lunes, 29 de diciembre de 2014

Retrato navideño 2014.

             
                                                    This is not Santa.

Retrato de Paseo



Una obra de un artista del grafiti callejero, en el Shopping Distrito Arcos, ubicado en los terrenos de la ex-playa de maniobras del Ferrocarril San Martín y de las Bodegas Giol en Palermo, en Buenos Aires.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Retrato de Familia

Carlos Daniel, mi hijo y yo.

Miedos, poema de Juan Carlos Rivera Quintana





Obra plástica de Paul W. Ruiz.

Pasan los días
como el olor a Octubre en la ventana
pero el corazón de la hoja queda intacto
como una piedra en los ojos del ausente”.

Piedra o columna, de Israel Domínguez Pérez.


He visto tu cara entumecida por los rayos del sol bajo muchos cielos,
                                 que irrumpían desde la escotilla del avión,
pero ese rostro ya no tenía preguntas y las palabras escondidas en el equipaje de mano oreaban la brisa/
indiferentes a todas las turbulencias y las probabilidades de desastre.
He levantado mis dos alas… siempre lo hago…
para tocar esos límites que te dan fuerza,
Y sólo he podido manosear los escombros que definen
las fronteras/ el linde innecesario / el fuego que todo lo chamusca
aquel enfermizo aplomo-impiedad que tiñe nuestra agenda viajera,
Y poco se puede inventar… más que prolongar el periplo
Para que al fin todo caiga por su propia gravidez telúrica.
He sentido un cáustico vacío derramándose tras tus puertas
Al intentar abrir de par en par algunas ventanas tapiadas
Que daban a aquella arboleda-pulmón-de-oxígeno
Donde antaño reclinábamos las cabezas,
imaginando largos derroteros… difusas curvas…sinuosas trayectorias
que coronaron líneas suspendidas…nidos inaccesibles
socavones por donde ya nadie irrumpe,  
Pero ahora sólo quedan pálidos despojos de guerra,
Ticket de trenes de ambiguos itinerarios,
Aburridos cuartos de hotel para recostar el cuello manso,
amuletos escondidos en el patio de algún claustro,
fotos tardías en lugares ignotos que no serán exhibidas   
y terminarán difusas cuando el rocío agridulce caiga
Irremediablemente sobre nuestras cabezas.
Traspapelado como algún poema perturbado
cuando ya no queda otro remedio que marcharse,
he visto agonizar varios combates, echados por el fregadero de la cocina,
entonces – era muy joven - casi desconocía el tedio,
la necesidad de huída y las maletas seguían debajo de la cama
como torpe vaticinio para seguir aguardando otra escapatoria
                                                     que en algún momento se produciría/
con temor a otro viaje mutilador… al eterno éxodo del nunca acabar
                                 sin tiempos para finales beatíficos.
He visto bajo muchos cielos plomizos tu cara de ausencias
cuando mi cuerpo intentaba posarse sobre la pista escarchada y desconocida y sólo sentía preocupación por el tren de aterrizaje
                                                                 y la visibilidad. 
¡Oh, Díos mío, que no redoblen las palabras – como campanas - antes de cruzar los cielos porque todavía no sé si preciso una ceremonia salvaje
para ciertos miedos que me desconciertan siempre!

                                                                           7- octubre-2011
                                                        Buenos Aires, con lluvia pertinaz.

Londres y encontrar la pieza que falta



Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana

La ciudad de Londres me recuerda una hermosa canción de Adele, una de mis intérpretes británicas preferidas, que se titula: "Don't you remember" y que en una de sus estrofas dice con melancolía: “¿Cuándo te veré de nuevo. Te fuiste sin despedirte y ni una sola palabra dijiste... ni beso final para sellar cierta grieta. No tenía idea del estado en el que estábamos metidos. Se que tengo un corazón inestable y disgustado y una mirada desviada y una pesadez en mi cabeza. Pero... ¿no te acuerdas? La razón por la que me amaste antes. Cariño, por favor recuérdame una vez más (...) espero que puedas encontrar la pieza que te falta”. Esa urbe es como una gran pasión, una intensidad monumental e inolvidable… de esas que se tienen escasas veces en la vida, como salir a armar un rompecabezas y nunca encontrar la pieza que falta.

Y es que resulta casi chocante llegar a Londres, proveniente de Ámsterdam, un día de mucha lluvia y neblina y tomar un tren rápido que te lleva hasta la Victoria Estation, y en el trayecto ver el campo verdoso y apacible y las casitas todas iguales y modestas que rodean a la urbe y encontrarte, de pronto y casi de imprevisto, en medio de una ciudad imponente, rancia, que rebosa cultura y sofisticación, casi despampanante, con una tempo británico - también llamado la flema british - que recuerda las apacibles novelas de la escritora británica policial, Agatha Christie y su Miss Marple, aquella anciana de una calma e impasibilidad excesivas, residente de St. Mary Mead, un adorable pueblecito de las afueras londinense, que se las ingeniaba para descubrir muchos casos imposibles de desentrañar hasta por los inspectores de Scotland Yard.

Pero Londres es, hoy, calma y bullicio excesivo; serenidad y estrés turístico y hasta un poco de indiferencia y sosiego a orillas del Río Támesis, esa corriente pluvial que atraviesa la ciudad dividiéndola en dos partes y se integra, casi fotográficamente, a la vida cotidiana de sus lugareños y visitantes. Londres alberga a más de 7 millones de personas, de las cuales, más de un tercio, pertenece a alguna minoría étnica. De ahí que en sus calles, veredas y casas se hablen, en este mismo instante, cerca de 300 idiomas diferentes, en tanto la metrópoli contiene casi el 50 por ciento de la población de origen no inglesa que vive en Gran Bretaña, donde se destacan los indios, los negros y los bengalíes.

Y pensar, que durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) en la capital londinense las sirenas avisando los bombardeos aéreos enemigos y los apagones eran una constante, como también ver en el espacio a los bombarderos Luftwaffe disparando sobre el East End (barrio al este de la city). Por ello resulta casi una alucinación que una urbe que recibió en sus entrañas la explosión de 27 mil bombas que provocaron innumerables incendios, durante 57 noches seguidas y después, en forma intermitente durante seis meses, hoy sea una de los ciudades de mayor diversidad cultural, más hermosa y arboladas de Europa, con parques tan paradisíacos como el Hyde Park o el St. James’s Park, verdaderos pulmones verdes aislados del ajetreo citadino; el alma y el corazón de Inglaterra con museos, galerías, boutiques de moda, edificios patriarcales, mercadillos, salones de ópera y teatros, estadios de fútbol, conciertos y eclécticos restaurantes para todos los paladares y bolsillos.

De misterios, búsquedas y encuentros

Londres encierra muchos encantos y secretos, que no se pueden llegar a descubrir, y lo digo por experiencia, en un primer viaje de cuatro días. No por gusto cada año vienen a sus rincones buscando acercarse a sus más de 250 museos y galerías de arte (la mayoría con entrada gratuita) y sus 100 teatros con grandes y clásicos musicales y obras de Shakespeare en cartelera permanente casi 30 millones de turistas, flujo económico que según estimaciones oficiales, aporta al país más de 15 millones de libras de esterlinas al año.

Pero para comenzar el recorrido y el proceso de conocimiento de esta ciudad es preciso trazarse una estrategia y diseñar una agenda y no exagero. Hay tantos sitios para ver que es obligatorio organizarse. El West End, la zona más turística, que incluye el Soho; Trafalgar Square; Picadilly Circus; Leicester Square y Regent St. no se puede recorrer en un día. De allí me aventuro a recomendar iniciar el recorrido por el Palacio de Buckingham, donde se puede admirar la grandiosa fachada o visitar las salas del recinto, si están abiertas en ese momento. Después, caminar por el Parque St. James’s, un tranquilo pulmón verde de la ciudad y llegar hasta el Arco del Almirantazgo (Admiralty Arch) y de ahí al National Gallery, uno de los museos más interesantes y concurridos, cuyo origen se remonta a 1838 y a la colección privada de John Julius Argenstein, adquirida por el Estado, en 1824. En sus amplísimos fondos pictóricos europeo – de inquietud enciclopédica - pueden apreciarse invaluables colecciones de pintores del Renacimiento (posee el mayor y mejor depósito de pintura italiana fuera de ese país, con obras de Rafael, Tiziano o Piero della Francesca); pintura flamenca, del siglo XVII, con su joya: “La Venus en el espejo”, del pintor barroco Diego Velásquez y obras de Jan van Eyck; de Goya; una excelente colección de pintores holandeses, donde se destaca Van Gogh (con uno de sus cinco cuadros iguales de girasoles) y Rembrandt, entre otros.

Muy cerca está Picadilly Circus , una visita obligatoria en el centro de la metrópoli. La estatua de Eros, que en realidad representa al Ángel de la Caridad Cristiana y no al Dios del Amor, como muchos creen, es un buen lugar para emprender otros itinerarios, como el Barrio Chino con sus restaurantes más económicos. Quizás tomando el subte es oportuno llegarse hasta la Torre de Londres y el Puente de la Torre, edificios emblemáticos de la ciudad, que no deben dejarse de visitar y desde donde puede divisarse en todo su esplendor el Támesis y los edificios acristalados de oficina y palpar la vida fabril londinense. A escasos metros, la Catedral de San Pablo, con sus arcos medievales, sus cúpulas y sus portones de hierro fundido, que soportaron los bombardeos de 1940 y 41 y se mantienen hoy incólumes al paso del tiempo.

Quizás otro día de recorrido pudiera circunscribirse a caminar por Westminster y el South Bank para admirar el Parlamento y el Big Ben, la Abadía de Westminster (y asistir al oficio coral de la misa vespertina), el templo más imponente de Inglaterra, donde se hicieron los funerales de la princesa de Gales, y cruzar el puente de Westminster y llegar hasta el London Eye, esa atalaya modernísima e impactante (ojo: fóbicos a las alturas abstenerse), desde donde se domina, en 30 minutos, todo el horizonte de la ciudad, con sus cápsulas de vidrio fijas por fuera que permiten una vista de 360 grados de toda la urbe y las mejores fotografías para el ojo entrenado.

Tampoco puede faltar una visita al British Museum que alberga una de las colecciones más famosas del mundo, con más de seis millones de piezas que incluyen esculturas antiguas, pinturas, exquisitas joyas y muchos otros tesoros mundiales que uno se pregunta, a modo de reprobación, cómo es posible hayan llegado a convertirse en patrimonio de los británicos y de qué manera ilegítima llegaron a esas salas museables, lo que recuerda y confirma el pasado colonial de Gran Bretaña. Ojo: no debe dejarse de ver: las momias egipcias, el Partenón de la Antigua Grecia, los toros alados asirios, la Piedra Rosetta, que contiene inscripciones en tres idiomas y ha hecho posible descifrar los jeroglíficos egipcios. También recomiendo la sala africana (con sus máscaras funerarias) y la mexicana, con su joya: la Serpiente Emplumada, que representa al dios principal olmeca, tolteca, maya y más tarde en el grupo de las deidades aztecas, cimientos del panteón de la cultura prehispánica mexicana).

Y si sólo quedara un día o mediodía de recorrido antes de su partida sería bueno visitar Portobello Road, en el afamado barrio de Notting Hill, (con sus casitas pálidas todas muy british, iguales pero disímiles en algún detalle, con pequeños jardines). En ese sitio encontrará la feria de antigüedades más grande del mundo, con más de mil comerciantes y pequeños locales en plena calle cerrada al tráfico. Nada que seguro terminará coincidiendo conmigo: esta ciudad precisa otras visitas y de mucho más tiempo para conocerla. Entonces, regresará nuevamente, es preciso seguir con terquedad mundana como en un rompecabezas buscando la pieza que falta, aunque para nuestro goce no terminemos encontrándola nunca y precisemos regresar, nuevamente, a Londres.

Puta costumbre, poema de Juan Carlos Rivera Quintana





Obra fotográfica del artista cubano René Peña. 

“(…) pero existe
esa mezcla de tiempos y fronteras
que no tiene remedio
con palabras”.

Irela Casañas, en: “Escribir en la arena sin que la ola alcance el rasgo”.


Como un humo, una voluntad de perpetuidad se rematan
En la plaza pública aquellas palabras, casi sin espectadores,
Rebotan como crisálidas deshechas contra los tímpanos-sordos
Trazan una ralla negra sobre las paredes blancas del claustro escarchado
Donde mi perro trepida de frío, ladra su celo con sinfonías atonales
Y se escabullen dentro de mi cabeza los salmos religiosos
Que repetía – desnuda - mi tía solterona para no arder en el infierno.
Dañino vicio aquel de no querer escuchar, ni en los peores insomnios/
en aquellos donde mi masa cerebral se derrite como la esperma de una vela/ contra la mesa de luz de esa pequeña cárcel, con baño y bidet, donde hemos decidido - ojo alerta - esperar el armisticio para que deje de diluviar
y acaso salga un arcoiris que lo coloree todo de nuevo,
parecido a un tatuaje con gramática inscrito a punta de cuchillo
                                                                      (en la frente traslúcida).

La otra aparición - que también se llama como yo- ha empezado a desconocerme dócilmente/ Me imita cada día al levantarme,
se tapa la boca al bostezar, no eructa, busca el mejor dentífrico para blanquearse los dientes, ya no actualiza su pasaporte
 y se ducha religiosamente después de hacer (apáticamente) el amor
antes de tomar el subterráneo camino a una oficina gris
donde parece que también todo quedará suspendido a los laberintos
                                                                                      (del discurso). 
El espectro se afana en vestirse con mis ropas, en conservar mi parsimonia
y se entrena para hablar con el mismo acento neutro de los sin fronteras.
Luego – a mis espaldas - se muerde los labios por su olfato
y adopta semejante hipocresía de corrección política.
Cada tanto le oigo decir como si escupiera una pedrada:
“hasta aquí llegó la vida”, con un dejo de advertencia y desapego,
Como si pudiera no hacer oídos sordos a tanto nihilismo
Que intoxica el cerebro e inmoviliza las piernas.

Entonces vuelve a aparecer el humo como una exhalación
Un linde, una orilla en mapa asediado por el adversario
Para sentir el peso de mi culpa ardiendo en un brasero apagado e inmediatamente recuerdo ese coraje de náufrago con que me parió mi madre y aquellas bendiciones de mi abuela cuando pensaba que ya no hablaría irremediablemente como el resto de los chicos de mi edad porque al nacer no lancé el estridente berrido de llegada.
“¿Apocado o mudo?, se preguntaba ella y me daba aceite de hígado de bacalao para enjuagarme las cuerdas vocales y sacarme alguna palabra,
pero sólo conseguía una mueca de asco/ una aversión,
un sudor en el labio que todavía me dura cuando debo ingerir algún fármaco.
Es ese el momento de salir a la dársena desconocida
 y arrellanarse sobre el silencio, donde a veces pareciera
que nunca termina la plegaría y nadie sabe en que isla o marejada
puede aparecer su alter ego con esa puta costumbre de sentirse un emigrante.



                               Buenos Aires, 24 de julio, frío y calefacción insuficiente.


Praga: la vieja dama muestra sus mil caras



Texto y Foto: Juan Carlos Rivera Quintana.

Dice la mística popular que el viajero que sueñe con volver a Praga (Praha, en checo), en la República Checa, tan sólo tiene que llegarse hasta el Puente de Carlos, uno de los lugares más fotografiados de la ciudad europea del este que divide a la Ciudad Vieja o Stare Mésto con Malà Strana (Ciudad Pequeña) e ir a los pies de la estatua de San Juan Nepomuceno. Allí en ese puente de piedras de estructura gótica, erigido en 1357 sobre el Río Moldava, una de las más bellas estampas praguense, sólo tiene que tocar el pedestal de la estatua del santo patrón de la ciudad, en un ritual de silencio y pedirle el regreso e inmediatamente el deseo será cumplido.

Quizás porque Praga es un sitio al que todos queremos retornar por la fascinación que ejerce visualmente se puede percibir, casi constantemente y en peregrinación sosegada, a los viajeros venidos de todos los confines del mundo, llegar y tocar con sus manos el pedestal del Santo milagroso.

Y es que esta ciudad, que más bien parece un decorado teatral, mezcla en su arquitectura de castillos, fortalezas, catedrales, galerías y palacetes milenarios lo románico, lo gótico, el barroco y hasta el renacimiento y el art nouveau, en medio de estrechas callejuelas de adoquines, tranvías y puentecitos que dan un aire de cuentos infantiles a estos disímiles escenarios, una puesta en escena coral con rincones históricos, locaciones bohemias, sistemas de esclusas, murallas, plazas más modernas y hasta molinos de agua centenarios que arrastran las aguas verdosas del caudaloso río Moldava que la baña.

Si el viajero tiene tiempo y su estadía no es corta, entonces, recomiendo hacer un viajecito nocturno de tres horas, a partir de la siete de la noche, por el Río Moldava, en uno de los barquitos de River Cruises, que ofrece la cena y la orquesta toca en vivo desde la proa. En él se podrá divisar – pasando por la esclusa más antigua de la ciudad - a la gran dama bohemia desde otro lugar, quizás más romántico y evocador y ver prenderse las luces de la ciudad, que en verano empiezan a encenderse casi a las diez y cuarto de la noche haciendo que el día sea más largo y aprovechable turìsticamente.

De alegorías, rostro humano y arte

Praga tiene aproximadamente 1,2 millones de habitantes, lo que la convierte en la ciudad más poblada de la República Checa. Desde 1992, la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad por su belleza arquitectónica y artística y su valor histórico y por ubicarse entre las 10 ciudades más visitadas del mundo y ello le dio una proyección internacional con un mayor trasiego de turistas entre sus calles. Y a pesar de que sufrió las dos guerras mundiales y los golpes de la dictadura nazi y quedó, posteriormente, bajo la influencia soviética, cuando los tanques rusos la invadieron, hoy tras la Revolución de Terciopelo (que condujo a la caída del comunismo en la antigua Checoslovaquia), el desmoronamiento del Muro del Berlín y la implosión de la URSS, se está adaptando a la economía de mercado, aunque la rémora y los cimbronazos del sistema socialista que construyó antaño todavía pueden palparse entre sus moradores.

No por gusto, Praga tiene un Museo del Comunismo, que intenta mostrar a sus visitantes cómo era vivir bajo el régimen comunista, donde se exhiben fotos, videos históricos y piezas escultóricas de Lenin y Carlos Marx, arrancadas de sus calles y plazas, junto a propagandas partidista, carteles y documentos de la represiva policía secreta y la dogmática educación oficial. Lo que resulta casi un signo distintivo es que dicha entidad esté ubicada a la izquierda de una gran escalera de dos alas, en la calle Na Prikope, número 10, y a la derecha se ubique una Mc Donalds, una alegoría de la vida capitalista que enarbolan, en la actualidad.

Y si se trata de recomendar lugares, el viajero no puede desdeñar – porque no podría decir verdaderamente que estuvo en esta ciudad - una visita al Castillo de Praga, una fortaleza milenaria, construida sobre bases románicas, con palacios reales que albergaron antaño la Dieta y el Parlamento, edificios eclesiásticos, viviendas, jardines, callejuelas y fortificaciones, que constituye un arquetipo de más de mil años de desarrollo del Estado Checo. Dicho conjunto monumentario alberga, además, la Catedral de San Vito, fundada en 1344, un joya del estilo gótico y emblema espiritual de sus habitantes, donde se guardan joyas imperiales y el visitante quedará extasiado y boquiabierto – literalmente – con sus vidrieras, santos, pinturas antiguas, esculturas, vitrales inmensos de coloridos tonos, las bóvedas ojivales y la tumba, toda de plata, de San Juan Nepomuceno. En sus predios podrá visitar, también, la Callejuela de Oro, una pequeña ciudadela que parece sacada de un cuento de hadas, con casitas muy diminutas, construidas en las arcadas de las murallas del castillo, donde se cuenta vivieron fusileros, artesanos, artistas, alquimistas y hasta se dice que en la número 22, el afamado escritor Franz Kafka, tuvo un pequeño estudio.

Después convendría hacer un paseo por Malá Strana, también conocida como la Pequeña Ciudad real, que floreció artísticamente durante el reinado de Rodolfo II, y donde actualmente se puede visitar pequeñas tiendas de marionetas, galerías de arte donde exponen pintores y escultores checos, cafés, iglesias, arcadas, junto a impresionantes palacetes y casas, cada una con el escudo familiar con sus heráldicas y blasones que recuerdan antiguos abolengos.

Al norte de la llamada Ciudad Vieja, ocupando un recodo junto al cauce del Río Moldava, y convertido ya en uno de los recorridos turísticos habituales de la milenaria Praga, se levanta el barrio judío de Josefov, con sus cinco sinagogas, entre ellas la española, de estilo morisco y la Sinagoga de Pinkas con su monumento a las víctimas del holocausto; sus museos donde es exponen las tradiciones y costumbres de esa comunidad, sus edificios imponentes, la estatua ecuestre en homenaje al escritor checo Franz Kafka; las callejuelitas entrecortadas y el antiguo cementerio judío, donde se encuentran más de doce mil tumbas, que se fueron acumulando desde 1439 hasta 1787, unas sobre otras y convirtieron el sitio de paz en un verdadero bosque pétreo.

Muy cerca se levanta, en la parte gótica más antigua de la urbe, el Ayuntamiento de la Ciudad Vieja, con su reloj Astronómico en la torre, con sus signos zodiacales, toda una atracción para el turista, pues cuando dan las horas en punto, entre las 9:00 y las 21: 00 horas, comienza la procesión de los Doce apóstoles en sus ventanas y el gallo de oro canta las horas y bate sus alas.

Y, por supuesto, tampoco puede faltar la parada en la Plaza de Wenceslao, (Václavské Námesti), un boulevard, ubicado en la Ciudad Nueva, que en el Medioevo fue un mercado de ganados y actualmente es el centro comercial y administrativo de la ciudad, un sitio donde han tenido lugar las más memorables manifestaciones políticas y sociales de la historia moderna de sus lugareños. Dicha plaza, rodeada de las cuatro estatuas de santos checos: Santa Liudmila, San Proscopio, Santa Inés y San Adalberto, vio emerger en sus predios a los amenazantes tanques soviéticos cuando, el 21 de agosto de 1968, la antigua República de Checoslovaquia fue invadida por las tropas de la Unión Soviética y otros países de la Europa oriental pro comunista. Dicha invasión puso fin al experimento socialista checo, llamado “socialismo con rostro humano” que no era otra cosa que un régimen más democràtico y liberal, desligado del estricto control que mantenía, entonces, el socialismo soviético entre sus ciudadanos.

A no dudarlo: Praga, capital de la República Checa, es como una vieja dama bohemia, de mucha alcurnia, que a pesar del paso del tiempo, se mantiene enigmática y joven con sus mil caras; seductora y celosa guardiana de magias y leyendas mostrando sin recato social sus joyas y genealogía para sorpresa y disfrute de los turistas y viajeros que llegamos a este rincón del este europeo buscando develar sus liturgias y usanzas culturales.

Inacción en el establo semivacío, poema de Juan Carlos Rivera Quintana.


Obra del artista cubano Humberto Castro



“(...)esperando cada día, cada noche, esa otra luz
que no vigila la persecución de algún objeto”.

Reina María Rodríguez, en Violet Island

Me engullo la codicia y el ruido del agua que dejaron mis padres sobre la mesa/ me trago hasta la última palabra que no dijeron/ aquel error de cálculo cuando mi madre ovulaba sin guantes blancos/ ademanes y explosiones de un quinqué que encendió a destiempo./ Lo masticó todo/ hasta el polvo de mis muertos y el alquitrán en mis narices./ Ya no tengo tiempo para tanto drama aburrido/ para tanta aparición inmóvil que me ronda/ Todo se cuece y se hace pensamiento/ náusea que no cesa/ rebuznar de campana justo a la hora suicida/ sexto piso con balcón indiferente./ Vuelvo a la esquina a buscar nuevos brotes y sólo encuentro un sexo improbable/ agujero de establo vacío/ migas que alguien esparció cuando la liviandad se volvía tedio./ Estoy desnudo frente a la cruz, cae la piedra y se comienza a cerrar el nudo sobre mi cuello. /Amanece en la región antigua y todo huele a toalla húmeda/ a pupila seca/ a oxígeno sucio en un retablo que nunca ha llegado a parecerme ajeno./ Los párpados legañosos intentan limpiar mis suciedades/ comen de mi alimento con impúdicos gestos de hambre insatisfecho/ me corroen por dentro las asperezas/ rinden culto a un cuerpo que cambió y acumuló adiposidades para siempre./ El tiempo es fusilado sin juicios sumarísimos/ es el arte de una legalidad que clava su aguijón entre las carnes de los vivos./ Lo improbable vuelve a ser ecuación segura/ anhelo de paraíso cercenado por la vida./ Mientras tanto, yo sigo allí, en la mesa abandonado a la inacción/ al desdén de la pesada puerta/ simulando tanta delicia que atraviesa mis entrañas/ alimentándome de las migas
dejadas por los otros.


22- mayo de 2003.

Herencia, poema de Juan Carlos Rivera Quintana


Obra del artista cubano Romañach.

“Camino del patíbulo, ha buscado su rostro
como quien busca el rostro de la muerte.
Culpable repite,
repetirá culpable una y otra vez
y el camino será más corto y el tiempo menos árido”.

Heriberto Sánchez Medina, en "Hanging Judge".


Cada día me parezco más a mis difuntos
me miro al espejo y noto la misma placidez
de la mirada de mi madre, su aire bohemio
y desnudo, casi rayano en la indiferencia;
también similar gesto con la boca
al que hacía mi abuelo, cuando camino de la vega
el sol le chamuscaba la piel y le extraviaba la mirada;
igual rubor en el rostro al de mi abuela, que
terminó sus días con un cáncer de tiroides
y en las noches, después de la aplicación del yodo radioactivo,
chamuscaba lucecitas verdes en la oscuridad
entre sus sábanas de lino almidonada y su nariz llena de humo
por la hornillo de carbón/
entonces ya era una aparición en pleno ascenso hacia la nada.
De mi padre conservo aún esa templanza y hasta cierto
aire circunspecto para mirar al enemigo e irrumpir
entre las reglas del juego de la competencia profesional;
también una fenotípica inclinación por el alcohol
hasta que la boca se aletarga y
no se distingue entre el consuelo de
una tibia sonrisa y una mueca de insensible hartazgo.
De mi bisabuela paterna, de origen canario,
guardo su percha, su etiqueta para las grandes solemnidades
su ironía como hacha corta cabezas contra los intolerantes
y hasta cierta cara compasiva ante la vulgaridad existencial.
De Juan Amador, mi abuelo paterno,
(gracias a los orishas y al marxismo leninismo),
no heredé ni un ápice, siempre fue un sádico con mucha plata/
que colgaba a sus hijos cabeza abajo de los árboles,
cuando por impericia no cumplían las faenas de la hacienda.
Quizás ello explique que su velorio fuera una fiesta y
sus hijos prepararán la gran repartija con sus autos/
era una forma de desquite, de liberación adolescente
de revancha caída del cielo/
se arrancaron un gran peso de encima,
cuando le incomunicaron en su caja de bronce.
De mi tío “Chito”, aquel que murió sin cabeza
cuando un machete haitiano le truncó la mirada
por una pelea de cercas corridas durante una madrugada
(en plena finca de Candelaria)
dicen que heredé semejante sangre para la lidia,
la misma posición filosa ante la desidia, igual lengua dura
y punzante para la pedrada.
Me contemplo y siento que soy un poco de todos / as
un grano de arroz, mecido por el estival soplo del sur
(donde abrevan pescadores)
un viejo árbol del pan que ya no ofrece frutos
un barranco oloroso y apacible por donde nadie cae/
un fantasma que - muy a su pesar - todas las
noches escruta su rostro, (que ya no reconoce),
frente a un enmohecido espejo
y persiste obstinadamente en dejar hablar al viento
la más severa compañía para las ánimas extraviados
sin consuelo.

3 de octubre 2008
(semana de mucha fatiga laboral)

Exilio, poema de Juan Carlos Rivera Quintana.



Obra de la artista cubana, Zaida del Río.



"(...) de vez en cuando alguno -como yo- se salió de la fila

hizo silencio/ se fue desvaneciendo atrás (...)"

Poema XIX, de Juan Antonio Molina



Somos el dadivoso renunciamiento de la verdad que mutila

el febril encanto de los suplicantes a la hora de la cena,

la irrefutable muerte de los e-mails dentro de las computadoras del mundo,

la jubilosa pústula revoloteando en medio de los otros huesos.

Ni una sola pregunta ante la urdimbre de los himnos que cantamos

el hartazgo nos llenó la lengua de injurias y cánticos condenatorios

y terminamos ejecutados con nuestro insincero atiborramiento

con el estómago atravesado por tanta hipocresía de la inoperancia.

También yo tengo muchos amigos que están en el exilio

se fueron marchando con la cabeza baja y los bolsillos cuajados de

incertidumbres/ y terminaron fregando copas en bares de medio pelo

o deshollinando mingitorios en elegantes cafés del mundo.

Aún me quita el sueño tanta renunciación

eran casi siempre los mejores en todo,

pero siempre fueron pésimos simuladores.

Yo terminé pintando un avión sobre una hoja blanca

pues le tengo fobia a los botes sobre la corriente

y conseguí aligerar mi equipaje de atavismos y ciertas ideas

suicidas que rondan justo antes de entrar en las fauces del lobo.

Ahora todo quedó detrás. Pero aún las oficinas inmigratorias me siguen

demorando por cautela

y mis antecedentes penales se solicitan sin respuesta alguna.

Cada vez que pienso en cuños y documentos

siento nauseas ante tantas indefiniciones y esperanzas retrasadas

y me persigue un deseo de lanzar mis excrecencias contra

toda la xenofobia que pulula.

Empiezo por admitir que en la querella contra los inmigrantes tipo A

mi nombre quedará inscripto entre los abofeteados y peligrosos

que ya jamás comulgarán con los discursos y festines oficiales

Ejercicio de amputación, poema de Juan Carlos Rivera Quintana.



Obra del artista cubano, Roberto Fabelo.

"Las viejas maderas lo habían presentido:
no iba a haber desembarco.
A lo lejos, muy lejos, la costa está cubierta por las llamas".


"Final del viaje", de Reinaldo García Ramos.





Frente a la playa hay un hombre que respira
(yace tirado bocarriba sin moverse),
absorto escruta su interior y exhala el salitre/
que le quema los pulmones,
pero no está muerto, cavila taciturno,
casi a regañadientes sobre
su inexistencia.
Le han dejado varios fragmentos de madera y lona
por si quiere huir / tejer un velamen ofuscado
(para luchar contra la ola)
y perderse en el horizonte, pero ya no tiene edad
para esa aventura que puede fagocitarse el mar.
Le han facilitado una excusa de décadas para
la estampida, pero él sólo se tumba y desmenuza la arena
que deja una traza relámpago inevitable.
Es 1 de septiembre y está por llegar la primavera,
esa confundida cópula de olores y alergias
que terminara en las fauces de la nada/
teñida con cursis flores y perfumes baratos
de verdulerías de barrio
o carnaval popular de patria pobre.
¿Estará pasando un mal momento o sólo
intenta relamer su silencio de arpón clavado
por temor a que alguien le escuche?
En su boca se retuerce una palabra agria, misérrima/
casi ocre (con poder) que fue silenciada
en todos los claustros y
reuniones políticas/ una frase
ultrajada, sin almidón ni remilgos que se le atraganta
en la gaznate cuando llega la hora de deglutirla y lanzarla a los
matarifes que intentarán despedazarla en la plaza.
El miedo se pintarrajea sobre su entrecejo y deja asomar una luz
fulmìnea, de malas noticias (golpe de puñal rengueante)
pues avizora que sus oraciones terminarán descuartizadas
sobre el acantilado de otra playa abandonada a la desidia
o vendidas al mejor postor en cierta feria americana.
El sol - ese nebulosa caliente de pálidos dobleces
- le cuece el rostro/
lo dibuja para la eternidad con golpe erótico de punta de dedo
y le hace expeler los más trasnochados olores testiculares/
un pus desabrido con aroma de respiración intrusa
se escapa de sus tripas vacías.
Ese hombre es una castración-de-cuerpo
-sin-glorias-pasadas/
nació para devorarse entre sus propios dientes/
(roto como muñón amputado),
pero desea terminar su derrotero frente a una playa
-su-única-gloria/
abstraído mirando el simple azul que engulle y divaga con indiferencia

Astillas, poema de Juan Carlos Rivera Quintana.



Obra del artista cubano, García Peña.



"Cada uno crea
de las astillas que recibe".

Juan José Saer, de El arte de narrar.


de la arboleda del abuelo
no queda
más que el leve roce
de las amarillentas hojas
del mango/
la calma extraña de la flor blanca
de los naranjos/
donde jugaba a las escondidas
intentando que siempre me hallaran
para perderme.
también sólo persiste el raro hedor
del almendro/
donde una vez sangré toda la infancia,
con un pico de botella ambarino
en el que abuela guardaba
su aceite de hígado de bacalao
para su tos convulsa,
después de masticar su tabaco en las noches,
bajo la luz brillante del quinqué de querosìn.
de aquel mamoncillo que daba a la ventana,
de la cocina de tablas pulidas
como un puente para escapar de ciertas
novelas que se hacían rosa en la vega
sólo aguardan las raíces afincadas
en la tierra colorada
como un puñado de piedras,
que gastaban mis zapatos colegiales
y de domingo
camino a la mata de anón
en la búsqueda de aquellos nidos de tomeguines,
que nunca
tocaba por temor a desatar un maleficio
de madre pájara ultrajada
por un pésimo cazador furtivo;
era sólo un observador asombrado
entre cuerpos reales de palmas erguidas
que jugaban a lanzar sus racimos
para alimentar el corralón de chanchos
que terminaban sus días envueltos entre
hojas de guayaba/
y sazones campesinos de ajo, naranja agría
con ajíes de la puta de su madre,
acostados sobre parrillas humeantes de algarrobos
con olores "levantamuertos";
entrar a la arboleda demiurga y centenaria
era como un ritual oscuro,
que me dejaba casi exangüé
donde se desanudaban los conjuros
de la vieja Mercé
entre cintas de todos los colores
y jícaras de coco/
rocíadas con aguardiente de caña de azúcar
que alguien (nunca supe quién)
ofrendaba a los dioses para romper sortilegios
y alargar la vida terrenal de la familia.
Hoy que ni abuelo, ni abuela, ni madre
están conmigo (pero me acompañan)
siento aún cuando la puerta del gran comedor
se abre en las madrugadas y la abuela
filtra el agua del pozo sobre la piedra porosa
con destino a la tinaja siempre fría,
preparando el desayuno y haciendo el pan
en el horno de barro,
que le regaló su madre (en señal de aprobación)
cuando decidió escaparse
para siempre con mi abuelo
en un alazán cerrero y blanco;
a lo lejos aún escucho el mugir de la vaca "Paloma"
con sus tetas hinchadas y dolorosas de tanta leche
y huelo el aroma dulzón de la marmita y el carbón
por la mermelada de la frutabomba/
(más conocida como papaya)
por su semejanza a un sexo abierto de mujer;
cierro los ojos y aún estoy allí
bajo la arboleda/
queriendo (siempre vanamente, ahora sé) detener
ese terrible enemigo -cono de sombra - que
tardiamente identifiqué: el tiempo
aquel veneno que todo lo difumina y devora.

Sábado 9 de agosto, de regreso a Buenos Aires, desde Foz de Iguazú.

El arca de Noé, poema de Juan Carlos Rivera Quintana.

Obra de la artista cubana, Belkis Ayón.


Es cierto: “el derecho a ser héroes se conquista”
Slogan revolucionario


Hemos perdido la tierra desde que comenzó el diluvio,
en esta diminuta arca sólo se escucha el ronquido
de ratas y palomas,
feliz destinos para las aguas feroces
que terminarán inundándolo todo con la procacidad
de buscar un nuevo orden.
Sostuve la centella azul con mis dientes,
pero nunca me fue entregada la llave para llegar
a paraíso firme. Anduve, caí, adopté la risa del pez
con la llama y su eterno crepitar de lentejuelas
circulando muy cerca de las alas del diablo,
sólo que el mar borró, una vez más, mis huellas
sobre la arena.
Gocé de las pesadillas en la oscuridad del foso
imaginando recalar en una ribera sin la memoria
de otra partida.
Alguien torció la cuerda en medio de la tempestad
y algunos corazones frágiles escucharon el tañer
del arpa con sonrisas de vencidos a la deriva.
Nuestra suerte esta escrita: somos un amasijo
de bestias y ángeles con una costumbre enfermiza
para las tristezas y los perdones.
Sólo que unos pocos siguen buscando un puerto seguro
donde recostar su espalda o una playa desierta
sin arenas movedizas.
Mientras, yo escribo e imagino bienvenidas
en este río rojizo a donde no llegará el arca
con su angustiosa manía de no alcanzar el horizonte.

Buenos Aires, 9 de julio 2005.

Confesiones y Cataclismos, poema de Juan Carlos Rivera Quintana.




Obra del artista cubano, Roberto Fabelo

"Dios está en la taberna, bebiendo como un condenado".
(Elsa Claro, Dios el hombre)

Hoy no es día de peregrinaciones y plegarias
a los Doce Apóstoles,
Dios cerró las puertas de su templo,
aburrido de tanto augurar para los vivos
el juicio final.
Los inconformes se revuelven allá abajo,
claman a gritos una vendetta para sus almas
que jamás encontrarán la anunciada paz de
los sepulcros.
Doce campanadas descubren los traumas que
proporciona la espera,
sin embargo, siguen germinando las semillas
en el establo,
y la Divina Providencia empeña su existencia
en las cartas del Tarot.
El prójimo está cansado de tocar a las ventanas
pidiendo las monedas escondidas como naipes,
ha desgastado sus talones sin recibir ni una caricia
que huela a comunión ni a pecados santificados
con agua de Iglesias.
Cierto ángel incineró las alas en una plaza;
abandonó sus catecismos para siempre,
las noticias del día le tildan de traidor y hereje,
como si la herejía no fuera un don de la santa natura.
Se habla de cataclismos en los canteros del jardín,
¿Será que Dios mantiene cerrada las puertas de su templo
y ya nadie quiere creer en las confesiones a viva voz?