, con olor de mango dulzón podrido me seguirá persiguiendo, junto al amargor en la boca de la almendra madura que manchaba mis dientes. El camino ha sido revelado: errático, de inconfundible sello mortecino como el eco de adioses que siguen repitiendo mis oídos y aquella imagen de cal y bruma contra la verja que me acompañará de abrigo cuando ya no queden ni trazas ni penas para contemplar y almacenar como extraña idea de tiempo peregrino.
Buenos Aires, regreso de frío polar, 28 septiembre 2009.
Intento a medio camino
Desdibujada la mano se deja
posar sobre la ingle,
ese espacio de la rutina que
alguien deja entrever con lascivia
hurga, escarba, se adentra, remueve, excava
terminando humedecida y pestilente,
pero henchida de gozo, como la primera vez.
Quiere negociar esa leve fricción interna/ casi dolorida
el goce pecaminoso, la oquedad perpetua
la intromisión vulgar hasta donde pueda llegar,
y el desolado poeta ausculta-curiosea-degusta-olfatea
para después sentarse a llenar- tantas veces lo ha hecho-
de vaguedades y caligramas
el pequeño papel-pantalla-cono de luz,
que luego permanecerá amortajado
sin ilusión en algún melancólico archivo
cripta anónima, pasadizo ignoto... el primer descenso a los infiernos
hasta llegar a la morada final: la papelera de reciclaje de la PC.
pero como los otros también tendrá su cuarto de hora.
¿Qué lo inquieta tanto y le saca los gestos más tímidos
las desazones adolescentes que sus 49 años habían olvidado?
Parodia y explora mientras busca las palabras que se travisten
en rito oscuro, en cierta mudez que aprendió a temer y
maldijo tantas veces cuando las voces quedaban atragantadas/ desnaturalizadas/ sin consuelo ni talento
en el socavón de la lengua, en la campanilla pétrea o el cielo de la boca
entre el pus de las amígdalas con deseos de exorcizar figuras
allí donde sólo asomaban la simulación, el retozo y la acechanza.
Pero, una vez más, el intento de poema avanza,
se detiene en el vértice
entre una almohadón con funda de lino blanco
y cuadros desnudos en la pared que ya nadie percibe.
Entonces la rima se quiebra, consigue acercarse a la
originalidad mundana, sin plagiar a nadie, sin lecturas clásicas
y vuelve a resucitar, calza nuevos ritmos,
se sacude, excita y aúlla como colegiala virgen antes de
desfallecer irremediablemente, convertida en parodia vernácula,
(como la vida-existencia misma),
justo en el segundo en que casi conseguía llegar a la frontera
a esa perfección lacerante que sólo alcanza una mano sin diálogo,
que se adentra furiosa más allá de donde debiera.
Buenos Aires, 21 de agosto 09, semana sin refugio alguno.
Agudos
bemoles en tiempos de pachanga
“Di la verdad.
/ Di, al menos, tu verdad.
Y después/ deja que cualquier cosa ocurra”.
De Heberto Padilla, en “Poética”.
Mi hijo abre de un tirón la puerta de mi cuarto
Y se asoma al cerrado espacio,
A aquel resquicio de penumbra con vaho húmedo
Donde intento dilatar mis pupilas hastiadas
Y recuperar algunas presencias disolutas
(Entre las fotos de los fantasmas familiares de mi pared),
Y algún ramito de cedrón, que interpreta Lidia Borda,
Para ejercitar el oído entre aflicciones y añoranzas.
Dice que son reminiscencias de la vejez
Y se ríe alto, con toda la reciedumbre de sus briosos pulmones.
Mi hijo pone cara de no entender nada
Y se lanza a la calle sin temor
Feliz de la libertad que consigue día a día,
De sus rumbas nocturnas, de sus toques de santos
Entre caderas sudadas y muchachas de falda corta.
Sale con su Idde en la mano derecha
Y sus collares de Orula,
Queriendo conocer ya los destinos de todas las cosas
Preparándose para la próxima rogación de cabeza
Que le hará su Olowo,
Como si con ello fuera a recuperar el discernimiento
La calma, la concentración de la poca edad…sus intuiciones,
Y el juicio extraviado en algún libro de texto que nunca abrió
(Ni por equívoco).
Suelto, ligero de ropas en pleno invierno, con su trompeta
En agudos bemoles de pachanga
Con esa levedad perfecta de los veinte años,
Y cierta despreocupación por el azar, queriendo
Imitar a Louis Armstrong y tener fortuna rápida.
Mi hijo descree de los límites, desdibuja muros
A su alrededor todo se difumina en aventuras
Nocturnas, música en clubes porteños y escaramuzas dulces,
Con café incluido en las mañanas y camas sin hacer…
Mi hijo me dice que no ponga la alarma de movimiento
Que llegará tarde nuevamente porque grabará algún disco
De reggaeton en cierto estudio de música
Y se lleva una botella de ron porque hay que contentar a los santos,
Esgrime con desvergüenza de colegial sorprendido in fraganti.
Transpiro, exudo mucho miedo y me tumbo a dormir la vejez
Con el teléfono celular cerca, sin tierra ni arena firme para asirme
Con temblores en mi pecho y el pelo más cano.
Mi hijo no pierde tiempo… desbloquea constantemente barricadas,
Los toques de queda no decretados formalmente, sortea inseguridades,
Semáforos y esquinas en guerra, como si le fuera la existencia en
Cada escapada… “porque luego, cuando sea como vos será tarde”.
Mi hijo todas las mañanas recomienza, se ducha y se mira al espejo
Para comprobar que sigue saliendo vencedor
(De su clandestina y necesaria lucha de clases).
7 agosto/09, poema de vigilia con mi hijo por llegar.
Y después/ deja que cualquier cosa ocurra”.
De Heberto Padilla, en “Poética”.
Mi hijo abre de un tirón la puerta de mi cuarto
Y se asoma al cerrado espacio,
A aquel resquicio de penumbra con vaho húmedo
Donde intento dilatar mis pupilas hastiadas
Y recuperar algunas presencias disolutas
(Entre las fotos de los fantasmas familiares de mi pared),
Y algún ramito de cedrón, que interpreta Lidia Borda,
Para ejercitar el oído entre aflicciones y añoranzas.
Dice que son reminiscencias de la vejez
Y se ríe alto, con toda la reciedumbre de sus briosos pulmones.
Mi hijo pone cara de no entender nada
Y se lanza a la calle sin temor
Feliz de la libertad que consigue día a día,
De sus rumbas nocturnas, de sus toques de santos
Entre caderas sudadas y muchachas de falda corta.
Sale con su Idde en la mano derecha
Y sus collares de Orula,
Queriendo conocer ya los destinos de todas las cosas
Preparándose para la próxima rogación de cabeza
Que le hará su Olowo,
Como si con ello fuera a recuperar el discernimiento
La calma, la concentración de la poca edad…sus intuiciones,
Y el juicio extraviado en algún libro de texto que nunca abrió
(Ni por equívoco).
Suelto, ligero de ropas en pleno invierno, con su trompeta
En agudos bemoles de pachanga
Con esa levedad perfecta de los veinte años,
Y cierta despreocupación por el azar, queriendo
Imitar a Louis Armstrong y tener fortuna rápida.
Mi hijo descree de los límites, desdibuja muros
A su alrededor todo se difumina en aventuras
Nocturnas, música en clubes porteños y escaramuzas dulces,
Con café incluido en las mañanas y camas sin hacer…
Mi hijo me dice que no ponga la alarma de movimiento
Que llegará tarde nuevamente porque grabará algún disco
De reggaeton en cierto estudio de música
Y se lleva una botella de ron porque hay que contentar a los santos,
Esgrime con desvergüenza de colegial sorprendido in fraganti.
Transpiro, exudo mucho miedo y me tumbo a dormir la vejez
Con el teléfono celular cerca, sin tierra ni arena firme para asirme
Con temblores en mi pecho y el pelo más cano.
Mi hijo no pierde tiempo… desbloquea constantemente barricadas,
Los toques de queda no decretados formalmente, sortea inseguridades,
Semáforos y esquinas en guerra, como si le fuera la existencia en
Cada escapada… “porque luego, cuando sea como vos será tarde”.
Mi hijo todas las mañanas recomienza, se ducha y se mira al espejo
Para comprobar que sigue saliendo vencedor
(De su clandestina y necesaria lucha de clases).
7 agosto/09, poema de vigilia con mi hijo por llegar.
Peaje
para "difuminar" isla
“Más no hagas
con prisas tu camino/ mejor será que
dure muchos años,/ que llegues, ya viejo, a la pequeña aldea”
“Itaca”, de Konstantínos Kavafis,
Ellos golpean la puerta, la tiran abajo inclementemente
las ráfagas huracanadas se cuelan por dentro de la casa paterna
(y lo tumban todo a su paso sin pedir permiso)
se despedazan los altares y los santos desnudos y tibios
caen sin quebrarse/ rodeados de un vaho a aguardiente/
a caña de azúcar, a hojas quemadas de tabaco, a palo de monte
observo cómo los funcionarios miran con recelo el álbum de la infancia,
los pocos juguetes que mi madre alcanzaba a comprar los días de reyes/
las pocas cartas que llegaban de mis tíos en el Norte,
los sellos de correos usados que yo coleccionaba para sentirme extranjero;
despedazan mi pasaporte (siempre lo hacen, es un método)
terminan por lanzarlo a los tiburones,
“pequeños privilegios” de vivir rodeado de mar
de acertijos que ya nadie intenta descifrar /de canciones revolucionarias
que conminan al combate, cuando la guerra siempre está anunciada
y los enemigos siempre pueden llegar, pero nunca se personan y sólo
mandan a sus emisarios.
¿Será que olvidé pagar mi cuota de peaje patrio y estoy en mora?
Mi encerrona insular siempre funciona
para aquellos casos en que la libertad se convierte
en un viaje-escapatoria/ salida de emergencia,
en un permiso de salida, oración dicha de rodillas
(antes de la partida)
mirando aquellos ojos de madre desde la reja de casa, esa clarividencia
que recrimina pero termina perdonando cuando ya poco se puede hacer
....más que huir o cerrar los ojos para siempre.
Afuera alguien grita el Himno Nacional y recita poemas de José Martí
pero yo sigo sin prestar atención/ los cánticos de alabanza me hartaron/
siempre recelé de las voces altisonantes y afinadas
imprudentemente monocordes.
Entonces empiezo a enterrar lo poco que me queda, lo superfluo que me rodea
la mordacidad de los mensajes que escucho en mi contestador
los dobles discursos, que cada día se me atragantan más en el gaznate.
Adentro, rebano a cuchillo mi carne, la macero con vinagre y sal
y escucho un viejo bolero-antídoto que “me salve la vida y me cierre la herida”,
(si es que pudiera hacerlo... como si fuera tan fácil)
adónde me refugiaré esta vez si ya no tengo tiempo para otra estampida,
mis padres partieron y quedé exhausto,
(demasiada Padrenuestro-vano sin conseguir los tres deseos)/
Ante la casa sólo queda la polvareda de tierra roja
el hollín-estropicio que ciega, la muerte
y aquella foto familiar en el living que ya nadie recordará.
Efigie esperanza---tatuaje pegado a las retinas descoloridas
diferendo que no cesa---atavismos centenarios que perduran...
islote difuso que navega a la deriva con temor al naufragio
sabiendo que es el naufragio lo único que existe más allá de sus costas.
Aún mi perro ladra con ira e intenta huir como todos (todos se fueron ya)
pero no me quita los ojos de encima/
otra ausencia fingida me volverá a llevar al lugar del comienzo/
aquella casita-islote en La Lisa que yace dormida a la intemperie,
cerca de un yate remoto que mi padre agujereó
y dejó podrir en el mar para que no se lo quitaran
con un rotulo en su proa que decía: Iraida, fantasma que
ahora volverá a escapar para seguir llegando al sitio equivocado
-sin que nada quede –.
20 abril, 2009; Buenos Aires-desde el ático.
dure muchos años,/ que llegues, ya viejo, a la pequeña aldea”
“Itaca”, de Konstantínos Kavafis,
Ellos golpean la puerta, la tiran abajo inclementemente
las ráfagas huracanadas se cuelan por dentro de la casa paterna
(y lo tumban todo a su paso sin pedir permiso)
se despedazan los altares y los santos desnudos y tibios
caen sin quebrarse/ rodeados de un vaho a aguardiente/
a caña de azúcar, a hojas quemadas de tabaco, a palo de monte
observo cómo los funcionarios miran con recelo el álbum de la infancia,
los pocos juguetes que mi madre alcanzaba a comprar los días de reyes/
las pocas cartas que llegaban de mis tíos en el Norte,
los sellos de correos usados que yo coleccionaba para sentirme extranjero;
despedazan mi pasaporte (siempre lo hacen, es un método)
terminan por lanzarlo a los tiburones,
“pequeños privilegios” de vivir rodeado de mar
de acertijos que ya nadie intenta descifrar /de canciones revolucionarias
que conminan al combate, cuando la guerra siempre está anunciada
y los enemigos siempre pueden llegar, pero nunca se personan y sólo
mandan a sus emisarios.
¿Será que olvidé pagar mi cuota de peaje patrio y estoy en mora?
Mi encerrona insular siempre funciona
para aquellos casos en que la libertad se convierte
en un viaje-escapatoria/ salida de emergencia,
en un permiso de salida, oración dicha de rodillas
(antes de la partida)
mirando aquellos ojos de madre desde la reja de casa, esa clarividencia
que recrimina pero termina perdonando cuando ya poco se puede hacer
....más que huir o cerrar los ojos para siempre.
Afuera alguien grita el Himno Nacional y recita poemas de José Martí
pero yo sigo sin prestar atención/ los cánticos de alabanza me hartaron/
siempre recelé de las voces altisonantes y afinadas
imprudentemente monocordes.
Entonces empiezo a enterrar lo poco que me queda, lo superfluo que me rodea
la mordacidad de los mensajes que escucho en mi contestador
los dobles discursos, que cada día se me atragantan más en el gaznate.
Adentro, rebano a cuchillo mi carne, la macero con vinagre y sal
y escucho un viejo bolero-antídoto que “me salve la vida y me cierre la herida”,
(si es que pudiera hacerlo... como si fuera tan fácil)
adónde me refugiaré esta vez si ya no tengo tiempo para otra estampida,
mis padres partieron y quedé exhausto,
(demasiada Padrenuestro-vano sin conseguir los tres deseos)/
Ante la casa sólo queda la polvareda de tierra roja
el hollín-estropicio que ciega, la muerte
y aquella foto familiar en el living que ya nadie recordará.
Efigie esperanza---tatuaje pegado a las retinas descoloridas
diferendo que no cesa---atavismos centenarios que perduran...
islote difuso que navega a la deriva con temor al naufragio
sabiendo que es el naufragio lo único que existe más allá de sus costas.
Aún mi perro ladra con ira e intenta huir como todos (todos se fueron ya)
pero no me quita los ojos de encima/
otra ausencia fingida me volverá a llevar al lugar del comienzo/
aquella casita-islote en La Lisa que yace dormida a la intemperie,
cerca de un yate remoto que mi padre agujereó
y dejó podrir en el mar para que no se lo quitaran
con un rotulo en su proa que decía: Iraida, fantasma que
ahora volverá a escapar para seguir llegando al sitio equivocado
-sin que nada quede –.
20 abril, 2009; Buenos Aires-desde el ático.
Polvo
de tiza
“Estoy entre el
Ser y la Nada,
estoy entre el veneno y mis antepasados.
Nada tengo que declarar, excepto mi Muerte”.
Virgilio Piñera, “Muerte del príncipe Fuminaro Koyone”.
Manchado de orín por la estampida de un relámpago
con cierto tufo de geriátrico, de pañal descartable, mal oliente,
caigo sobre el colchón del camastro inexpresivamente perturbado,
con cara de espíritu condenado al silencio, en shock
(vaciado de contenido, mutilado por viejas mordazas)
sacrificado por aquella sentencia de que los varones no lloran).
Desguarnecido rompo las tijeras con que me circuncidaron/
frente al espejo del patio donde padre se afeitaba/
me ahogo en la taza larga de café que mi madre preparaba
(a la hora de la escuela)
cuando no había leche de vaca y el polvo de la tiza del pizarrón
se confundía con el mítico alimento infantil/
era otra de las tantas simulaciones a que estaba sometido
pues ya tenía más de siete años y la leche había sido vetada
por la cartilla de racionamiento/ realidades tropicales de una revolución
que sólo parecía tener sentido dentro de mis pueriles tripas.
Araño la pared de mis asmáticos pulmones como dejando mensajes
por si no llegara a cumplir los quince años… entonces tenía mucho
para decir pero me habían cercenado las amígdalas con un bisturí que mi abuelo torcedor de tabaco, con entrenamiento médico, tenía guardado dentro de una caja de alcanfor/ eran aquellos sus primeros auxilios
entre el Ser y la Nada.
Afuera (sin remedios), mi maestro de esgrima se precipita
vertiginosamente al espacio con un alarido de terror,
el avión en que viajaba explota en pleno vuelo
y sólo recuperamos la mano donde blandía el estilete
para seguir dando la estocada final….,
sus medallas yacen aún en el fondo del mar destemplado.
Le lloré cinco noches seguidas y al sexto día decidí practicar atletismo
para aprender a escapar cuando las situaciones se pusieran peligrosas,
(desde entonces mantengo una fobia incurable hacia los aviones).
Expectoro un sinfín de palabras que se me atragantan en las madrugadas
y las escupo como una jerigonza sagrada/ con verbo de acción no dicho,
un pólipo sin estadificación benigna
me crece por dentro entre el paladar y la campanilla/
se oscurece un lunar-melanoma fenotípicamente indiferente en mi espalda
pero sigo guardando la compostura sana, como me enseñó mi madre.
En la cabecera de la mesa de comedor un tío solterón
se suena la nariz en tiempos de Gripe A y busca en la guía
estoy entre el veneno y mis antepasados.
Nada tengo que declarar, excepto mi Muerte”.
Virgilio Piñera, “Muerte del príncipe Fuminaro Koyone”.
Manchado de orín por la estampida de un relámpago
con cierto tufo de geriátrico, de pañal descartable, mal oliente,
caigo sobre el colchón del camastro inexpresivamente perturbado,
con cara de espíritu condenado al silencio, en shock
(vaciado de contenido, mutilado por viejas mordazas)
sacrificado por aquella sentencia de que los varones no lloran).
Desguarnecido rompo las tijeras con que me circuncidaron/
frente al espejo del patio donde padre se afeitaba/
me ahogo en la taza larga de café que mi madre preparaba
(a la hora de la escuela)
cuando no había leche de vaca y el polvo de la tiza del pizarrón
se confundía con el mítico alimento infantil/
era otra de las tantas simulaciones a que estaba sometido
pues ya tenía más de siete años y la leche había sido vetada
por la cartilla de racionamiento/ realidades tropicales de una revolución
que sólo parecía tener sentido dentro de mis pueriles tripas.
Araño la pared de mis asmáticos pulmones como dejando mensajes
por si no llegara a cumplir los quince años… entonces tenía mucho
para decir pero me habían cercenado las amígdalas con un bisturí que mi abuelo torcedor de tabaco, con entrenamiento médico, tenía guardado dentro de una caja de alcanfor/ eran aquellos sus primeros auxilios
entre el Ser y la Nada.
Afuera (sin remedios), mi maestro de esgrima se precipita
vertiginosamente al espacio con un alarido de terror,
el avión en que viajaba explota en pleno vuelo
y sólo recuperamos la mano donde blandía el estilete
para seguir dando la estocada final….,
sus medallas yacen aún en el fondo del mar destemplado.
Le lloré cinco noches seguidas y al sexto día decidí practicar atletismo
para aprender a escapar cuando las situaciones se pusieran peligrosas,
(desde entonces mantengo una fobia incurable hacia los aviones).
Expectoro un sinfín de palabras que se me atragantan en las madrugadas
y las escupo como una jerigonza sagrada/ con verbo de acción no dicho,
un pólipo sin estadificación benigna
me crece por dentro entre el paladar y la campanilla/
se oscurece un lunar-melanoma fenotípicamente indiferente en mi espalda
pero sigo guardando la compostura sana, como me enseñó mi madre.
En la cabecera de la mesa de comedor un tío solterón
se suena la nariz en tiempos de Gripe A y busca en la guía
de teléfono una
voz caliente del otro lado del auricular
para atiborrar sus apetitos insaciables,
ninguna persona le aguantó su agresividad secular… y se quedó solo.
Una llaga hedionda se acomoda entre los sillones del patio
y apenas alcanzo a buscar el sol entre “el veneno y mis antepasados”.
La muerte es sólo una inercia de animal irascible, un credo
que juega con avaricia e impudor a desvestir la empercudida carne
para dejarnos epitafios de tiza en algún viejo muro
ninguna persona le aguantó su agresividad secular… y se quedó solo.
Una llaga hedionda se acomoda entre los sillones del patio
y apenas alcanzo a buscar el sol entre “el veneno y mis antepasados”.
La muerte es sólo una inercia de animal irascible, un credo
que juega con avaricia e impudor a desvestir la empercudida carne
para dejarnos epitafios de tiza en algún viejo muro
donde nadie reparará jamás.
(08-07-2009, pánico porteño y Gripe A (H1N1)
(08-07-2009, pánico porteño y Gripe A (H1N1)
Catalejo con sabor a sed en mar incierta
Alguien
sigue intentando unir sus retazos en nosotros,
sus jirones de eternidad chamuscados por un fuego que no cesa, que busca
el paisaje perdido dentro de un catalejo que cierto niño-lúdico
mira con la curiosidad de querer retener en tierra de nadie.
¿Quién se acuclilla dentro de mí? ¿Hasta dónde emigra conmigo?
¿Quién se recuesta sobre sus victorias peregrinas en la pared de brumas
de mis lóbregos huesos y tras los párpados doloridos?
¿Quién esconde su mirada de rehén en noche desconocida
por senderos de zarzas? ¿Hasta dónde quiere llegar?
¿Quién escribe sus secretos desprendidos como una bocanada
extranjera e intenta vanamente dejar sus sedimentos de velero fantasma
en noche de mar con promesa de muerte?
¿Por qué profundiza tanto si sólo le quedan restos...
cascajos, ilusorias memorias, devaneos eróticos?
Desde adentro de mis carnes se apuntalan espejos y señales
que ya ni intento transcribir... poco importa, me he pasado la vida
descodificando los discursos vanos de los otros/
buscando islas naufragas para el retiro forzoso,
como un noticiero de guerra después de la batalla,
como salir al encuentro de alguien que no llega...
cual noche cortada con sabor a sed,
(en mala versión insomne).
Todo se cuece y calcina dentro de mí, evapora sus sedimentos
y sube, se difumina…
entre nombres secretos y catedrales europeas que nunca pisaré.
Las aguas crecen, se desparraman, revientan de gozo
y yo sigo sin entender nada, sin querer interpretar
las vetustas orgías como olas/ los largos bostezos como olas
las raras alucinaciones como olas/ los pétreos islotes como olas.
Allá detrás, sobre las planicies y colinas de mi tierra se escabulle
(un espectáculo de inmolaciones)
que deja a la intemperie maleficios y cegueras
alucinaciones eternas/ eternos escombros
perdurables lutos/ perennes precipicios/ sempiternos centelleos
como duros pedazos que nadie podrá volver a unificar
(eternamente).
Una escalera insondable extravía sus rutas y repliega
sus sombras hasta la última morada,
aquel gran portón que no quiero abrir por temor al juicio final.
Estoy predestinado para peores momentos/ para traspasar la niebla
aunque siga tropezando con el pedrusco de siempre
aunque pierda los dientes y la piel en la caída
y tan sólo me queden vientos y manos desertoras/ mutiladas reliquias,
sus jirones de eternidad chamuscados por un fuego que no cesa, que busca
el paisaje perdido dentro de un catalejo que cierto niño-lúdico
mira con la curiosidad de querer retener en tierra de nadie.
¿Quién se acuclilla dentro de mí? ¿Hasta dónde emigra conmigo?
¿Quién se recuesta sobre sus victorias peregrinas en la pared de brumas
de mis lóbregos huesos y tras los párpados doloridos?
¿Quién esconde su mirada de rehén en noche desconocida
por senderos de zarzas? ¿Hasta dónde quiere llegar?
¿Quién escribe sus secretos desprendidos como una bocanada
extranjera e intenta vanamente dejar sus sedimentos de velero fantasma
en noche de mar con promesa de muerte?
¿Por qué profundiza tanto si sólo le quedan restos...
cascajos, ilusorias memorias, devaneos eróticos?
Desde adentro de mis carnes se apuntalan espejos y señales
que ya ni intento transcribir... poco importa, me he pasado la vida
descodificando los discursos vanos de los otros/
buscando islas naufragas para el retiro forzoso,
como un noticiero de guerra después de la batalla,
como salir al encuentro de alguien que no llega...
cual noche cortada con sabor a sed,
(en mala versión insomne).
Todo se cuece y calcina dentro de mí, evapora sus sedimentos
y sube, se difumina…
entre nombres secretos y catedrales europeas que nunca pisaré.
Las aguas crecen, se desparraman, revientan de gozo
y yo sigo sin entender nada, sin querer interpretar
las vetustas orgías como olas/ los largos bostezos como olas
las raras alucinaciones como olas/ los pétreos islotes como olas.
Allá detrás, sobre las planicies y colinas de mi tierra se escabulle
(un espectáculo de inmolaciones)
que deja a la intemperie maleficios y cegueras
alucinaciones eternas/ eternos escombros
perdurables lutos/ perennes precipicios/ sempiternos centelleos
como duros pedazos que nadie podrá volver a unificar
(eternamente).
Una escalera insondable extravía sus rutas y repliega
sus sombras hasta la última morada,
aquel gran portón que no quiero abrir por temor al juicio final.
Estoy predestinado para peores momentos/ para traspasar la niebla
aunque siga tropezando con el pedrusco de siempre
aunque pierda los dientes y la piel en la caída
y tan sólo me queden vientos y manos desertoras/ mutiladas reliquias,
retazos de
eternidad con fechas de mordazas y miopías.
27, mayo 2009. Frío húmedo, que paraliza.
27, mayo 2009. Frío húmedo, que paraliza.
Ceguera
apodada Patria
”Yo no soy
yo/.Soy este (…)/el que calla sereno
cuando hablo/ el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera”.
“Ese”, de Juan Ramón Jiménez
Todavía se hunden mis manos en aquel revoltijo de tierra
(con sequedad de vendavales y abanicos sieterrayos)
-apodado Patria-,
apenas recorren gota a gota cada frontera, allí donde el
aneurisma azul fue degenerando hasta transmutarse en río Quibú/
rancio miasma plagado del destierro de las malaventuras/
costurerito sepia con tufo de animosidades baratas,
donde apiñar los antagonismos de este mundo
país buzón,
cuando hablo/ el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera”.
“Ese”, de Juan Ramón Jiménez
Todavía se hunden mis manos en aquel revoltijo de tierra
(con sequedad de vendavales y abanicos sieterrayos)
-apodado Patria-,
apenas recorren gota a gota cada frontera, allí donde el
aneurisma azul fue degenerando hasta transmutarse en río Quibú/
rancio miasma plagado del destierro de las malaventuras/
costurerito sepia con tufo de animosidades baratas,
donde apiñar los antagonismos de este mundo
país buzón,
cuna telúrica,
país
simulación,
cuna demarcación.
Todo ha comenzado a descomponerse dentro de mí
como aquella calesita pobre de la infancia
donde los caballos habían extraviado la mirada
pues entonces ya había muerto el tiempo
de las lisonjas y las vanidades/
y un caballo de yeso era tan sólo eso, una bestia inerte
que daba vueltas cansinas sobre una plataforma sin magia.
Era tan sólo una tendencia al boicot- vocación-infantil
para el instante de las pañoletas y los juegos
y yo me sentía histerectomizado, rebanado a cuchillo
expulsado del paraíso
y sin derecho a réplica. Ese sí era yo. Pero me hicieron
creer día a día/ minuto a minuto que los infieles
(deberíamos arder en la pira)
con un vago olor a apetencias chamuscadas
que el ventarrón no alcanzaba a lanzar fuera de
sus límites por temor a una estampida infinita.
Venía de robármelo todo (o mejor, de pedirlo prestado):
la hamaca del kindergarten que daba rienda suelta
a mis deseos de ser ave para no retornar nunca más
a cierto punto del horizonte que llamaron utopía
(u hombre nuevo guevarista)/
e intentaba olvidar aquella caja de cinco colores de pasta
(mi bandera nacional sólo tenía tres, entonces alcanzaba)
que desataba mis ínfulas de pintor de concursos,
cuando realmente lo que quería era afear la realidad
difuminarla tras una niebla color relámpago
que lo arrancara todo de raíz sin posibilidad de retoño.
Después era sólo mi ceguera en el agua de esos ojos,
que fugitivos y oscuros iba camino a ningún punto
antes que comenzara a anochecer.
Todo ha comenzado a descomponerse dentro de mí
como aquella calesita pobre de la infancia
donde los caballos habían extraviado la mirada
pues entonces ya había muerto el tiempo
de las lisonjas y las vanidades/
y un caballo de yeso era tan sólo eso, una bestia inerte
que daba vueltas cansinas sobre una plataforma sin magia.
Era tan sólo una tendencia al boicot- vocación-infantil
para el instante de las pañoletas y los juegos
y yo me sentía histerectomizado, rebanado a cuchillo
expulsado del paraíso
y sin derecho a réplica. Ese sí era yo. Pero me hicieron
creer día a día/ minuto a minuto que los infieles
(deberíamos arder en la pira)
con un vago olor a apetencias chamuscadas
que el ventarrón no alcanzaba a lanzar fuera de
sus límites por temor a una estampida infinita.
Venía de robármelo todo (o mejor, de pedirlo prestado):
la hamaca del kindergarten que daba rienda suelta
a mis deseos de ser ave para no retornar nunca más
a cierto punto del horizonte que llamaron utopía
(u hombre nuevo guevarista)/
e intentaba olvidar aquella caja de cinco colores de pasta
(mi bandera nacional sólo tenía tres, entonces alcanzaba)
que desataba mis ínfulas de pintor de concursos,
cuando realmente lo que quería era afear la realidad
difuminarla tras una niebla color relámpago
que lo arrancara todo de raíz sin posibilidad de retoño.
Después era sólo mi ceguera en el agua de esos ojos,
que fugitivos y oscuros iba camino a ningún punto
antes que comenzara a anochecer.
Ejercicio
de amputación
"Las
viejas maderas lo habían presentido:
no iba a haber desembarco.
A lo lejos, muy lejos, la costa está cubierta por las llamas".
”Final del viaje”, de Reinaldo García Ramos.
Frente a la playa hay un hombre que respira
(yace tirado bocarriba sin moverse),
absorto escruta su interior y exhala el salitre/
que le quema los pulmones,
pero no está muerto, cavila taciturno,
casi a regañadientes sobre
su inexistencia.
Le han dejado varios fragmentos de madera y lona
por si quiere huir / tejer un velamen ofuscado
(para luchar contra la ola)
y perderse en el horizonte, pero ya no tiene edad
para esa aventura que puede fagocitarse el mar.
Le han facilitado una excusa de décadas para
la estampida, pero él sólo se tumba y desmenuza la arena
que deja una traza relámpago inevitable.
Es 1 de septiembre y está por llegar la primavera,
esa confundida cópula de olores y alergias
que terminara en las fauces de la nada/
teñida con cursis flores y perfumes baratos
de verdulerías de barrio
o carnaval popular de patria pobre.
¿Estará pasando un mal momento o sólo
intenta relamer su silencio de arpón clavado
por temor a que alguien le escuche?
En su boca se retuerce una palabra agria, misérrima/
casi ocre (con poder) que fue silenciada
en todos los claustros y
reuniones políticas/ una frase
ultrajada, sin almidón ni remilgos que se le atraganta
en la gaznate cuando llega la hora de deglutirla y lanzarla a los
matarifes que intentarán despedazarla en la plaza.
El miedo se pintarrajea sobre su entrecejo y deja asomar una luz
fulmínea, de malas noticias (golpe de puñal rengueante)
pues avizora que sus oraciones terminarán descuartizadas
sobre el acantilado de otra playa abandonada a la desidia
o vendidas al mejor postor en cierta feria americana.
El sol - ese nebulosa caliente de pálidos dobleces
- le cuece el rostro/
lo dibuja para la eternidad con golpe erótico de punta de dedo
y le hace expeler los más trasnochados olores testiculares/
un pus desabrido con aroma de respiración intrusa
se escapa de sus tripas vacías.
Ese hombre es una castración-de-cuerpo
-sin-glorias-pasadas/
nació para devorarse entre sus propios dientes/
(roto como muñón amputado),
pero desea terminar su derrotero frente a una playa
-su-única-gloria/
abstraído mirando el simple azul que engulle y divaga con indiferencia
no iba a haber desembarco.
A lo lejos, muy lejos, la costa está cubierta por las llamas".
”Final del viaje”, de Reinaldo García Ramos.
Frente a la playa hay un hombre que respira
(yace tirado bocarriba sin moverse),
absorto escruta su interior y exhala el salitre/
que le quema los pulmones,
pero no está muerto, cavila taciturno,
casi a regañadientes sobre
su inexistencia.
Le han dejado varios fragmentos de madera y lona
por si quiere huir / tejer un velamen ofuscado
(para luchar contra la ola)
y perderse en el horizonte, pero ya no tiene edad
para esa aventura que puede fagocitarse el mar.
Le han facilitado una excusa de décadas para
la estampida, pero él sólo se tumba y desmenuza la arena
que deja una traza relámpago inevitable.
Es 1 de septiembre y está por llegar la primavera,
esa confundida cópula de olores y alergias
que terminara en las fauces de la nada/
teñida con cursis flores y perfumes baratos
de verdulerías de barrio
o carnaval popular de patria pobre.
¿Estará pasando un mal momento o sólo
intenta relamer su silencio de arpón clavado
por temor a que alguien le escuche?
En su boca se retuerce una palabra agria, misérrima/
casi ocre (con poder) que fue silenciada
en todos los claustros y
reuniones políticas/ una frase
ultrajada, sin almidón ni remilgos que se le atraganta
en la gaznate cuando llega la hora de deglutirla y lanzarla a los
matarifes que intentarán despedazarla en la plaza.
El miedo se pintarrajea sobre su entrecejo y deja asomar una luz
fulmínea, de malas noticias (golpe de puñal rengueante)
pues avizora que sus oraciones terminarán descuartizadas
sobre el acantilado de otra playa abandonada a la desidia
o vendidas al mejor postor en cierta feria americana.
El sol - ese nebulosa caliente de pálidos dobleces
- le cuece el rostro/
lo dibuja para la eternidad con golpe erótico de punta de dedo
y le hace expeler los más trasnochados olores testiculares/
un pus desabrido con aroma de respiración intrusa
se escapa de sus tripas vacías.
Ese hombre es una castración-de-cuerpo
-sin-glorias-pasadas/
nació para devorarse entre sus propios dientes/
(roto como muñón amputado),
pero desea terminar su derrotero frente a una playa
-su-única-gloria/
abstraído mirando el simple azul que engulle y divaga con indiferencia
Caligramas
escritos sobre la piel
“Me has grabado
tu nombre en los hombros, me has distinguido con tu marca. Las yemas de tus
dedos se han convertido en bloques de imprenta, estás componiendo un mensaje
sobre mi piel que le da sentido a mi cuerpo. [...] Escrito en él hay un código
secreto”.
Jeannette Winterson
En el trazo profundo que llevas en el hombro
un colibrí revolotea asustado y mira de soslayo tu huesudo cuello,
husmea los olores y escucha tu cáustica manera de involucrarte,
es testigo mudo del laberinto de decires de tus escaramuzas,
mientras en otro dibujo cercano una víbora vomita su lengua
y amenaza con cazar la presa.
Sobre la tinta roja y azul de la bandera que te acaban de
tatuar abrazando el pecho, junto a una orquídea morada que te
regalaste para el último cumpleaños,
(siempre ese adicta compulsión al autorregalo de códices)
la filosa puntada de la aguja tejió varias ficciones, quizás un aforismo:
no volverás a vivir donde naciste, tus cenizas serán esparcidas lejos de
los tuyos, nadie te recordará cuando mueras… sólo tu perro.
En el tatuaje abstracto, (el primero que te hiciste en la espalda),
aquel donde dos sexos confusos se enredan en un apretón asfixiante,
promiscuas gotas de sudor se posan ahora desatando
insólitas interpretaciones, algún litoral sinuoso
adonde no llega tu marejada, cierto oculto simulacro,
un reproche convertido en expiación,
aquella escapatoria que siempre supo a estigma, a destierro.
Desde la puerta abierta del baño mientras te duchas
puedo avistar el afinado caligrama que se oculta
en lo más velado de tus entrepiernas /
La Habana te sigue quedando lejos pero pretendes
volver cada noche cuando te miras esos puntos oscuros,
la grafía que exhibes impúdicamente como documento de identidad
e incisión envenenada, cierto enigma ininteligible cual rompecabezas,
mueca de barricada en pleno cónclave político caribeño,
que sazona la propaganda fort export remachada en la piel.
En todos los riscos de tu dermis la escritura retumba
con vibra huracanada, truena y esculpe con sangre
su memoria para no cicatrizar,
(único lujo que no se pueden dar los peregrinos).
Con mucha paciencia consigo abandonar la interpretación de mensajes
de tu difusa geografía, los esquemas receptivos de lectura,
los pliegues de la historia, la sumatoria de todas
esas identidades signicas y desgarraduras
almacenadas sobre la carne.
Estoy frente al itinerario de un sujeto en dispersión que tú no reconoces.
Buenos Aires, 28 de octubre-2009, sin tatuajes visibles
¿Anclado en la isla?
Jeannette Winterson
En el trazo profundo que llevas en el hombro
un colibrí revolotea asustado y mira de soslayo tu huesudo cuello,
husmea los olores y escucha tu cáustica manera de involucrarte,
es testigo mudo del laberinto de decires de tus escaramuzas,
mientras en otro dibujo cercano una víbora vomita su lengua
y amenaza con cazar la presa.
Sobre la tinta roja y azul de la bandera que te acaban de
tatuar abrazando el pecho, junto a una orquídea morada que te
regalaste para el último cumpleaños,
(siempre ese adicta compulsión al autorregalo de códices)
la filosa puntada de la aguja tejió varias ficciones, quizás un aforismo:
no volverás a vivir donde naciste, tus cenizas serán esparcidas lejos de
los tuyos, nadie te recordará cuando mueras… sólo tu perro.
En el tatuaje abstracto, (el primero que te hiciste en la espalda),
aquel donde dos sexos confusos se enredan en un apretón asfixiante,
promiscuas gotas de sudor se posan ahora desatando
insólitas interpretaciones, algún litoral sinuoso
adonde no llega tu marejada, cierto oculto simulacro,
un reproche convertido en expiación,
aquella escapatoria que siempre supo a estigma, a destierro.
Desde la puerta abierta del baño mientras te duchas
puedo avistar el afinado caligrama que se oculta
en lo más velado de tus entrepiernas /
La Habana te sigue quedando lejos pero pretendes
volver cada noche cuando te miras esos puntos oscuros,
la grafía que exhibes impúdicamente como documento de identidad
e incisión envenenada, cierto enigma ininteligible cual rompecabezas,
mueca de barricada en pleno cónclave político caribeño,
que sazona la propaganda fort export remachada en la piel.
En todos los riscos de tu dermis la escritura retumba
con vibra huracanada, truena y esculpe con sangre
su memoria para no cicatrizar,
(único lujo que no se pueden dar los peregrinos).
Con mucha paciencia consigo abandonar la interpretación de mensajes
de tu difusa geografía, los esquemas receptivos de lectura,
los pliegues de la historia, la sumatoria de todas
esas identidades signicas y desgarraduras
almacenadas sobre la carne.
Estoy frente al itinerario de un sujeto en dispersión que tú no reconoces.
Buenos Aires, 28 de octubre-2009, sin tatuajes visibles
¿Anclado en la isla?
“No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La
ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles.
Y en los mismos
barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
“Siempre llegarás a esta ciudad”.
C. P. Cavafis
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
“Siempre llegarás a esta ciudad”.
C. P. Cavafis
Siempre llegaré
a esta ciudad de espalda al río
con alfileres
en el corazón y navajazos en los bolsillos
escuchando
canciones que me recuerdan los escasos zapatos que tuve
y aquel
pantalón de colegio azul – como la isla - que mi madre
lavaba en las
noches y colocaba detrás del refrigerador para planchar a la mañana.
La vida ya no
es como antes,
mi placard se
ha llenado de camisas de todos los colores
las que siempre
quise tener y sin embargo tienen poco uso,
decenas de
pantalones se doblan indiferentes entre mis perchas de la abundancia,
pero persiste
una rara incertidumbre de que mi piel ya no es mía,
me sigue
confundiendo esa sobresalto de querer llenar todos los vacíos del alma,
como si la
existencia estuviera ceñida a abarrotar ausencias materiales.
Me siento solo
sin parque en un banco de barrio con faroles rotos
y vuelvo a
montarme en el cachumbambé de tablas carcomidas y hierro oxidado, intento
atestar nuevamente esa maleta de madera verde mambí que hizo mi padre, apodada
“el botiquín” por mis compañeros de clase,
pero ya no me
avergüenzan tanto los motes y las risas contagiosas.
Una extraña
mezcla de sabores y olores ya no vienen de la cocina de mi madre
no tuve
posibilidad de llegar a su entierro
se despidió en
la reja de casa y nunca más quiso abrir sus ojos/
tampoco conozco
la tumba donde sosiega su cuerpo,
y no he podido
llevarle aún un ramo de flores amarillas/
sus rosas se
ponen a miles de kilómetros de donde descansa
desventajas de vivir en una isla
sitiada.
Mientras los
vaticinios viajan entre las líneas del horizonte
mi hermana
sigue poniendo sus vasos de agua con cascarilla
para ahuyentar
los malos ojos y reza todas las noches pidiendo salud
y
la prosperidad que no llega.
Trato de
inventar palabras pero sigo anclado en ese pedazo de tierra colorada
con un extraño olor a asfalto calcinado
y me resisto
culturalmente a localismos y voces que me suenan ajenas,
aunque
acabo de recibir otra carta de ciudadanía.
Mañana seré
otro mapa otra calle otros itinerarios vagaré por otra ciudad
cual tórrida
siesta provinciana de la que no quiero despertar,
saldrá el sol
tímido desde este culo del mundo y me descubriré sentado
en la otra
vereda donde miraba pasar a los apátridas
para, entonces,
todo me será groseramente indiferente
como las
encrucijadas de los caminos que se bifurcan
y ya no
conducen a tierra firme.
7 de
diciembre 06.
Astillas
"Cada uno
crea
de las astillas que recibe".
Juan José Saer, de “El arte de narrar”.
de la arboleda del abuelo
no queda
más que el leve roce
de las amarillentas hojas
del mango/
la calma extraña de la flor blanca
de los naranjos/
donde jugaba a las escondidas
intentando que siempre me hallaran
para perderme.
también sólo persiste el raro hedor
del almendro/
donde una vez sangré toda la infancia,
con un pico de botella ambarino
en el que abuela guardaba
su aceite de hígado de bacalao
para su tos convulsa,
después de masticar su tabaco en las noches,
bajo la luz brillante del quinqué de querosín.
de aquel mamoncillo que daba a la ventana,
de la cocina de tablas pulidas
como un puente para escapar de ciertas
novelas que se hacían rosa en la vega
sólo aguardan las raíces afincadas
en la tierra colorada
como un puñado de piedras,
que gastaban mis zapatos colegiales
y de domingo
camino a la mata de anón
en la búsqueda de aquellos nidos de tomeguines,
que nunca
tocaba por temor a desatar un maleficio
de madre pájara ultrajada
por un pésimo cazador furtivo;
era sólo un observador asombrado
entre cuerpos reales de palmas erguidas
que jugaban a lanzar sus racimos
para alimentar el corralón de chanchos
que terminaban sus días envueltos entre
hojas de guayaba/
y sazones campesinos de ajo, naranja agria
con ajíes de la puta de su madre,
acostados sobre parrillas humeantes de algarrobos
con olores "levantamuertos";
entrar a la arboleda demiurga y centenaria
era como un ritual oscuro,
que me dejaba casi exangüe
donde se desanudaban los conjuros
de la vieja Mercé
entre cintas de todos los colores
y jícaras de coco/
rociadas con aguardiente de caña de azúcar
que alguien (nunca supe quién)
ofrendaba a los dioses para romper sortilegios
y alargar la vida terrenal de la familia.
Hoy que ni abuelo, ni abuela, ni madre
están conmigo (pero me acompañan)
siento aún cuando la puerta del gran comedor
se abre en las madrugadas y la abuela
filtra el agua del pozo sobre la piedra porosa
con destino a la tinaja siempre fría,
preparando el desayuno y haciendo el pan
en el horno de barro,
que le regaló su madre (en señal de aprobación)
cuando decidió escaparse
para siempre con mi abuelo
en un alazán cerrero y blanco;
a lo lejos aún escucho el mugir de la vaca "Paloma"
con sus tetas hinchadas y dolorosas de tanta leche
y huelo el aroma dulzón de la marmita y el carbón
por la mermelada de la fruta bomba/
(más conocida como papaya)
por su semejanza a un sexo abierto de mujer;
cierro los ojos y aún estoy allí
bajo la arboleda/
queriendo (siempre vanamente, ahora sé) detener
ese terrible enemigo -cono de sombra - que
tardíamente identifiqué: el tiempo
aquel veneno que todo lo difumina y devora.
Sábado 9 de agosto, de regreso a Buenos Aires, desde Foz de Iguazú.
de las astillas que recibe".
Juan José Saer, de “El arte de narrar”.
de la arboleda del abuelo
no queda
más que el leve roce
de las amarillentas hojas
del mango/
la calma extraña de la flor blanca
de los naranjos/
donde jugaba a las escondidas
intentando que siempre me hallaran
para perderme.
también sólo persiste el raro hedor
del almendro/
donde una vez sangré toda la infancia,
con un pico de botella ambarino
en el que abuela guardaba
su aceite de hígado de bacalao
para su tos convulsa,
después de masticar su tabaco en las noches,
bajo la luz brillante del quinqué de querosín.
de aquel mamoncillo que daba a la ventana,
de la cocina de tablas pulidas
como un puente para escapar de ciertas
novelas que se hacían rosa en la vega
sólo aguardan las raíces afincadas
en la tierra colorada
como un puñado de piedras,
que gastaban mis zapatos colegiales
y de domingo
camino a la mata de anón
en la búsqueda de aquellos nidos de tomeguines,
que nunca
tocaba por temor a desatar un maleficio
de madre pájara ultrajada
por un pésimo cazador furtivo;
era sólo un observador asombrado
entre cuerpos reales de palmas erguidas
que jugaban a lanzar sus racimos
para alimentar el corralón de chanchos
que terminaban sus días envueltos entre
hojas de guayaba/
y sazones campesinos de ajo, naranja agria
con ajíes de la puta de su madre,
acostados sobre parrillas humeantes de algarrobos
con olores "levantamuertos";
entrar a la arboleda demiurga y centenaria
era como un ritual oscuro,
que me dejaba casi exangüe
donde se desanudaban los conjuros
de la vieja Mercé
entre cintas de todos los colores
y jícaras de coco/
rociadas con aguardiente de caña de azúcar
que alguien (nunca supe quién)
ofrendaba a los dioses para romper sortilegios
y alargar la vida terrenal de la familia.
Hoy que ni abuelo, ni abuela, ni madre
están conmigo (pero me acompañan)
siento aún cuando la puerta del gran comedor
se abre en las madrugadas y la abuela
filtra el agua del pozo sobre la piedra porosa
con destino a la tinaja siempre fría,
preparando el desayuno y haciendo el pan
en el horno de barro,
que le regaló su madre (en señal de aprobación)
cuando decidió escaparse
para siempre con mi abuelo
en un alazán cerrero y blanco;
a lo lejos aún escucho el mugir de la vaca "Paloma"
con sus tetas hinchadas y dolorosas de tanta leche
y huelo el aroma dulzón de la marmita y el carbón
por la mermelada de la fruta bomba/
(más conocida como papaya)
por su semejanza a un sexo abierto de mujer;
cierro los ojos y aún estoy allí
bajo la arboleda/
queriendo (siempre vanamente, ahora sé) detener
ese terrible enemigo -cono de sombra - que
tardíamente identifiqué: el tiempo
aquel veneno que todo lo difumina y devora.
Sábado 9 de agosto, de regreso a Buenos Aires, desde Foz de Iguazú.
Últimas prendas revolucionarias
Mi historia
llega envuelta en una bolsa plástica rociada de salitre
como arriban
los cadáveres militares a punto de ser incinerados
en ataúdes
grises con banderas a media asta:
el carné de
joven comunista con alguna que otra sanción
por disentir
demasiado y estar siempre disconforme;
el carné de
militante del partido comunista con todas las cuotas pagas;
mi credencial
de corresponsal de guerra en Centroamérica,
aquella que
utilizaba de cuchara en medio del campo de batalla
y luego
mostraba en la Casa de Gobierno sandinista
cuando aún
creía en las revoluciones, las utopías y en los líderes
que pueden cambiar
(¿o hundir?) la historia.
Mis hermanos
utilizan a mi hijo de emisario
porque es el
único que todavía quiere seguir viajando a la isla adversa/
me amortajan
viejas fotos de la niñez, esas donde estoy vestido de Zorro enmascarado o con
traje de impecable blanco a lo Marcial Alvarado,
me llega mi
primer pasaporte oficial, autorizado por el Departamento América,
junto a unas
pocas fotos de mi madre con la cara dibujada de esperanzas,
en su mejor
pose: contemplativa y serena (entre tanta desgracia).
Me enfrento -
después de veinte años - a mi tesis de graduación de Periodismo, aquella
papelería de claustro que hablaba de propaganda, revolucionaria y persuasión
política para convencer
a las grandes
masas, (entonces ansiosas de creer).
Me destierran
mi pañoleta azul, que llega descolorida y con olor a humedad,
esa que portaba
cuando gritaba convencido:
¡Seremos como el Che!
y aún confiaba
a ciegas en el mejoramiento humano.
Llegan viejos
versos adolescentes inflamados de pesares y cursilerías
en papeles amarillos y transparentes
(escritos en
mi vieja máquina Underwood),
cuando cantaba
largas odas a los abedules y a los konsomoles rusos
y aún creía en el poder del amor. Me ruborizo
ante tanta inocencia/
con tufillo a
desilusión, a enfermedad infantil del izquierdismo.
Afuera, en mi
auto exilio porteño, cortan el pasto y maceran
la hierba
contra la tierra, se fagocitan también de un tirón
las historias
que dejé a la intemperie en ese colchón verde.
Sopeso la
posibilidad de estar allí durmiendo/
de ser
rebanado-exfoliado-trucidado rememorando los olores sacros de la infancia y el
limonero mayor del patio (que ya no está).
Me sacudo en la
cama entre el ruido de la vereda que ya no conoce las orillas,
mi casa
(aquella) ha dejado de pertenecerme, se apolilla poco a poco
y algún día
será de otro desconocido/a que quizás nunca reparará en los rincones donde
siempre estuve o construirá otro estudio
con vista a la
calle rota y los árboles secos.
Buenos Aires y
La Lisa, en la isla, (juego mágico de palabras)
que por suerte
no tiene denominadores comunes.
Ahora los
aeropuertos me van quedando chico
pero casi
familiares, sobre todo cuando sólo mi hijo acude a despedirme.
Sin embargo, me
distrae el sonido de los aviones
cuando rompen
la inercia del viento y planean al filo de la caída
manteniéndose
en el aire por esas raras leyes de la gravitación
terrestre pero
odio seguir cargando maletas que ya nunca desempaco,
me consumen las
viejas prendas revolucionarias y los juegos perdidos
se van tornando
tan extranjeros y difusos como mi propia huida
poniendo
la mar por medio.
Salgo al patio
de la casa/ calculo la intensidad y dirección de los vientos
(Cierro la puerta….).
Afuera una
entusiasta pira intenta aligerar el lastre de la espesa biografía
y las miradas de este mundo y del cielo
cierran sus ojos
para no ver
tanta llaga abierta en el magma de los sueños.
8 abril de 2010, Buenos Aires, envuelto
en las sombras.
Verano boreal para recobrar fuerzas
“Pero debo
recordar que no todos los sitios oscuros necesitan luz.”
Jeannette Winterson, de su novela
“La niña del faro”.
El vértigo se apodera
de las extremidades abatidas,
socava el
cuerpo y el maderamen de mis pulmones neoplásicos
los libera en
puros vómitos de sangre,
(en
tisis a lo Margarita Gautier)
se mezclan mis
esputos con algunos pañuelos descartables y camelias blancas que caen contra el
pavimento, quizás para encontrar un nuevo retorno sin pifiar peregrinaciones/
Tengo la boca renegrida por las palabras-costras que escucho y no contradigo ni
desmiento… no nací con la madera del mártir
- mi
madre siempre lo advirtió con pesar - quizás el alumbramiento lejos del mar en
una maternidad privada me asesinó el patriotismo y prefiero callar, enmudecer
para siempre, coserme la lengua a punta de tijera oxidada o morir de tétano
repentino. Mi lengua…ese apéndice carnoso saturado de salitre, miedo y azúcar,
(asquerosa combinación para sufrir siempre de descompostura) cabriolea dentro
de mi boca y me hace tramar argumentos que no me aventuro a proferir contra las
caras de los otros. Juego al caos como ruleta rusa sin revólver y sigo
intentando monólogos y resurrecciones que sólo tienen razón cuando las luces se
estrangulan y se me dispara sin remedio mi presión diastólica y sistólica.
Entonces desató una danza profana, cual esperpéntica y desbordada pantomima,
para conjurar a mis muertos y los traigo conmigo, les regalo blancos capullos
para que vengan a mi convocatoria.
Me dejo caer
dentro de mi ego y me rebelo contra el autócrata que decide lo que debo hacer
administrando cada gota de sedición en esta Caja de Pandora, que apodaron
tierra baldía… resucito y caigo nuevamente contra el cieno, en esa simetría
eterna de fracasar y restituir lo que me fue secuestrado.
Siempre ese
sentido aburguesado de la propiedad, del partir y retornar, del dejar que la
corrección siga su cauce irremediablemente sin tocarme ni de soslayo… ni por
asomo/ como le ocurrió a mi padre, que murió sólo en una terapia sin pedir ni
un algodón mojado en agua para saciar la quemazón de su estómago abrasado por
tanto alcohol saboreado frente a toda la familia…
a pesar de los
esfuerzos de mi madre para que no advirtiéramos
su credo etílico.
Llegó a oscuras
una noche de borrasca y se fue sin extremaunción
dejando tras de
sí un tendal de penitencias, traumas infantiles y deudas impagas al usurero,
pero sólo entonces la tranquilidad sepulcral se apoderó
de las paredes
de la casa, donde rebotaron por tantos años sus blasfemias
y torturas
psicológicas. No hay casas de empeño para las angustias/
y las
embestidas de la oscuridad contra las paredes de nuestros ojos
que tristes se
van envolviendo en un trapo viejo y cristalino hasta volver a
descubrir un
faro que lo auxilie cuando llega el verano boreal,
esa
interrupción que se nos aparece como revelación cansada
cuando ya poco
puede hacerse más que dejar que la llaga cauterice.
Buenos Aires, 30
diciembre 09, suspendiendo el alma
(para
recobrar fuerzas).
Herencia
Camino del
patíbulo, ha buscado su rostro
como quien busca el rostro de la muerte.
Culpable repite,
repetirá culpable una y otra vez
y el camino será más corto y el tiempo menos árido".
Heriberto Sánchez Medina, en “Hanging Judge”.
Cada día me parezco más a mis
difuntos como quien busca el rostro de la muerte.
Culpable repite,
repetirá culpable una y otra vez
y el camino será más corto y el tiempo menos árido".
Heriberto Sánchez Medina, en “Hanging Judge”.
me miro al espejo y noto la misma placidez
de la mirada de mi madre, su aire bohemio
y desnudo, casi rayano en la indiferencia;
también similar gesto con la boca
al que hacía mi abuelo, cuando camino de la vega
el sol le chamuscaba la piel y le extraviaba la mirada;
igual rubor en el rostro al de mi abuela, que
terminó sus días con un cáncer de tiroides
y en las noches, después de la aplicación del yodo radioactivo,
chamuscaba lucecitas verdes en la oscuridad
entre sus sábanas de lino almidonada y su nariz llena de humo
por la hornillo de carbón
entonces ya era una aparición en pleno ascenso hacia la nada.
De mi padre conservo aún esa templanza y hasta cierto
aire circunspecto para mirar al enemigo e irrumpir
entre las reglas del juego de la competencia profesional;
también una fenotípica inclinación por el alcohol
hasta que la boca se aletarga y
no se distingue entre el consuelo de
una tibia sonrisa y una mueca de insensible hartazgo.
De mi bisabuela paterna, de origen canario,
guardo su percha, su etiqueta para las grandes solemnidades
su ironía como hacha corta cabezas contra los intolerantes
y hasta cierta cara compasiva ante la vulgaridad existencial.
De Juan Amador, mi abuelo paterno,
(gracias a los orishas y al marxismo leninismo),
no heredé ni un ápice, siempre fue un sádico con mucha plata/
que colgaba a sus hijos cabeza abajo de los árboles,
cuando por impericia no cumplían las faenas de la hacienda.
Quizás ello explique que su velorio fuera una fiesta y
sus hijos prepararán la gran repartija con sus autos/
era una forma de desquite, de liberación adolescente
de revancha caída del cielo/
se arrancaron un gran peso de encima,
cuando le incomunicaron en su caja de bronce.
De mi tío "Chito", aquel que murió sin cabeza
cuando un machete haitiano le truncó la mirada
por una pelea de cercas corridas durante una madrugada
(en plena finca de Candelaria)
dicen que heredé semejante sangre para la lidia,
la misma posición filosa ante la desidia, igual lengua dura
y punzante para la pedrada.
Me contemplo y siento que soy un poco de todos/ as
un grano de arroz, mecido por el estival soplo del sur
(donde abrevan pescadores)
un viejo árbol del pan que ya no ofrece frutos
un barranco oloroso y apacible por donde nadie cae/
un fantasma que - muy a su pesar - todas las
noches escruta su rostro, (que ya no reconoce),
frente a un enmohecido espejo
y persiste obstinadamente en dejar hablar al viento
la más severa compañía para las ánimas extraviados
sin consuelo.
3 de octubre 2008.
Almanaque con fotografía en sepia de La Habana
“¡El miedo se engañó!
Fue el miedo. El miedo
y la vigilia del amor sin lámpara”.
y la vigilia del amor sin lámpara”.
“El
miedo”, de Dulce María Loynaz
“(...)la boca
se nos llenó de tierra/
como a los
muertos” y el almanaque en sepia
de la pared
del cuartucho/
fue árido
escondrijo para degustar aquellos paraísos
engañados,
donde un perro hambriento aspiraba el aire del mar,
su única
riqueza cuando el sol abrasaba evaporándole los sesos
y
entumeciéndole la lengua, dejándolo mudo para siempre./
Era como una
instantánea, un click de obturador
de fotógrafo de circo
que
guillotinaba esa décima de segundo estentórea
que la retina
no podría almacenar para siempre/
líquido
opalino-amarillento-semejante a orine-a aguardiente extra brut
procedente de
algún cañaveral pinareño de guajira alcurnia
o de algún
mural de aeropuerto descartable,
en
el que nunca se reparaba
y donde sólo
interesaban los documentos y permisos de salida.
Entonces el
agua, que caía en el patio, proveniente del aljibe
era el
consuelo/ dulce como la melaza se oxidaba la tarde
entre el gozne
del portón de ocuje centenario y sobre
una maltrecha
mesa los naipes se amontonaban
guarecidos en
las nigromancias de las sombras/
como
proyectadas celadas/
marcados,
ultrajados, manchados de aceite y esperma,
estaban allí
para dar cuentas y pesares (o no)/
para servir de
memoria, de mozo de estación
en paraje vulgar sin
gentes,
quizás con el
ánimo de evocar deleites pasados/
como manchas
de humedad en la pared
del último aposento (parafraseando a la “Poeta de las
Piedras”).
Parecían
emerger entre el amasijo de mariposas y el único geranio/
cerca de la
Santa Rita y las cigarras cantoras
pero sólo
apuntalaban la glorieta para desenterrar a los espíritus
para inundar la
tarde con cierto olor a difuntos en franca salida.
Sólo la puerta
cancel del patio se mantenía viva
dejando
escuchar su desafinado villancico de pasado siglo.
Afuera, los
claxon vocingleros le jugaban
una mala cita a
las remembranzas/
lenguaraces
parecían malograrse en la neblina matinal
como espectros
cansinos que no van a islote alguno.
Por la ventana,
un jardín-selva cercaba ese proscenio
dándole un
toque de bolero de ocasión para almas
enclaustradas,
exentas del mundanal ruido
y la chusma
chancleteaba y gozaba.
Adentro, una
pequeña vela encendida sin sobresaltos,
jugaba con aire
lóbrego a desviar destinos
imprimiéndole
cierto toque contemplativo a la escena/
al retablo de
aquel conventillo de escalera pútrida,
que lloraba
ociosamente cuando los mortales no osaban pasar
para
pintarrajear en las paredes sus mensajes de socorro.
Surfear en lo turbio
"Eres y serás lo que recuerdas, /
lo que una vez llegaste a imaginar”,
de Reinaldo García Ramos,
en “La quietud”).
Pisar el
rellano, el descansillo de la vida
imaginando un
pedazo de ventana que no muestra
perspectiva
alguna,
sólo una
pequeña sombra descolorida, un alarido
que viene desde
adentro, desde las lacias tripas
intolerantes al
crecimiento atípico e impávido de sus células
a la patología
que carcome y necrosa/
al tumor que lo
engulle todo.
Descender
abruptamente el escalón, caer, levantarse
con las manos
enrojecidas (adoloridas por el batacazo)
con la boca
pastosa, acompañando esa luz menstrual,
casi uterina
que el semen no
alcanza a conmover y fundir/ a procrear
Degustar una
cena recalentada e insabora
detrás, de una
voz radial, en off (que sube y baja a fondo de)
como en los peores
guiones/ que rompe la rutina
intentando
acariciar por dentro el cuenco del tímpano
y sólo consigue
un lamento oscuro, un pozo ciego
sin olor a mar, una caja negra
intelectualmente vacía
donde la rutina
vaga disonante hasta el escondrijo
comatoso de la
axila indiferente al desodorante matinal.
Surfear hasta
donde llegue el impulso y caer como un amasijo
caliente que
entumezca la lengua, que te atragante y paralice
como un
eructo repentino
en medio de una conversación formal, que
aparece
semejante a
cierta desazón muda,
que te saca las ganas vespertinas de orinar y
te eclipsa
hasta los ojos.
Sólo entonces
es que te traigo de vueltas, al comienzo/
sin rellanos ni
descansillos
sin ventanales
ni cenas disonantes, evadiendo formalidades
que pulvericen
esa ligadura/ sin altares con festejos afros.
Y te retengo en
el silencio, te exprimo completamente/
hasta lo
inadmisible intentando resucitar viejos tiempos,
pero son sólo
eso: vanos intentos de resucitación forzosa,
traqueotomías
de puertas
abiertas que buscan aires portuarios y salitre
en una ciudad temerosa/
contraria al mar.
¿No sé qué
hacer cuando todo se detiene y confundo los olores
y sonidos?
Entonces las ganas intentan evaporarse tibiamente/
me paralizo/
dejo de surfear en lo revuelto y siento músicas “naùsicas”,
que me quitan
las fuerzas de seguir encima de la tabla por temor a
caer en las
fauces de los tiburones.
¿No sé si darte de comer como a las avecillas
raras, inventarte
un mar sin corrientes traicioneras o echarte
lejos de mi almohada hosca
hasta que recuerdes?
Sentada en la escalera
A mi madre, por su lucha de
siempre
No he podido todavía enterrar a mis muertos
Han pasado varios años y sus cenizas se esparcen
Sin consuelo en distintos cementerios allá y acullá
Entre la tierra rojiza y pegajosa de la isla,
Sus huesos descansan en páramos oscuros
donde
no debieran estar
En lóbregos camposantos, al final del camino,
En criptas húmedas alquiladas por un año a un vecino
en moneda
libremente convertible.
Sigo pensando en esa pequeña vasija donde
Pongo desde lejos algunas flores que se marchitan rápidamente,
Detengo la mirada en el cuadro de mi madre recostada
contra la mata de mango
con su psoriasis visible en las rodillas,
O en la foto de mi padre con los ojos vidriosos por el alcohol.
Es lo único que puedo hacer desde este culo del mundo.
Recordarles en sus cumpleaños
y en ciertas tardes calurosas de aquel último aciago viaje en que corría
a comprar helados para paliar el tedio y el sol calcinante del mediodía.
El duelo no ocurre, no llega, no lo sé hacer…nadie me lo enseñó.
Aún les veo, sobre todo a ella cabizbaja y cansada de soportar tanta
distancia,
Se entregó a la muerte después de algunas esperas demasiado largas
Se cansó, no quiso seguir sentada en la escalera…
dejó de ser la columna pétrea que lo sostenía todo
y
se desmoronó.
Se durmió serena, sin ahogos, como un ángel
y no abrió nunca más sus ojos,
su corazón se quebró en mil añicos cual fina porcelana.
A la mañana lo fueron a recomponer sobre las sábanas blancas
Pero ya era demasiado tarde para una sobrevida
Una sonrisa plácida se enseñoreaba sobre su cara feliz.
Aun la veo con su falda blanca de rosas rojas y su pulóver negro
Y sus zapatos ballerina en las fiestas populares…
entre negros y negras henchidos de gozo, repletos de transpiración y dicha.
La veo asomarse al espejo del cuarto y peinar su cabello canoso y violáceo
Con la coqueta feminidad de una mujer deseada
Con el modoso encanto de alguien que sabe que la suerte está echada
Que había que escoger entre la vega de tabaco o la ciudad
Entre la luz de un quinqué mortecino o la electricidad citadina
Pagada a altas cuotas de sacrificio.
No tuvo ni altares ni monumentos ni grandes joyas,
Sólo jornadas entre el fogón y la casa, entre el tedio y la mansedumbre.
Firme desafió el calendario y sorteó gritos e insultos paternos
Infidelidades y aquella malsana costumbre a la descalificación.
Con la inteligencia de alguien que nació para mejores tiempos
Que nunca llegaron
más.
Quizás por eso serena y sin ahogos se cansó
no quiso seguir sentada en la escalera
y se puso – sin arrepentimientos- de
espaldas al mundo.
Buenos Aires,
4 de junio 2010.
Ciertos festejos nocturnos
“Para que se abran los
caminos
es menester empezar a abandonar los atajos”
Lidia Cabrera, en “Cuentos Negros”.
Alguna vez soñamos con recuperarlo todo,
desde la ventana azul, repleta de termitas
hasta el escaparate antiguo y aquel juego de
cuarto de la abuela rica, aquel biombo laqueado
de blanco-inmaculado con pequeñas figurillas chinas
que hacían mohines a los transeúntes y
buscaban en los zaguanes el lugar preciso para su
rito de geishas pudorosas con cintas de seda en los pies.
Deliramos con entrar y salir a piaccere
(trazar una nueva orilla)
dentro de aquella casa con olor a arenas movedizas
(como aquel caimán de isla)
que cierto huracán caribeño, con nombre de mujer lasciva,
arruinó y lanzó al mar terminando de cuajo con una infancia
que jugó a empinar barriletes en sitios equivocados y a
dejarse llevar por chivichanas cuesta abajo por las empinadas
calles de una ciudad decadente y ruinosa, casi a oscuras
que aún se ufana de sus trofeos de guerra como dama indigna
y luego se tapa la cara con un abanico para que no veamos
tanto rubor en las mejillas y las ojeras del hambre y las malas noches.
Ahora estremecido por momentos del bochorno de la tarde
escuchamos a mi hijo con su trompeta romper la mudez
del nuevo barrio, (esa Flores Sur-Habana bella)
con su partitura dedicada al fantasma de la ópera
y le vemos crecer tan de repente en el exilio porteño
mal abrigado y andarín entre retumbes de tambores y
bufandas perdidas en sitios oscuros
comiendo ravioles y empanadas salteñas donde le sorprenda
la noche o bajo las bóvedas catalanas de una casa expuesta
a todas las miradas furtivas y los comentarios extramuros
por su color demasiado rojo para ser “decente”, según
chismorrea mi vecina pacata.
Todo ha cambiado, pero sigo preservando ese árbol que
se cuela sin permiso por la ventana y salpica con sus hojas secas
(los días bonaerenses)
como el que tenía en la isla cuando se esfumaron mis extraños sueños
bajo una bandera pálida y alguna consigna que repetí hasta
(el desgano-inanición)
cuando comprendí que no puede ser opción legítima la Patria o la Muerte
(¡al pueblo denle la Vida!/No hay derecho; diría en mis días
de discursos panfletarios).
En mis bolsillos me traje aquellos pequeños huevos de codorniz
que mi padre freía en la vieja sartén del patio para ser mejor marido,
el San Lázaro de yeso de mi madre que me protege
y el mantel blanco que mi abuela zurcía con una aguja de plata
adquirida en un concurso televisivo promovido por el
aséptico Jabón Candado,
aquel lino blanco de pichón, salpicado de frutas alegres, que
era su principal orgullo los domingos cuando alistaba su mejor
almuerzo “de pobres, pero con dignidad” y nos sentaba a todos
cansinamente en la mesa
como-un-destino-rito-familiar-irrevocable.
Con qué espejos nos miraremos dentro de algunos años
(en esta geografía de circunnavegante / en este espacio sin fronteras)
cuando olvidemos entre la confusión del vino y las noches de otro sitio
bajo la lumbre de un hogar-ave de paso demasiado tibio, que juega a ser el trópico todas las canciones de Omara Portuondo que cantamos
y aquella pañoleta azul alondra, cual vórtice de silencio-ojo de tempestad
que siempre guardamos por temor a perder la niñez para siempre.
Y pensar que han pasado casi cincuenta años pero sigo hablando con el
plural de modestia, que me enseñó mi primera maestra
en una ignota escuelita de barrio
y cargo con esa tribulación constante de peregrino-desata nudos,
quebrando guetos, trazando nuevas cartografías
y cargando maletas al rescate de una extraviada fe,
con aquella premonición-nave-de-añil-que-me-flagela,
intentando borronear (ya sin censura) todo lo que se me antoje
en la corteza de los árboles/
aunque no perduren ni siquiera los malos restos
de-mis-pasados-festejos-nocturnos.
19 de agosto/08, tranquilidad de la oficina de prensa.
es menester empezar a abandonar los atajos”
Lidia Cabrera, en “Cuentos Negros”.
Alguna vez soñamos con recuperarlo todo,
desde la ventana azul, repleta de termitas
hasta el escaparate antiguo y aquel juego de
cuarto de la abuela rica, aquel biombo laqueado
de blanco-inmaculado con pequeñas figurillas chinas
que hacían mohines a los transeúntes y
buscaban en los zaguanes el lugar preciso para su
rito de geishas pudorosas con cintas de seda en los pies.
Deliramos con entrar y salir a piaccere
(trazar una nueva orilla)
dentro de aquella casa con olor a arenas movedizas
(como aquel caimán de isla)
que cierto huracán caribeño, con nombre de mujer lasciva,
arruinó y lanzó al mar terminando de cuajo con una infancia
que jugó a empinar barriletes en sitios equivocados y a
dejarse llevar por chivichanas cuesta abajo por las empinadas
calles de una ciudad decadente y ruinosa, casi a oscuras
que aún se ufana de sus trofeos de guerra como dama indigna
y luego se tapa la cara con un abanico para que no veamos
tanto rubor en las mejillas y las ojeras del hambre y las malas noches.
Ahora estremecido por momentos del bochorno de la tarde
escuchamos a mi hijo con su trompeta romper la mudez
del nuevo barrio, (esa Flores Sur-Habana bella)
con su partitura dedicada al fantasma de la ópera
y le vemos crecer tan de repente en el exilio porteño
mal abrigado y andarín entre retumbes de tambores y
bufandas perdidas en sitios oscuros
comiendo ravioles y empanadas salteñas donde le sorprenda
la noche o bajo las bóvedas catalanas de una casa expuesta
a todas las miradas furtivas y los comentarios extramuros
por su color demasiado rojo para ser “decente”, según
chismorrea mi vecina pacata.
Todo ha cambiado, pero sigo preservando ese árbol que
se cuela sin permiso por la ventana y salpica con sus hojas secas
(los días bonaerenses)
como el que tenía en la isla cuando se esfumaron mis extraños sueños
bajo una bandera pálida y alguna consigna que repetí hasta
(el desgano-inanición)
cuando comprendí que no puede ser opción legítima la Patria o la Muerte
(¡al pueblo denle la Vida!/No hay derecho; diría en mis días
de discursos panfletarios).
En mis bolsillos me traje aquellos pequeños huevos de codorniz
que mi padre freía en la vieja sartén del patio para ser mejor marido,
el San Lázaro de yeso de mi madre que me protege
y el mantel blanco que mi abuela zurcía con una aguja de plata
adquirida en un concurso televisivo promovido por el
aséptico Jabón Candado,
aquel lino blanco de pichón, salpicado de frutas alegres, que
era su principal orgullo los domingos cuando alistaba su mejor
almuerzo “de pobres, pero con dignidad” y nos sentaba a todos
cansinamente en la mesa
como-un-destino-rito-familiar-irrevocable.
Con qué espejos nos miraremos dentro de algunos años
(en esta geografía de circunnavegante / en este espacio sin fronteras)
cuando olvidemos entre la confusión del vino y las noches de otro sitio
bajo la lumbre de un hogar-ave de paso demasiado tibio, que juega a ser el trópico todas las canciones de Omara Portuondo que cantamos
y aquella pañoleta azul alondra, cual vórtice de silencio-ojo de tempestad
que siempre guardamos por temor a perder la niñez para siempre.
Y pensar que han pasado casi cincuenta años pero sigo hablando con el
plural de modestia, que me enseñó mi primera maestra
en una ignota escuelita de barrio
y cargo con esa tribulación constante de peregrino-desata nudos,
quebrando guetos, trazando nuevas cartografías
y cargando maletas al rescate de una extraviada fe,
con aquella premonición-nave-de-añil-que-me-flagela,
intentando borronear (ya sin censura) todo lo que se me antoje
en la corteza de los árboles/
aunque no perduren ni siquiera los malos restos
de-mis-pasados-festejos-nocturnos.
19 de agosto/08, tranquilidad de la oficina de prensa.
Isla
adversa
"Dentro están las cosas en su sitio
las crestas
el azul
las heces apacibles (...)"
”Apremios” (1989), Ada Elba Pérez.
el mar se me suicidó a pedazos,
fue cayendo poco a poco, a mansalva
dentro de mi corazón
y terminó inundándolo.
con él se fugó toda la extensión de la playa
y el sabor de algún rocío extraño
cuando soñaba con la inmensidad
que no se alcanza.
soy testigo de cierta obcecación insular
las crestas
el azul
las heces apacibles (...)"
”Apremios” (1989), Ada Elba Pérez.
el mar se me suicidó a pedazos,
fue cayendo poco a poco, a mansalva
dentro de mi corazón
y terminó inundándolo.
con él se fugó toda la extensión de la playa
y el sabor de algún rocío extraño
cuando soñaba con la inmensidad
que no se alcanza.
soy testigo de cierta obcecación insular
que no conoce límites
cuando las olas baten contra los farallones
y hacen peligrar el mustio silencio de inoportunas ceguedades.
cuando las olas baten contra los farallones
y hacen peligrar el mustio silencio de inoportunas ceguedades.
He subido hasta mi último peldaño para reencontrar
su inmensidad, para escuchar su rumor oscuro
rodeándolo todo
y apenas alcanzo a divisar su traicionera calma
su espesura de signos su encantadora embriaguez
su bofetada traidora justo al borde de un camino
que alguien denominó encrucijada.
Siempre soñé con el mar y su ademán de sombras
infinita frontera entre tanto viento y territorio
blasfemia desaforada que reniega de códigos y dobleces
y lo engulle todo.
Mi mar es otra mentira entre ceja y ceja
una fiesta antigua otra alegoría que me salva/
procacidad convertida en largo sufrimiento
apodada trampa, cárcel, cerco, concilio, simulación, desconcierto.
Mi mar es una isla adversa/
otra frontera innecesaria.
su inmensidad, para escuchar su rumor oscuro
rodeándolo todo
y apenas alcanzo a divisar su traicionera calma
su espesura de signos su encantadora embriaguez
su bofetada traidora justo al borde de un camino
que alguien denominó encrucijada.
Siempre soñé con el mar y su ademán de sombras
infinita frontera entre tanto viento y territorio
blasfemia desaforada que reniega de códigos y dobleces
y lo engulle todo.
Mi mar es otra mentira entre ceja y ceja
una fiesta antigua otra alegoría que me salva/
procacidad convertida en largo sufrimiento
apodada trampa, cárcel, cerco, concilio, simulación, desconcierto.
Mi mar es una isla adversa/
otra frontera innecesaria.
Buenos Aires, Sin
mar.
Alivio para los malos ojos
“Lo difícil es
crear cuando el contexto real desaparece
y se imponen las íntimas fronteras”.
Rasa Todosijevic.
Vuelvo a mi maderamen, a mi mascarón de proa sureño
e intento recomponer mis propias sensaciones,
tiro los frascos vacíos del after shave, del pasado verano/
que se amontonan en el botiquín de mi baño,
donde el espejo yace cubierto por una tela blanca para evitar forcejeos
con el adolescente que fui de pelo enrulado y bigote rojo/
excreto – acuclillado - mis propias vahos en el sanitario
e intento un culto vudú que me devuelva sin rompimientos
ni límites a mi primigenia tribu/.
pero ahora sólo encuentro pájaros de mal agüero y vaticinios foráneos/
macumbas que regurgitan en las márgenes
e intentan meterse dentro/
mezclo mis hojas de papel con agua, las macero y las pongo al sol
con canela de Ceilán comprada en ciertas ruinas peruanas
pues preciso de cuartillas re-blancas, re-puras, re-indoloras
morir vivo ante cada idea, ante cada golpe de teclado, re-crear
viejos párrafos enlutados del almanaque, volverlos a sentir lacerantes,
en fuga hacia el interior de alguna vieja maleta que ya no uso
en la que se carcomen y gangrenan los álbumes fotográficos
(que ya no veo).
No son estaciones de entibiados parlamentos,
de palabras fútiles y pútridas, de oquedades políticas
de bajo perfil enfundadas en discursos obsoletos y sesentistas
prefiero escuchar a Edith Piaf macerar “La vie en Rose”
amargado karaoke para las tardes de burdel de su infancia,
lejos del circo donde creció.
En una esquina del aposento, tras mi espalda
una decena de arañas tejen baquianamente su red para
evitar aludes pretéritos y lastimaduras de antaño/
yo no quiero re-vivir añejas utopías sólo difuminarlas
en mi cristalizada masa neurodegenerativa por el Alzheimer/
padezco, siento todavía la luz sin artificio que se cuela
por un hueco casi cinematográfico del cristal de la ventana
donde alguien miró sin sobresaltos algunas
celebraciones profanas.
Acullá, los monjes suben al campanario
lanzan su quejido matinal que rebota contra la vereda
y la impasible bóveda del techo/
hilvanan sus cánticos y rezos, antes de tener otra orgía
pendular en las celdas de enclaustramiento,
donde dicen rezar a Dios, sólo que lo hacen largas veces
al día y las ojeras los delatan/ hipan, se tocan,
beben y gozan sin impudor/
desde mi almohada puedo sentirlos aparearse de placer,
ensalivarse los ojos y no pronunciar ni una sola sílaba
pues tienen prohibido hablarse/
quizás para no sentir los inmemoriales rencores mundanos.
Luego, en la noche van al río color león y lavan sus partes pudendas
y allí paz y en el cielo gloria.
Por dónde andaría yo cuando el comete Halley surcó la tierra y
dejó su traza imprecisa de suicidios en caída libre
qué frontera cruzaba, qué Paso de los Libres recorría
cuando colapsaban las bolsas del mundo y se licuaban los pasivos
del Banco Lehman Brothers,
hacia qué lugar volaba cuando alguien que quiero cerró sus ojos.
Al parecer, nada se puede ya contra los malos ojos.
15-10- 2008. Viejo poema
Día de fútbol entre Argentina y Chile.
y se imponen las íntimas fronteras”.
Rasa Todosijevic.
Vuelvo a mi maderamen, a mi mascarón de proa sureño
e intento recomponer mis propias sensaciones,
tiro los frascos vacíos del after shave, del pasado verano/
que se amontonan en el botiquín de mi baño,
donde el espejo yace cubierto por una tela blanca para evitar forcejeos
con el adolescente que fui de pelo enrulado y bigote rojo/
excreto – acuclillado - mis propias vahos en el sanitario
e intento un culto vudú que me devuelva sin rompimientos
ni límites a mi primigenia tribu/.
pero ahora sólo encuentro pájaros de mal agüero y vaticinios foráneos/
macumbas que regurgitan en las márgenes
e intentan meterse dentro/
mezclo mis hojas de papel con agua, las macero y las pongo al sol
con canela de Ceilán comprada en ciertas ruinas peruanas
pues preciso de cuartillas re-blancas, re-puras, re-indoloras
morir vivo ante cada idea, ante cada golpe de teclado, re-crear
viejos párrafos enlutados del almanaque, volverlos a sentir lacerantes,
en fuga hacia el interior de alguna vieja maleta que ya no uso
en la que se carcomen y gangrenan los álbumes fotográficos
(que ya no veo).
No son estaciones de entibiados parlamentos,
de palabras fútiles y pútridas, de oquedades políticas
de bajo perfil enfundadas en discursos obsoletos y sesentistas
prefiero escuchar a Edith Piaf macerar “La vie en Rose”
amargado karaoke para las tardes de burdel de su infancia,
lejos del circo donde creció.
En una esquina del aposento, tras mi espalda
una decena de arañas tejen baquianamente su red para
evitar aludes pretéritos y lastimaduras de antaño/
yo no quiero re-vivir añejas utopías sólo difuminarlas
en mi cristalizada masa neurodegenerativa por el Alzheimer/
padezco, siento todavía la luz sin artificio que se cuela
por un hueco casi cinematográfico del cristal de la ventana
donde alguien miró sin sobresaltos algunas
celebraciones profanas.
Acullá, los monjes suben al campanario
lanzan su quejido matinal que rebota contra la vereda
y la impasible bóveda del techo/
hilvanan sus cánticos y rezos, antes de tener otra orgía
pendular en las celdas de enclaustramiento,
donde dicen rezar a Dios, sólo que lo hacen largas veces
al día y las ojeras los delatan/ hipan, se tocan,
beben y gozan sin impudor/
desde mi almohada puedo sentirlos aparearse de placer,
ensalivarse los ojos y no pronunciar ni una sola sílaba
pues tienen prohibido hablarse/
quizás para no sentir los inmemoriales rencores mundanos.
Luego, en la noche van al río color león y lavan sus partes pudendas
y allí paz y en el cielo gloria.
Por dónde andaría yo cuando el comete Halley surcó la tierra y
dejó su traza imprecisa de suicidios en caída libre
qué frontera cruzaba, qué Paso de los Libres recorría
cuando colapsaban las bolsas del mundo y se licuaban los pasivos
del Banco Lehman Brothers,
hacia qué lugar volaba cuando alguien que quiero cerró sus ojos.
Al parecer, nada se puede ya contra los malos ojos.
15-10- 2008. Viejo poema
Día de fútbol entre Argentina y Chile.
Levedad
“Cuando llegue
el momento,/
aunque sea tarde y te apresuren (...)
trata de dejarlo para siempre/
en el rincón más limpio de la casa”
“El Emigrante””, de Reinaldo García Ramos..
Deseábamos construir en esa ciudad nuestra Babel,
una torre de pulmones, energías y tendones
sin huesos ni talones para maquillar la cotidianidad/
que recordara austeras
civilizaciones, cofradías que lo dieron todo sin pedir nada
y hasta calentaron la tierra para
engendrar la piadosa cosecha/
el tiempo del mayo festivo para contagiar los ritos
de cánticos verosímiles.
Entonces subíamos a buscar el tren
que cruzaba como fantasma agónico tras
nuestras espaldas y sobrevolaba ígneo por
dentro de las estancias, cuando la caña comenzaba a
madurar y sólo era permitido oler su dulce acidez/
aquella baranda de melaza que envolvía las sábanas
y las almohadas cuando las puertas cerraban y
daban paso a las más plurales ceremonias de los amantes/
acaloradas celebraciones de una utopía que nos devolvía
obscenos hasta la vergüenza.
Queríamos regresar (¿quién no lo desea?)/
aunque más no fuera unos segundos
a aquel césped recién castrado en el patio escolar, a la hora
del recreo,
cuando el ciprés azul mecía sus hélices y manoteaba
entonando sus vítores de guerra
detrás de las postigos que las conserjes clausuraban
por temor a una estampida masiva
de cerebros pulverizados por tanto teorema y dogma
recitado impunemente, chapuceramente como expiación
de perro ciego.
Y era aquel pedazo de isla el precipicio de nuestros cielos/
aquella cartografía que se acodaba a los límites
que reventaba el mar como bastión, con la parsimonia
de quien aniquilaba olvidos y diseñaba estratagemas perdidas
para cuando estuviera ausente
o acaso la primigenia ilusión remachada hasta la credulidad
con clavos comatosos en los libros y periódicos oficiales/
palabras peces/ palabras poses/
palabras clanes/ imperfectas palabras
que sirvieran de escarmiento y mordaza
para el desprecio o la veneración.
Nos decían que más allá estaba el borde... la nada/
las expiaciones perennes alrededor del fuego para los Ícaros
y que perderíamos para siempre el laberinto de Creta
exacerbaban los desazones, nuestras propias desconfianzas
sin pensar que cierto día el alambre partiría y todo caería por
su propio peso.
Ahora, que muchas botellas naufragan y tuercen derroteros
en orillas lejanas, cuando los tsunamis doblan rumbos
sin premeditación, pero con alevosía/
muestro mis alas chamuscadas, convulsivas, excoriadas,
como trofeos de vetustas confrontaciones
explorando otras plazas ya sin tantas alucinaciones ni fábulas,
magros ejercicios de transmutación que me arrastran
a otros confines ficcionales,
aunque más no precise de otro tironeo de mano,
de un zarpazo de ahogado/ quizás de otra gabarra
o acaso (con menos pretensiones)
de un jirón de piel para mantenerme a flote.
Buenos Aires, 29 octubre de 2008.
aunque sea tarde y te apresuren (...)
trata de dejarlo para siempre/
en el rincón más limpio de la casa”
“El Emigrante””, de Reinaldo García Ramos..
Deseábamos construir en esa ciudad nuestra Babel,
una torre de pulmones, energías y tendones
sin huesos ni talones para maquillar la cotidianidad/
que recordara austeras
civilizaciones, cofradías que lo dieron todo sin pedir nada
y hasta calentaron la tierra para
engendrar la piadosa cosecha/
el tiempo del mayo festivo para contagiar los ritos
de cánticos verosímiles.
Entonces subíamos a buscar el tren
que cruzaba como fantasma agónico tras
nuestras espaldas y sobrevolaba ígneo por
dentro de las estancias, cuando la caña comenzaba a
madurar y sólo era permitido oler su dulce acidez/
aquella baranda de melaza que envolvía las sábanas
y las almohadas cuando las puertas cerraban y
daban paso a las más plurales ceremonias de los amantes/
acaloradas celebraciones de una utopía que nos devolvía
obscenos hasta la vergüenza.
Queríamos regresar (¿quién no lo desea?)/
aunque más no fuera unos segundos
a aquel césped recién castrado en el patio escolar, a la hora
del recreo,
cuando el ciprés azul mecía sus hélices y manoteaba
entonando sus vítores de guerra
detrás de las postigos que las conserjes clausuraban
por temor a una estampida masiva
de cerebros pulverizados por tanto teorema y dogma
recitado impunemente, chapuceramente como expiación
de perro ciego.
Y era aquel pedazo de isla el precipicio de nuestros cielos/
aquella cartografía que se acodaba a los límites
que reventaba el mar como bastión, con la parsimonia
de quien aniquilaba olvidos y diseñaba estratagemas perdidas
para cuando estuviera ausente
o acaso la primigenia ilusión remachada hasta la credulidad
con clavos comatosos en los libros y periódicos oficiales/
palabras peces/ palabras poses/
palabras clanes/ imperfectas palabras
que sirvieran de escarmiento y mordaza
para el desprecio o la veneración.
Nos decían que más allá estaba el borde... la nada/
las expiaciones perennes alrededor del fuego para los Ícaros
y que perderíamos para siempre el laberinto de Creta
exacerbaban los desazones, nuestras propias desconfianzas
sin pensar que cierto día el alambre partiría y todo caería por
su propio peso.
Ahora, que muchas botellas naufragan y tuercen derroteros
en orillas lejanas, cuando los tsunamis doblan rumbos
sin premeditación, pero con alevosía/
muestro mis alas chamuscadas, convulsivas, excoriadas,
como trofeos de vetustas confrontaciones
explorando otras plazas ya sin tantas alucinaciones ni fábulas,
magros ejercicios de transmutación que me arrastran
a otros confines ficcionales,
aunque más no precise de otro tironeo de mano,
de un zarpazo de ahogado/ quizás de otra gabarra
o acaso (con menos pretensiones)
de un jirón de piel para mantenerme a flote.
Buenos Aires, 29 octubre de 2008.
Lejanía-cercanía
“El ser humano
se evapora, la obra queda”.
Cundo Bermúdez, artista mayor
(Septiembre 1914/ 30 Octubre 2008).
Primero fue el brochazo estridente, el rojo púrpura/
que encogía el corazón enfermo
el gentío fue llegando sólo; anclaban sin consentimiento
como perlas entre las piernas o tras el azabache negro/
sin melindre posaban
como Dios los trajo al mundo. En definitiva, para los insulares
el recato murió apaleado por la espinazo, atributos de vivir
sin zapatos para estar en contacto con el barro,
en el límite,
apretujado frente a una ola o entre capiteles
y columnas que siempre están por desplomarse/
tras mamparas que sólo sirven para albergar
flirteos y liviandades,
simples garabatos para guindar los trapos coloridos
o disimular algún Eleguá
que en las noches resuelva encrucijadas y
lance sus palos de monte para complacer
la risa del kerekete y limpiar con manteca de corojo
las puertas del paraíso.
Después asomaron los pregones de las caseritas
que conquistaban las escaleras de los solares
camino a algún toque de tambor, mezclados con el
cántico de las castañuelas o el maullido de alguna
gata en celo
que se dejaba afincar justo cuando la vitrola
restregaba una calenturienta conga santiaguera
(la mejor música para pasar al más allá
y gozar del más acá).
El pincel seguía hurgando sobre el lienzo, apuñalando
el aroma del batey y el tufo del mar que llegaba desde lejos/
raro ajiaco criollo para morir de embriaguez,
sobre todo cuando se está en la otra orilla
la forastera-la menos compacta-la peregrina.
Las plazoletas achicharradas por la lumbre y los ojos casi ciegos
(¿habrían percibido demasiado?),
eran, entonces, delgados contrapunteos entre lo humano y divino,
sumatorias de todas las vilezas y las caridades de este mundo/
paisaje dilatado contra la rechifla de un viejo vapor sin regreso.
Las manos tropezaban como aspas por sobre el contrabajo muerto,
escudriñando esa rara placidez donde reposar del cansancio
de tantas noches de vigilia y ramalazos en el pecho/.
“El destierro siempre cuesta caro”, maldecía el pintor
y mascullaba su rezo espantamuertos/
era la única manera de poder seguir perenne frente al lienzo,
(Aquel, su perímetro privado y difuso).
Hoy, que el último adelantado ya no puebla la pintura
azul con fondo naranja
cuando apenas se evapora el hedor del aguarrás y las temperas
para la sobremesa y alguna que otra siesta prolongada
con dolores en la espalda/
se colorea por siempre su huella bifurcada bajo el limonero
de algún patio bohemio habanero
y cierta playa art decó de yates blancos.
30-10-2008.
Cundo Bermúdez, artista mayor
(Septiembre 1914/ 30 Octubre 2008).
Primero fue el brochazo estridente, el rojo púrpura/
que encogía el corazón enfermo
el gentío fue llegando sólo; anclaban sin consentimiento
como perlas entre las piernas o tras el azabache negro/
sin melindre posaban
como Dios los trajo al mundo. En definitiva, para los insulares
el recato murió apaleado por la espinazo, atributos de vivir
sin zapatos para estar en contacto con el barro,
en el límite,
apretujado frente a una ola o entre capiteles
y columnas que siempre están por desplomarse/
tras mamparas que sólo sirven para albergar
flirteos y liviandades,
simples garabatos para guindar los trapos coloridos
o disimular algún Eleguá
que en las noches resuelva encrucijadas y
lance sus palos de monte para complacer
la risa del kerekete y limpiar con manteca de corojo
las puertas del paraíso.
Después asomaron los pregones de las caseritas
que conquistaban las escaleras de los solares
camino a algún toque de tambor, mezclados con el
cántico de las castañuelas o el maullido de alguna
gata en celo
que se dejaba afincar justo cuando la vitrola
restregaba una calenturienta conga santiaguera
(la mejor música para pasar al más allá
y gozar del más acá).
El pincel seguía hurgando sobre el lienzo, apuñalando
el aroma del batey y el tufo del mar que llegaba desde lejos/
raro ajiaco criollo para morir de embriaguez,
sobre todo cuando se está en la otra orilla
la forastera-la menos compacta-la peregrina.
Las plazoletas achicharradas por la lumbre y los ojos casi ciegos
(¿habrían percibido demasiado?),
eran, entonces, delgados contrapunteos entre lo humano y divino,
sumatorias de todas las vilezas y las caridades de este mundo/
paisaje dilatado contra la rechifla de un viejo vapor sin regreso.
Las manos tropezaban como aspas por sobre el contrabajo muerto,
escudriñando esa rara placidez donde reposar del cansancio
de tantas noches de vigilia y ramalazos en el pecho/.
“El destierro siempre cuesta caro”, maldecía el pintor
y mascullaba su rezo espantamuertos/
era la única manera de poder seguir perenne frente al lienzo,
(Aquel, su perímetro privado y difuso).
Hoy, que el último adelantado ya no puebla la pintura
azul con fondo naranja
cuando apenas se evapora el hedor del aguarrás y las temperas
para la sobremesa y alguna que otra siesta prolongada
con dolores en la espalda/
se colorea por siempre su huella bifurcada bajo el limonero
de algún patio bohemio habanero
y cierta playa art decó de yates blancos.
30-10-2008.
Rutina del apátrida
“(…) Mi cuerpo
extendido y seccionado sobre las espaldas de la noche es ahora un recipiente
intranquilo (…)”.
Javier Ubalde
Enríquez, en “Grial”
Estornudo espaciada, gélidamente contra el cristal de la ventana
en sentido inverso al aire y las partículas de mi saliva
explotan y se fecundan unas a otras en un festín casi orgiástico/
patológico-endémico que desintegra el esputo a la luz de la luna opalina
haciendo muecas y malabares contra el vidrio manchado
que demorará mucho tiempo en volver a ser transparente.
Recorro con la vista – entonces - la calle que yace como un trozo de sal
y observo salir del consultorio del psicoanalista de enfrente a una chica
con cara de suicida que se ordena el cabello como si compusiera su vida a
sorbos
para no seguir intentándolo sin éxito… la próxima vez no será un cóctel de
sedantes con boleros de fondo, sino una soga puesta en el horcón más alto de su
cuarto… lo vislumbro… y entonces ya no llegará nadie a tiempo y habrá cumplido
estelarmente su anónima tarea. Retuerzo mis manos secas, cuarteadas y pálidas
que empiezan a carcomerse contra el teclado de la computadora con ese síndrome
del túnel carpiano (patología de la modernidad) que corroe mis músculos
tumefactos y me hace tomar antinflamatorios todas las noches antes de
acostarme. A estás alturas ya no sé si es una evasión necesaria o son las
ansias de paliar otros dolores más espirituales que no cesan, sobre todo en las
madrugadas cuando cierro la puerta del cuarto
y los recuerdos del destierro mueven
la vieja mecedora. El retrato de mi madre yace glacial en mi mesa de luz entre
fotos de viajes soñados que ella nunca pudo realizar, ni imaginó…escapatorias
que quedarán encerradas en pequeños marcos comprados en algún negocio con
publicidad de Kodak y promociones vacacionales de 35 fotos por quince pesos.
Limpio mis gestos inútiles y arranco mis miedos de fin de semana dentro del
cuaderno de bitácoras que tengo en la web/ narcisismo vitrina de palabras que
retumbarán como barcazas que jamás llegarán a destino cierto por impericia de
su timonel. Estiro mis huesos como un puñado denso de azotes que dudan,
convertidos en trizas dibujadas con cenizas bajo mi piel. Afuera la lluvia
retuerce rumbos entre mil y una historia censurada y los amantes se esconden en
los zaguanes para propinarse sus placeres más carnales con crepitaciones de
cuerpos consumidos por el fuego eterno y el alcohol. Entierro mi pasado nómada
entre fotos sepias de reportero de guerra en lugares inhóspitos que escudriño
de reojo y un charco de tinta que derramé sobre la alfombra con la
despreocupación de aquel que quemó sus naves en la otra orilla sin temor a dar
el peor ejemplo y terminar entre barrotes y olores amoniacales o al pie de una
fosa ignota. Me llevé un país en la palma de la mano y ahora no sé en qué
bolsillos colocarle sin sentir la culpa del apátrida que ya no desea un pronto
regreso. Exhalo gélidamente un suspiro dolorido y una vez más siento que la
vida tiene esas pequeñas emboscadas… celadas de rutina dominical que terminará -
si no termino pronto- empañando esta delirante descarga con ínfulas de
trasnoche en algún viejo cine triple X de barrio, con penas de mugre y humedad
rancia.
Buenos
Aires, 27 de agosto/2010.
Ya sin naves
para incinerar.
Exilio
"(...) de vez
en cuando alguno -como yo- se salió de la fila
hizo
silencio/ se fue desvaneciendo atrás (...)"
“Poema
XIX”, de Juan Antonio Molina
Somos la
dadivosa señal de la verdad que mutila
el febril
encanto de los suplicantes a la hora de la cena,
la irrefutable
muerte de los e-mails dentro de las computadoras del mundo,
la jubilosa
pústula revoloteando en medio de los otros huesos.
Ni una sola
pregunta ante la urdimbre de los himnos que cantamos
el hartazgo nos
llenó la lengua de injurias y cánticos condenatorios
y terminamos
ejecutados con nuestro insincero atiborramiento
con el estómago
atravesado por tanta hipocresía de la inoperancia.
También yo
tengo muchos amigos que están en el exilio
se fueron
marchando con la cabeza baja y los bolsillos cuajados de
incertidumbres/
y terminaron fregando copas en bares de medio pelo
o deshollinando
mingitorios en elegantes cafés del mundo.
Aún me quita el
sueño tanta diáspora y renunciación
eran casi
siempre los mejores en todo,
pero siempre
fueron pésimos simuladores.
Yo terminé
pintando un avión sobre una hoja blanca
pues le tengo
fobia a los botes sobre la corriente
y conseguí
aligerar mi equipaje de atavismos y ciertas ideas
suicidas que
rondan justo antes de entrar en las fauces del lobo.
Ahora todo
quedó detrás. Pero aún las oficinas inmigratorias me siguen
demorando
por cautela
y mis
antecedentes penales se solicitan sin respuesta alguna.
Cada vez que
pienso en cuños y documentos
siento nauseas
ante tantas indefiniciones y esperanzas retrasadas
y me persigue
un deseo de lanzar mis excrecencias contra
toda la
xenofobia que pulula.
Empiezo por
admitir que en la querella contra los inmigrantes tipo A
mi nombre
quedará inscripto entre los abofeteados y peligrosos
que ya jamás
comulgarán con los discursos y festines oficiales.
Pleamar y bajamar
Pleamar y bajamar
“(…) Cuando
vengan por mí, solo hallarán estos islotes ensangrentados de mi hígado y un
trágico naufragio”.
”Quemar la
naves”, de Obdulio Feneto Noda.
Dentro de mi
corazón arrítmico un barco entra lento, casi espectral/
trata de
abarloarse a un subrepticio muelle en un puerto remoto
que le permita
atar fuertemente su cabo a la válvula mitral
y quedarse para
siempre entre sonidos atonales cuando cierre
mi válvula
aórtica y todo se torne mansamente siena e inerte.
Para entonces
tendré que abrir nuevamente las compuertas,
dejar que todo
fluya en la acequia/ que rebalse de glóbulos rojos
las entrañas en
ese ir y venir del ciclo,/ que todo se inunde desde adentro, desde las vísceras
mismas del pozo ciego y rebote el eco que confunde la memoria y petrifica el
olvido. No sé como expatriar
esa maniobra
aventurada y predecible, que huele a escapatoria
y me deja
exánime para siempre, si las barcazas ya no quieren irrumpir
y hasta ese
fortuito bajel se lanza a una última aventura
a sabiendas de
que podría costarle cara y terminar desmembrado, ensangrentado contra el
hormigón de mis huesos.
Palidezco con
labios temblorosos y mirada sitiada
cuando el
pitido de la sirena se escapa afuera
y no puedo acallarlo
dentro, por más que lo intento.
No tengo
costumbre de ir con cara de lobo de mar entre
los recién
llegados a la escollera en la que se ha convertido mi pecho. Transgredo las
fronteras, los límites, las sombras de una nave
que entra al
embarcadero y termina engañada,
perdida entre
una tinta más dispersa que la sangre
y la humedad
que se escapa de mis ojos turbados.
Alguien - un
viajero sin abrigo - intenta arrojar desde la proa
algunas monedas
en señal de buen augurio, sin comprender
las razones por
las que el timonel teme que el mal tiempo nos escore y hunda.
Sin
explicaciones se da la orden del achique antes de permitir dejar el barco
y la banda de
música entona un himno lastimero con tufo a salitre muerto.
Y es que la
vida suele proceder así: entre pleamar y bajamar/
recalos y
despedidas apiñadas en tantos puertos
donde cada ola
es una anunciación de que muy pronto podremos divisar
la marea
mortecina que enmascara aquellos territorios
de migraciones y destierros.
10 de septiembre/2010,
sin embarcadero cerca.
Cómplices palabras.
”No creo en las
palabras (...) las he visto afirmar/ negar/ mentir/
al pie de los altares y
patíbulos”.
Armando de
Armas, “Sobre la brevedad de la ceniza”.
Las palabras se
incrustan mutiladas contra mis cristales
se parapetan en mi placard y
gimotean
tras
mis pasos,
heridas/
dolidas/ dañadas/ prostituidas/ cansadas
se desangran
bajo la escalera,
se tropiezan unas contra otras al borde del
abismo,
se tocan impúdicamente sin pensar en sus
géneros y concordancias/
en sus tildes y acentuaciones, en si son
diptongos o triptongos/ llanas o agudas, sin recato hacen el amor/
desfachatadas/ procaces/ sin pensar en el qué dirán/ sólo en el goce
momentáneo/ en la cabalgata cansina
de la vigilia,
en la agonía del naufragio, en los estertores de un faro sin olor a mar. Poco a
poco se travisten, se camuflan como voces cómplices aquí en esta noche sobre mi
mesa de luz, tras los ojos y los rictus de las máscaras que cuelgan en mi sala.
Se escabullen dentro de la almohada y no me dejan respirar, me cortan el
aliento,
pues temen
descomponerse, infectarse, destriparse, engullirse, perecer en el intento/ su
egoísta espíritu de trascendencia las malogra (¡y las salva!), las entierra
bajo el lodo de un monótono cementerio en La Tablada,
las enferma de
miedo y lo que es peor... les nubla el entendimiento, la razón.
Mis palabras
confunden fronteras, geografías, nortes y sures
galopan
histriónicas por el mundo, con caras de mosquitas muertas
o
malsanos rubores egocéntricos,
arder en la
pira son sus sinos, cenizas sus afanes/ mojarse hasta los huesos su tarea/ son
como las ausencias de una Habana extramuros.
que ya me resulta extranjeramente ocre.
Mis palabras se
mueren de tedio, gritan, insultan sin sentido/ se matan de risa
con afilada boca
diseñan su
orgía, su festín de vida o muerte....Cortadas a la medida
se lanzan tras
su presa/ desvarían por un elogio que les levante el ánimo/ por un secreto que
contar/ juntas trazan estrategias de ataques y lisonjas: antípodas de un plan
mayor para el momento oportuno/ para la hora de la puñalada por la espalda. Mis
palabras buscan una camisa de fuerza, algún psicofármaco para sedar ciertas
botellas de vino para seducir, se quitan su polvo y su carcoma y lo hacen con
profesionalidad,
con sutilezas
universitarias, con estudiada altanería de diccionario enciclopédico español.
En definitiva, son ellas – todas- un amasijo de hierros mohosos, un brebaje hecho ex profeso para colegialas y
malevos,
charcas
putrefactas donde se hospedan larvas de mosquitos,
perfumes de free
shop de algún viejo aeropuerto sin controlador aéreo.
Peregrinas, sin
concilio, traman su partida y su llegada
diseñan su
reducto/ buscan su buhardilla, su telo, su letargo, su vigilia.
Por eso, cuando
cierro la boca me atraganto, vomito, me mareo
sube mi presión
arterial/ una rara sensación de acidez
se hospeda bajo
mi lengua y sale fétidamente hacia fuera.
Por eso es que
soy también de los que nunca ha creído en ellas,
las colecciono
en frascos asépticos para los días de exámenes de sangre
y análisis de
orina e intento, de vez en cuando - y por desquite –
empujarlas por
el tragante del baño, a donde van a parar
todos
los miasmas pútridos del día.
Buenos
Aires, ya sin palabras, 9-03-2007.
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