lunes, 20 de febrero de 2017

El Guernica como camposanto




Por Juan Carlos Rivera Quintana 

No dejan tirar fotos, pero el “Guernica”, de Pablo Picasso, está ahí en pleno centro de una de las salas principales del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, en España. Y basta tan sólo 50 ó 60 segundos – delante del lienzo, de 350 por 780 centímetros - para que se me quede impregnado para siempre en las retinas y los ojos se me comiencen a poblar de lágrimas. A su alrededor la gente se arremolina irremediablemente y guarda un silencio casi sagrado, como si estuviera en un camposanto y todavía faltarán muchos más muertos por sepultar bajo la tierra.

Me paro a un costado y me parece sentir aún el bombardeo y los cazas de la Legión Cóndor alemana y la aviación legionaria italiana, con el consentimiento del dictador general Francisco Franco, sobrevolando mi cabeza y produciendo un estruendo atroz… casi macabramente el olor de la carne quemada penetra sin escrúpulos mis fosas nasales y se adhiere a la piel. Tan sólo tres horas bastaron para destruir la ciudad vasca de Guernica, que quedó arrasada y donde murieron 1.600 civiles indefensos, aquella tarde del 26 de abril de 1937. 

Si tan sólo el genio creativo de Pablo Ruíz Picasso (Málaga, 1881-Mougins, Francia, 1973) hubiera pintado ese único lienzo, durante toda su existencia, igual le hubiera servido para pasar a la historia de la plástica contemporánea y universal, pues la obra es considerada el cuadro antibelicista más famoso del mundo, símbolo del horror de la guerra moderna, en general, y de las atrocidades de la Guerra Civil Española.

Sus orígenes se remontan a un encargo de un mural que, en 1937, el gobierno de la República Española, le hiciera al artista, para ser exhibido en el pabellón de ese país, de la Exposición Internacional de París, pero el genocidio en Guernica le sirvió al pintor como tema y denuncia de la crueldad humana. Cinco semanas fue el plazo de creación del monumental mural, con tintes grises, negros y blancos. Cuando fue exhibida por primera vez fascistas y comunistas la tildaron de “antisocial y degenerada” y desconcertó a muchos críticos y espectadores, que hasta cerraban los ojos para no ver tanta maldad humana, concentrada en una obra plástica. Se cuenta que por la obra, el artista cobró 150.000 francos franceses.

Se sabe que la tela era tan alta que el pintor español tuvo que inclinarla sobre un extremo de la pared de su taller parisino, situado en la céntrica Rue des Grands Augustins, para acomodarla y precisó de una escalera y pinceles, atados a palos de escoba, para alcanzar la parte superior del cuadro. Inspirado en los expresivos grabados de guerra, de Goya, Picasso concibió su expresivísimo mural en tonos grises con el empleo de algunas zonas claras y oscuras y gran sobriedad cromática, como imitando a una gran fotografía o un inmenso cartel, que develaba el universal ambiente de pesadilla por las secuelas de una guerra.

Los expertos y seguidores de la iconografía picassiana han estudiado que 45 esbozos, a manera de banco de imágenes, (algunos son exhibidos en la sala contigua, junto a sus post scriptum y fotografías de Dora Maar, relativas al proceso de creación de la tela y la maqueta del Pabellón de la República) sirvieron para componer todo el mural y con una estructura de tríptico, donde el caballo herido y atormentado, que grita, cuya lengua puntiaguda evoca la queja de las víctimas inocentes de la contienda bélica, ocupa el centro de todas las miradas. Luego, la imagen de la madre, a modo de pietá, de Miguel Ángel - una de las obras más representativas de la tradición católica occidental - que sostiene un hijo muerto y pide clemencia al cielo y abre sus dedos curvando el arco de su cuello con la boca abierta, produce un impacto emocional desgarrador, casi magnético e inexplicable. Un minotauro-toro con un tercer ojo y una forma humana distorsionada con una lámpara, como un Dios, intenta llevar luz, a modo de razón y progreso, a la caótica escena, donde sólo se enseñorea la oscuridad más mortal. 

La brutalidad contra la población civil y el flagelo armamentista de la militocracia, representados en el guerrero muerto y en los cuerpos humanos completamente descuartizados, como símbolos de la gran carnicería que sucedió en la villa vasca, constituyen los dos temas centrales del gran mural, en tanto su creador pensaba que la pintura “no se hacía para decorar pisos, sino para decir y denunciar lo que acontecía”.

La obra, una vez terminada, se convirtió en un icono de la resistencia republicana a las tropas franquistas y recorrió Europa, cruzó varias veces el Atlántico con el objetivo de remover conciencias y fue exhibida en Noruega, Dinamarca, Londres, Los Ángeles, San Francisco, Ohio, San Pablo y Berlín, hasta que el propio artista que no quería que la pieza fuera exhibida en España, hasta tanto no llegara la democracia y las libertades a su país, la depositó en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Fue, entonces, que en una espléndida mañana de otoño, del 10 de septiembre de 1981, el Boeing 747, Lope de Vega, de la aerolínea de Iberia, procedente del aeropuerto John F. Kennedy, de Nueva York, se posaba sobre la losa del aeropuerto de Barajas y su capitán anunciaba con la voz entrecortada a sus tripulantes y aún con los motores encendidos: “Señoras y señores, bienvenidos a Madrid: tengo que anunciarles que han venido acompañando al ‘Guernica’, de Picasso, a su regreso a España”. Los aplausos fueron prolongadísimos y el dato era cierto: en las bodegas del avión viajaba, en un operativo de mucha discreción, apodado “Operación Regreso”, el rollo de uno de los lienzos más cruciales de la historia plástica… toda una metáfora de la reconciliación.


Y el Guernica permanecería expuesto, por casi 11 años, en el Casón del Buen Retiro, del Museo del Prado, hasta su llegada, definitiva, en 1992, al Museo Reina Sofía, donde se muestra en la actualidad y como un gran camposanto sigue impresionándonos y vinculándose a la realidad política de cada momento que le toca vivir. 

miércoles, 15 de febrero de 2017

Retrato de Familia


                      En el barrio Conde Duque, de Malasaña, Madrid, España, febrero 2017.

Retrato de Familia


                            En el Río Senna, París, febrero 2017

Retrato de Familia


                          En la marina de Cannes, Francia, febrero 2017. 

Retrato de Familia

                                          
                                           Retrato en Madrid, España. Febrero 2017. 

Retrato de Familia


En Toledo, España, una ciudad milenaria donde confluyen católicos, musulmanes y judíos pacíficamente.