Obra fotográfica del artista cubano René Peña.
“(…) pero existe
esa mezcla de tiempos y fronteras
que no tiene remedio
con palabras”.
esa mezcla de tiempos y fronteras
que no tiene remedio
con palabras”.
Irela Casañas, en: “Escribir en la arena sin que la ola alcance el
rasgo”.
Como
un humo, una voluntad de perpetuidad se rematan
En la
plaza pública aquellas palabras, casi sin espectadores,
Rebotan
como crisálidas deshechas contra los tímpanos-sordos
Trazan
una ralla negra sobre las paredes blancas del claustro escarchado
Donde
mi perro trepida de frío, ladra su celo con sinfonías atonales
Y se
escabullen dentro de mi cabeza los salmos religiosos
Que
repetía – desnuda - mi tía solterona para no arder en el infierno.
Dañino
vicio aquel de no querer escuchar, ni en los peores insomnios/
en
aquellos donde mi masa cerebral se derrite como la esperma de una vela/ contra la
mesa de luz de esa pequeña cárcel, con baño y bidet, donde hemos decidido - ojo
alerta - esperar el armisticio para que deje de diluviar
y
acaso salga un arcoiris que lo coloree todo de nuevo,
parecido
a un tatuaje con gramática inscrito a punta de cuchillo
(en la frente traslúcida).
La
otra aparición - que también se llama como yo- ha empezado a desconocerme dócilmente/
Me imita cada día al levantarme,
se
tapa la boca al bostezar, no eructa, busca el mejor dentífrico para blanquearse
los dientes, ya no actualiza su pasaporte
y se ducha religiosamente después de hacer (apáticamente)
el amor
antes
de tomar el subterráneo camino a una oficina gris
donde
parece que también todo quedará suspendido a los laberintos
(del discurso).
El
espectro se afana en vestirse con mis ropas, en conservar mi parsimonia
y se
entrena para hablar con el mismo acento neutro de los sin fronteras.
Luego
– a mis espaldas - se muerde los labios por su olfato
y adopta
semejante hipocresía de corrección política.
Cada
tanto le oigo decir como si escupiera una pedrada:
“hasta
aquí llegó la vida”, con un dejo de advertencia y desapego,
Como
si pudiera no hacer oídos sordos a tanto nihilismo
Que intoxica
el cerebro e inmoviliza las piernas.
Entonces
vuelve a aparecer el humo como una exhalación
Un
linde, una orilla en mapa asediado por el adversario
Para sentir
el peso de mi culpa ardiendo en un brasero apagado e inmediatamente recuerdo ese
coraje de náufrago con que me parió mi madre y aquellas bendiciones de mi
abuela cuando pensaba que ya no hablaría irremediablemente como el resto de los
chicos de mi edad porque al nacer no lancé el estridente berrido de llegada.
“¿Apocado
o mudo?, se preguntaba ella y me daba aceite de hígado de bacalao para
enjuagarme las cuerdas vocales y sacarme alguna palabra,
pero
sólo conseguía una mueca de asco/ una aversión,
un
sudor en el labio que todavía me dura cuando debo ingerir algún fármaco.
Es
ese el momento de salir a la dársena desconocida
y arrellanarse sobre el silencio, donde a
veces pareciera
que
nunca termina la plegaría y nadie sabe en que isla o marejada
puede
aparecer su alter ego con esa puta costumbre de sentirse un emigrante.
Buenos Aires, 24 de julio, frío y
calefacción insuficiente.
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