(...) después de la catástrofe/ viene la vuelta de nuestros muertos,
después de la oscuridad, la luz flamante./Salgamos desde el cero/
otra vez, renovados, al infinito.
Juan José Saer, en El culto del cargo.
Noche de Pesaj
"Mi corazón no es una puerta
sino el recurso de los fusilados
una pared endeble y arañada
si acaso".
(Poema XXXII, de Juan Antonio Molina)
En el marco de la ventana está la copa de vino/
circuncidada con el mejor licor sangre de Cristo,
allí yace pese a los socavones de la noche
y la lluvia de agua bendita que cae de un cuadro crucificado
en el dintel de la puerta.
En la esquina de la máscara recién lavada para sostener nuestros silencios
está el recipiente con sabor a uvas amargas para el profeta Elías,
que pasará entre las sombras a beber del contenido y seguir su camino.
A cambio nos dejará como testimonio de su existencia: la copa vacía,
esa implacable luz que no consigo apartar de tu plomiza calma.
Tengo para regalarte en esta Noche de Pesaj un pez que me traje,
para recordarte siempre mi desdicha por no tener un mar
que apacigüe el aliento.
¿Qué puedo hacer si me equivoqué de rumbo y siempre sentí hostilidad hacia
los cuadrantes y los mapas desplegados?
Nunca supe que en esta vitrina estaba ausente el mar para eternizar las palabras.
Tengo para entregarte estos dos lápices con que escribiré de las peleas
y las lanzaré al fondo del pozo para sostener los sueños que naufragan
entre las brasas y el aleteo agónico de las mariposas que socorren la terraza.
Hablo de un tiempo de raras celebraciones y liturgias de mazapán que se
escabullen entre los visillos de nuestras borrosas ventanas.
Pero el reloj transcurre como el silbido
de un tren que sube una escarpada colina sin dejar rastros/
sólo la quieta huella devorada
por los huesos frágiles de estos tontos amantes.
No quiero que anochezca sin mirarte de frente pues siempre cargo con estas valijas
hacia mi propio encuentro y aún queda abundante vino en tu sabio nombre.
Estoy moviendo a la deriva mis huesos dentro de un túnel
y la canción de las cítaras es engañosa.
Sobre las claras tempestades homicidas temo mucho
que lo dicho ya lo hayas escuchado en otra historia.
Eres tan inocentemente torpe que no consigues entender
que cuando cruzas los brazos sobre tu pecho soy yo el que resucita.
Anunciación de otro milenio
"Somos la mitad de un Dios
sacrificado entre piedra y ternura"
Intimo delirio, de Edgardo Gugliermetti.
Te creíste con inocencia la leyenda del bandoneón desafinado
en una esquina/ mortaja vulnerable atravesada en la boca de Dios
cual garganta de rayo desafiando la penumbra
que se persigna y enmudece para cambiar el rumbo.
De norte a sur viaja siempre la multitud que aguarda
concierto de presagios con olores a noticias tristes y a
muchedumbres flotando en medio del mar hondo,
naufragios de venas tibias con máscaras para la
hora de los simulacros / pretexto convertido
en piedra sumisa de tiempo oscuro allí donde no llegó la luz.
Oigo un chasquido de pies que vaticinan las fogatas/
sin banderas blancas no habrán más enfrentamientos/
un rey de bastos se transforma en tempestades que saben a palabras/
se respira desperdicios de puerto y los cañones comienzan
a derrumbar las fortalezas y los postigos vírgenes.
¿Buscaremos otros refugios
en talleres y zaguanes con la memoria hábil de los mil recuerdos?
Sobre la brisa mojada siempre quedará la tierra que no pude llevarme
mis juguetes abandonados y las esquelas que no leí por equivoco.
Mientras tanto, seguiremos frente al Río que muere de tedio
entre artículos amarillentos y señores que lanzan sus últimos suspiros
a la entrada de los puentes donde los ángeles custodian
la liturgia sagrada de la Anunciación del Nuevo Milenio.
El arca de Noé
Es cierto: “el derecho a ser héroes se conquista”
Slogan revolucionario
Hemos perdido la tierra desde que comenzó el diluvio,
en esta diminuta arca sólo se escucha el ronquido
de ratas y palomas,
feliz destinos para las aguas feroces
que terminarán inundándolo todo con la procacidad
de buscar un nuevo orden.
Sostuve la centella azul con mis dientes,
pero nunca me fue entregada la llave para llegar
a paraíso firme. Anduve, caí, adopté la risa del pez
con la llama y su eterno crepitar de lentejuelas
circulando muy cerca de las alas del diablo,
sólo que el mar borró, una vez más, mis huellas
sobre la arena.
Gocé de las pesadillas en la oscuridad del foso
imaginando recalar en una ribera sin la memoria
de otra partida.
Alguien torció la cuerda en medio de la tempestad
y algunos corazones frágiles escucharon el tañer
del arpa con sonrisas de vencidos a la deriva.
Nuestra suerte esta escrita: somos un amasijo
de bestias y ángeles con una costumbre enfermiza
para las tristezas y los perdones.
Sólo que unos pocos siguen buscando un puerto seguro
donde recostar su espalda o una playa desierta
sin arenas movedizas.
Mientras, yo escribo e imagino bienvenidas
en este río rojizo a donde no llegará el arca
con su angustiosa manía de no alcanzar el horizonte.
Buenos Aires, 9 de julio 2005.
Cómplices palabras.
”No creo en las palabras (...) las he visto afirmar/ negar/ mentir/
al pie de los altares y patíbulos”.
Armando de Armas, “Sobre la brevedad de la ceniza”.
Las palabras se incrustan mutiladas contra mis cristales
se parapetan en mi placard y gimotean
tras mis pasos,
heridas/ dolidas/ dañadas/ prostituidas/ cansadas
se desangran bajo la escalera,
se tropiezan unas contra otras al borde del abismo,
se tocan impúdicamente sin pensar en sus géneros y concordancias/
en sus tildes y acentuaciones, en si son diptongos o triptongos/ llanas o agudas,
sin recato hacen el amor/ desfachatadas/ procaces/ sin pensar en el qué dirán/
sólo en el goce momentáneo/ en la cabalgata cansina
de la vigilia, en la agonía del naufragio, en los estertores de un faro sin olor a mar.
Poco a poco se travisten, se camuflan como voces cómplices aquí en esta noche sobre mi mesa de luz,
tras los ojos y los rictus de las máscaras que cuelgan en mi sala.
Se escabullen dentro de la almohada y no me dejan respirar, me cortan el aliento, pues temen descomponerse, infectarse, destriparse, engullirse, perecer en el intento/ su egoísta espíritu de trascendencia las malogra (¡y las salva!), las entierra bajo el lodo de un monótono cementerio en La Tablada,
las enferma de miedo y lo que es peor... les nubla el entendimiento, la razón.
Mis palabras confunden fronteras, geografías, nortes y sures
galopan histriónicas por el mundo, con caras de mosquita muerta
o malsanos rubores egocéntricos,
arder en la pira son sus sinos, cenizas sus afanes/
mojarse hasta los huesos sus destinos/
son como las ausencias de una Habana extramuros.
que ya me resulta extranjeramente ocre.
Mis palabras se mueren de tedio, gritan, insultan sin sentido/ se matan de risa
con afilada boca
diseñan su orgía, su festín de vida o muerte....Cortadas a la medida
se lanzan tras su presa/
desvarían por un elogio que les levante el ánimo/ por un secreto que contar/
juntas trazan estrategias de ataques y lisonjas: antípodas de un plan mayor
para el momento oportuno/ para la hora de la puñalada por la espalda.
Mis palabras buscan una camisa de fuerza, algún psicofármaco para sedar
ciertas botellas de vino para seducir, se quitan su polvo y su carcoma
y lo hacen con profesionalidad, con sutilezas universitarias,
con estudiada altanería de diccionario enciclopédico español.
En definitiva, son ellas – todas- un amasijo de hierros mohosos,
un brebaje hecho ex profeso para colegialas y malevos,
charcas putrefactas donde se hospedan larvas de mosquitos,
perfumes de free shop de algún viejo aeropuerto sin controlador aéreo.
Peregrinas, sin concilio, traman su partida y su llegada
diseñan su reducto/ buscan su buhardilla, su telo, su letargo, su vigilia.
Por eso, cuando cierro la boca me atraganto, vomito, me mareo
sube mi presión arterial/ una rara sensación de acidez
se hospeda bajo mi lengua y sale fétidamente hacia fuera.
Por eso es que soy también de los que nunca ha creído en ellas,
las colecciono en frascos asépticos para los días de exámenes de sangre
y análisis de orina
e intento, de vez en cuando y por desquite empujarlas por el tragante del baño,
a donde van a parar todos los miasmas pútridos del día.
Buenos Aires, ya sin palabras, 9-03-2007.
Oveja fuera de rebaño
“(...) honrado será el que no altere la
balanza de pesar las culpas/ y valiente
quien acepte el castigo/ y ha de crecer
quien comience a andar después de haber caído”.
Éxodo, Celima Bernal.
Vengo de desahogar mis rabias
bajo el árbol de las lamentaciones
con mi atormentado esqueleto ya sin piel
lacerante y bordado de magulladuras
a punto de quebrar el cristal que le
inmuniza de los cuervos inclementes.
A quién le regalaré la terquedad de este sollozo
y quién recibirá la última mirada compasiva
cuando el tumulto arrastre río abajo
la certidumbre que me seca.
Los amigos no imaginarán cuánto recé por ellos,
recostado sobre el brocal del pozo
donde apenas se dibuja el fantasma
de alguien que deseó crucificarme
tramando con alevosía y prepotencia
sus silencios.
De nada servirá que cadáveres y máscaras
con caras de Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
torpemente abandonadas en el recodo de mi espalda,
intenten convertirme en el ser taciturno que fallece
o que alguien disfrazado de Dios
asesine su ternura con gestos de premeditada resurrección.
Lejos, tan cerca de la agónica palabra que se pudre
sigo almacenando la alquimia de quienes
saludan y aplauden la furia de la oveja
fuera del rebaño, ante las nuevas luces del mundo.
No soy tu pesadilla
"(...)dando saltos pensando que de ese modo esquivaría las charcas/
cansado ya de ver las mismas fotos (...)"
El saltamontes, de Juan Carlos Flores.
Estoy sentado aquí entre rostros con barcos que
no quieren mojarse en esta escasa noche que huele
a paisaje de campo desde la proa de una barcaza.
La belleza duerme agotada por una mancha en el cristal
del baño y quedó detenida el día anterior entre resfríos y dormitorios
con olor a destino errado y almohadas húmedas.
Me cruzo contigo sin advertirte,
una emboscada desborda la alcantarilla de cenizas
y ya poco queda del patio de juego de la infancia
donde dos muchachos advenedizos corrían a bajarse los pantalones
y a deshacer clemencias entre caricias manchadas de rubor colegial
y cierto solo de saxo escondido entre la hierba con hedor de semen.
Bajo mis ropas quedaron aquellas exhalaciones que nunca pude apaciguar
arrojadas como ingratos destinos de codorniz envuelta en remolino de río.
Desde niño lo supe por la docilidad de mis sábanas
y aquel sombrero de paja tapándome la frente para que no viera demasiado.
Sollozar no sería tan dramático si tan sólo pudiera volver a empezar
aunque más no fuera bajo otra tormenta brutal que joda el alma.
Y tu sigues pronunciando la palabra mística como si fuera un crucifijo
imprescindible para salvarnos.
Cábala
A Dulce María Loynaz, la mejor de todas.
También yo quise tener una cábala para inventar enigmas y dormité bajo un vientre con olor a cenizas y limón maduro. Nadie me esperó a la salida del puerto con un pañuelito blanco y tampoco escuché la feracidad de un río refrescando la rivera entre árboles sin luces a punto de fenecer por tantas sombras. Silencios, sólo silencios acompañaron mi andar de paje sin cortesanas ni bufones en cortes que sólo existieron para recordarme que nunca fui noble. También yo blandí mi espada por las causas justas, sólo que mi dardo siempre tuvo la punta mellada y hasta ciertos cristales azucarados con que dorar la píldora al enemigo. Yo también tuve una máscara que nunca usé en las noches orgiásticas de abril pues era más necesario tener guantes blancos para no mancharse las manos con tanta abulia y un pequeño espejito de lata que recordara orígenes y evitara caídas sin sobresaltos. Cuándo podrán romperse estas ataduras al borde de la hoguera sin dejar que cueza sangre en esta olla tiznada, triste remedo de la lumbre que un viajero posó sobre mi cábala. Ya no descifro enigmas y temo a la leña con olor a cenizas y limones maduros, aburrido de tanta punta mellada, guantes blancos y faroles que ya no prenden ni cuando se escucha el pregón matinal. Al parecer ya no se despierta
nadie.
Confesiones y cataclismos
"Dios está en la taberna, bebiendo como un condenado".
(Elsa Claro, Dios el hombre)
Hoy no es día de peregrinaciones y plegarias
a los Doce Apóstoles,
Dios cerró las puertas de su templo,
aburrido de tanto augurar para los vivos
el juicio final.
Los inconformes se revuelven allá abajo,
claman a gritos una vendetta para sus almas
que jamás encontrarán la anunciada paz de
los sepulcros.
Doce campanadas descubren los traumas que
proporciona la espera,
sin embargo, siguen germinando las semillas
en el establo,
y la Divina Providencia empeña su existencia
en las cartas del Tarot.
El prójimo está cansado de tocar a las ventanas
pidiendo las monedas escondidas como naipes,
ha desgastado sus talones sin recibir ni una caricia
que huela a comunión ni a pecados santificados
con agua de Iglesias.
Cierto ángel incineró las alas en una plaza;
abandonó sus catecismos para siempre,
las noticias del día le tildan de traidor y hereje,
como si la herejía no fuera un don de la santa natura.
Se habla de cataclismos en los canteros del jardín,
¿Será que Dios mantiene cerrada las puertas de su templo
y ya nadie quiere creer en las confesiones a viva voz?
El genio de la duda
A mi madre, por su espera de cuatro años.
Buenos Aires, 25 de febrero de 2003.
Con la neblina partirá el profeta
a lanzar semilla en sitio ajeno
y a iniciarlo todo.
Ya no tendrá la madre cerca, en su ciudad,
el rayo de sol, la profecía agorera
de su bola de cristal.
Una esquina ruidosa para recostar su calma,
endebles de un naipe equivocado.
Con la primera neblina partirá el profeta
a tantear el mundo con el genio de una lámpara
y una pócima milagrera ante la duda
de una tabla desolada.
Después no habrán más códigos ni leyes
ni palabras para calificar todo lo innombrable
la imprecisión también puede salvarnos
cuando la saeta se dispara y el profeta ya no vuelve.
Febrero inoportuno.
“ (...) mi cuerpo en el barullo repitiendo (...)”
Reinaldo Arenas, en Voluntad de vivir manifestándose
Febrero se me fue yendo como se marchan las oportunas noches,
con delirios de fiebre que se cansan y empapan las sábanas oscuras,
con olor a alcohol de taberna vieja y dolor de pésame incierto.
Febrero se me fue desdibujando bajo la tibia e indeleble mirada,
enclaustrado en una boca llena de lisonjas y pálidas sonrisas,
de timbres telefónicos de espejismos dentro del alma.
Así llegué a febrero con la tristeza de haber partido definitivamente
sintiendo ahogos en el corazón sin encontrar antídotos ni pócimas salvadoras.
Ahora que a falta de escuchar silencios
sólo atino a enterrar mi mano en la mortaja húmeda,
pienso en ese instante fulmíneo de la danza
despojándome de todo... de cuerpo y alma.
Febrero se me convirtió en una llaga que no sana, en el gusano que me roe
por dentro sin dejarme respirar,
en musiquilla monocorde y falsa para los tristes reencuentros,
en mapas errados que no conducen a sitio alguno, en pañuelos blancos en las ventanas,
en ciudad bombardeada y gente en las veredas con cara de desconcierto,
en partes meteorológicos inexactos, en feria de artesanos de dudosa utilería.
Así llegué a febrero, llovizna cabizbaja, almanaque osado con un 30 inexistente,
penuria-arroz partido-flanes caseros- malanga con pollo-turbulencias de avión
en una paraje indescifrable.
Febrero se me fue como se fue mi madre- en la madrugada- sin pausa, pero con prisa.
Buenos Aires, 2-5 de marzo de 2003
Inacción en el establo vacío
“(...)esperando cada día, cada noche, esa otra luz que no vigila la persecución de algún objeto”.
Reina María Rodríguez, en Violet Island
Me engullo la codicia y el ruido del agua que dejaron mis padres sobre la mesa/ me trago hasta la última palabra que no dijeron/ aquel error de cálculo cuando mi madre ovulaba sin guantes blancos/ ademanes y explosiones de un quinqué que encendió a destiempo./ Lo masticó todo/ hasta el polvo de mis muertos y el alquitrán en mis narices./ Ya no tengo tiempo para tanto drama aburrido/ para tanta aparición inmóvil que me ronda/ Todo se cuece y se hace pensamiento/ náusea que no cesa/ rebuznar de campana justo a la hora suicida/ sexto piso con balcón indiferente./ Vuelvo a la esquina a buscar nuevos brotes y sólo encuentro un sexo improbable/ agujero de establo vacío/ migas que alguien esparció cuando la liviandad se volvía tedio./ Estoy desnudo frente a la cruz, cae la piedra y se comienza a cerrar el nudo sobre mi cuello. /Amanece en la región antigua y todo huele a toalla húmeda/ a pupila seca/ a oxígeno sucio en un retablo que nunca ha llegado a parecerme ajeno./ Los párpados legañosos intentan limpiar mis suciedades/ comen de mi alimento con impúdicos gestos de hambre insatisfecho/ me corroen por dentro las asperezas/ rinden culto a un cuerpo que cambió y acumuló adiposidades para siempre./ El tiempo es fusilado sin juicios sumarísimos/ es el arte de una legalidad que clava su aguijón entre las carnes de los vivos./ Lo improbable vuelve a ser ecuación segura/ anhelo de paraíso cercenado por la vida./ Mientras tanto, yo sigo allí, en la mesa abandonado a la inacción/ al desdén de la pesada puerta/ simulando tanta delicia que atraviesa mis entrañas/ alimentándome de las migas
dejadas por los otros.
22- mayo de 2003.
Buenos Aires
Equilibrista
A Eliseo Diego, el Maestro.
El rincón del camino se hace piel
en las pupilas del payaso,
quien aprendió a sentir un profundo rencor
por cada aplauso inmerecido de la carpa,
pero continúa durmiendo con los ojos bien abiertos
por temor al rechazo público.
Ese rincón se transforma en abrigo
sobre las espaldas del mago,
olvida sus últimos trucos frente a las luces,
anuncia conejos por palomas negras
sin ruborizarse ante la mentira inocente.
Una varita mágica puede hacerse muro impenetrable
ante los ojos del domador,
perdió la cabeza por impaciente y aún sus leones
le ayudan a buscarla....¿Fraternidad en la desgracia?
El rincón se hace caminos en las manos y los pies
del equilibrista,
quien no teme a los saltos mortales sin mallas salvavidas,
y sienta lástima por los que rinden culto a la rutina,
como si la vida no fuera caminar perennemente por
una cuerda floja.
No malgastes tu talento
"(...)algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que
vuelven desde la eternidad (...)"
de Mutaciones de la realidad, Olga Orozco, 1979.
Es inútil perder el oído entre apretadas sílabas
y una lengua filosa con diálogos dudosos
para las noches de encierros y lamentaciones.
Somos seres imperfectos provenientes del caos y la espera
aguardando el gélido rocío de un monte con aullido de niños descalzos
llenos de surcos incomprensibles para los días de tedio.
Un San Sebastián nos acompañó con sus saetas a cuestas
y mirada de sólo yo soy el responsable de tu suerte,
pero tu no tenías tiempo para reparar en nimiedades de segundo orden
ensimismado como estabas en tus propias reflexiones mundanas
y en los desvaríos de la bolsa de valores.
Deliro, apenas puedo protegerme del hambre acumulado
y sigo contando luciérnagas que invaden mis fronteras
cuando las periferias del ocio comienzan a resecar mi corazón
que se resiste a seguir mutando entre andamios y escaleras que
no conducen a sitio alguno.
El resto es un bochorno impreciso agazapado al borde del camino
en una ciudad que se despide de los viajeros de mentiras
que nunca sacian su sed.
Nadie escuchará esta canción que disimula nuestra eternidad
en otros sueños cuajados de profecías con olor a manzana verde.
Divido en dos nuestro pan y tomo con mal tino el pulso bajo la tierra.
No malgastes tu talento de peregrino invisible entre las historias ajenas
y no sigas retrocediendo... detrás sólo te queda el vacío.
Mis manos ya están cansadas de indicarte
dónde están las dársenas memoriosas con "alas sombrías" .
Algo debes haber aprendido a las puertas del deseo/
si no me canso de decirte que "hemos crecido tanto".
Uno
"(...)engañosamente se presenta como el confín
de la promesa que miente con labios de oro".
Un bamboleo frenético, de Virgilio Piñera.
Uno es como un fantasma que anda los caminos
con la voz apretada y las sonrisas escondidas
buscando la verdad como alquimia de
existencia
repleto de caballos cerreros /
orinando en cada almendro que relame el mar
con la firme certeza de encontrar el equilibrio
aunque sólo camine sobre muelles podridos.
Uno es el frío, la terrible doblez de la ventisca
que renueva sus atuendos
en otro cuerpo maniatado por las interrogantes,
acosado por los recuerdos de quienes reconstruyen su propia
desmemoria. Uno es tantas mentiras que no dijo/ tantas verdades
que inventó/ tanto hombre insatisfecho
en una ciudad equivocada /Uno es tanta presencia
hambre-desvelo-rama-de-árbol-retorcida-corazón-sangrante
cama-triste-noche-áspera-con olor a desconsuelo ensangrentado.
Uno es tanto nuestro padre ante el espejo, tanto preservativo mugriento/
tantos silencios dentro de los ojos/ tanto-oportunismo-enmohecido
enmascarado-a mansalva-por-las-manos/ tantas traiciones esperando
en las esquinas. Uno es tantos muros que se caen/
la insoportable desesperanza de aquellos camalotes arrojados al río.
Cuando pasa el miedo somos eso, follaje golpeado contra las veredas
verdades como putas que se derrumban en los casinos.
Uno es tantas cosas que no tuvo tanto desconsuelo enmascarado
tanta-mirada-tibia.
Filosofía.
"Es hora de descubrirnos; pienso, de encontrarnos
desnudos y puros, como si regresáramos del Viaje"
Poemas del retorno de Ulises, de Eduardo López Morales.
Adónde vamos sin contradicciones antagónicas ni lucha de clases
bajo aguas torrenciales que enlodan los caminos.
Quiero amordazarme la boca para gritar porqué he vivido/
entre mis manos anidan bandadas
de codornices que se rompieron las alas por tanto Viaje.
Voy aniquilando tempestades con tanta nausea,
desgranando infértiles semillas de maíz /
enterrando sinsabores con cierta mística que me sirve de coartada.
Recién abandonados en la otra orilla
seguimos enterrando los infiernos
escondiendo los huesos esparcidos por las guerras de los otros
como temblor podrido sobre nuestras camas.
¿Quién sabe bajo qué árbol roncaba Dios cuando
otros arañaban los altares y tocaban a las puertas
pidiendo limosnas para el ayuno del Siguiente Día?
Adónde caminamos sin destino cierto
con la razón tímida de un naufragio en altamar,
si equivocamos el camino que ya no conduce al ángel
que pretendimos ser.
Adónde vamos cuando la casa se enmohece y sólo
queda el infinito para mirar como ventana generosa
y cierta garganta adolorida para pedir perdones y decapitar
rutinas arrancadas por la voces de los que nunca se pronunciaron.
Trato de escribir en la oscuridad un nombre con sabor a libertad
pero se escapa hacia el precipicio del frío pensamiento
que alguien llamó filosofía.
¿Adónde iremos cuando los hijos crezcan
y ya no recuerden nuestros nombres?
¿Adónde estaremos cuando se agoten las contradicciones de clases
y la burguesía sea sólo un concepto censurado en los libros de texto?
¿Hacía dónde vamos? ¿De dónde venimos con tanta pólvora escondida?
Hombre de hábitos nocturnos.
"(...)ahora es cuando surges y ya
no necesitas tocarme (...)"
Cangrejos, golondrinas, de José Lezama Lima
Eras como el renacer de una llama/ la terrible criatura de vientre generoso/
el enigma del milagro a tiempo en medio de todas mis interrogantes.
Eras como las frágiles gaviotas que llegan a las costas
simulando la efímera posibilidad de una venganza
para volver a poblar de aves aquellas jaulas vacías.
Un hombre más loco que una cabra se extasió demasiado ante el espejo
difuminado en una ciudad con olor a cloacas privadas
y periódicos arrojados en las alcantarillas,
pero ya no era un semejante,
sino un encantamiento con lengua de cristal.
Ahora sólo tengo el arroz con mango de sus bromas colosales
sus fuegos fatuos incendiando esta llovizna y aquellos clásicos
temblores por una palabra sospechosa.
Nunca creí en los hombres con hábitos nocturnos
e historias demasiado heroicas para ser ciertas.
Estamos a punto de parecer perfectos
aunque nuestras voces aún mastiquen ciertas
tonterías imperdonables
y las fantasmas no puedan ser extirpados nunca/
triste lugar común de todos los malos poemas.
¿Siempre es justo mirar atrás para hacernos
las mismas preguntas de cuando comenzamos?
Ala rota
"Soy el pez de la bahía/ el de las corrientes grises/
el que amanece otra vez bajo los barcos/ o bordea la
costra de petróleo en el diario desuso de la vida".
Apremios (1989) Ada Elba Pérez.
Hay un rostro de ángel arrebatado de equilibrio
harto de la oquedad de los discursos y las herejías,
develando su torpeza frente a los espejos,
cerrando portazos ante algún asomo de ciudad húmeda
perdida en un pasillo intransitable.
Cansado ha venido a intentar su último ascenso
su despegue/ antes de estrellarse contra el diente de perro
y la palabra inválida de cierta ala sujeta a una cabeza,
al borde del precipicio y la colina.
Hay un rostro amarillo desde su retrato
hinchado por el miedo que le cuece la pupila.
Nadie salvará su caótica plenitud de crisantemo roto
su sediento vagar por los confines del mundo
tras el polvo extraviadamente gris
de una sospechosa despedida.
Sus sueños no volverán a tener aquella vocación de altura
aquel existir de cometa blanco de domingo,
frágil memoria de vuelo roto hasta el cansancio,
angustia de pájaro acorralado por el rugido del mar.
Después sólo escucharemos el eco peligroso y la caída,
cierto derrumbe danzante que no alcanza el equilibrio,
pretexto vacuo para erigir un monumento de hélices quebradas
en medio del camino.
Buenos Aires, 26 de julio de 2001.
Imperfectamente la nada
“(…) el ojo lascivo/
socavando la pesada mugre del tiempo/ enamorando”.
David, de Francisco Morán.
Ni siquiera fantasear que existe algún deseo/
una metáfora perdida en cierta esquina opaca.
Ni siquiera imaginar que haya arrojado su cuerpo
en el camino, despojado sus ropas, saciado su sed/
en el vino ácido de un cántaro roto,
donde atan sus tristezas los bienaventurados de este mundo,
los peregrinos.
Yo conocí a cierto señor con embarcaciones de poco lastre/
las bendecía con los reflejos proveniente de algún faro fantasma
en la medianía ignota de una isla con mala prensa/
las lanzaba al mar con la furia de Odiseo,
sin pensar en algún puerto seguro
sólo en un derrotero ilusorio fuera de sus costas,
en una escapada a tiempo.
Somos imperfectamente la nada/
esa luz irreflexiva que lo cobija todo
sin pensar en los animales cabizbajos que van al matadero.
Somos imperfectamente la vigilia/
las escaramuzas y equívocos de algún pescador
que se pierde en la inmensidad que lo eterniza.
Somos la nada imperfecta/
un grano de arroz tendido al pie de un plato de lentejas rancia
que nadie come/
peces claros que saltan dentro de la tarralla y el morral
para terminar sin cabeza, puestos en orden de prioridad
en alguna sartén dorada con poco aceite.
Somos imperfectamente el deseo
el impasible ocio que atraviesa la ventana
para dar luz a un velador estéril,
donde alguien lee este tonto poema
imaginando marineros y putas que invitan a beber
sin aliento en ciertas tabernas con puerto oscuro de fondo.
Siempre el instante imperfecto del encuentro/
eternizará el incurable hedor a tregua en alguna cama al amanecer.
27 junio de 2005.
Buenos Aires, día húmedo si los hay.
Isla adversa
"Dentro están las cosas en su sitio
las crestas
el azul
las heces apacibles (...)"
Apremios (1989), Ada Elba Pérez.
el mar se me suicidó a pedazos,
fue cayendo poco a poco, a mansalva
dentro de mi corazón
y terminó inundándolo.
con él se fugó toda la extensión de la playa
y el sabor de algún rocío extraño
cuando soñaba con la inmensidad
que no se alcanza.
soy testigo de cierta obcecación insular
que no conoce límites
cuando las olas baten contra los farallones
y hacen peligrar el mustio silencio de inoportunas ceguedades.
He subido hasta mi último peldaño para reencontrar
su inmensidad, para escuchar su rumor oscuro
rodeándolo todo
y apenas alcanzo a divisar su traicionera calma
su espesura de signos su encantadora embriaguez
su bofetada traidora justo al borde de un camino
que alguien denominó encrucijada.
Siempre soñé con el mar y su ademán de sombras
infinita frontera entre tanto viento y territorio
blasfemia desaforada que reniega de códigos y dobleces
y lo engulle todo.
Mi mar es otra mentira entre ceja y ceja
una fiesta antigua otra alegoría que me salva/
procacidad convertida en largo sufrimiento
apodada trampa, cárcel, cerco, concilio, simulación, desconcierto.
Mi mar es una isla adversa/
otra frontera innecesaria.
Buenos Aires, 19 de julio de 2001. Sin mar.
Exilio
"(...)de vez en cuando alguno -como yo- se salió de la fila
hizo silencio/ se fue desvaneciendo atrás (...)"
Poema XIX, de Juan Antonio Molina
Somos la dadivosa señal de la verdad que mutila
el febril encanto de los suplicantes a la hora de la cena,
la irrefutable muerte de los e-mails dentro de las computadoras del mundo,
la jubilosa pústula revoloteando en medio de los otros huesos.
Ni una sola pregunta ante la urdimbre de los himnos que cantamos
el hartazgo nos llenó la lengua de injurias y cánticos condenatorios
y terminamos ejecutados con nuestro insincero atiborramiento
con el estómago atravesado por tanta hipocresía de la inoperancia.
También yo tengo muchos amigos que están en el exilio
se fueron marchando con la cabeza baja y los bolsillos cuajados de
incertidumbres/ y terminaron fregando copas en bares de medio pelo
o deshollinando mingitorios en elegantes cafés del mundo.
Aún me quita el sueño tanta diáspora y renunciación
eran casi siempre los mejores en todo,
pero siempre fueron pésimos simuladores.
Yo terminé pintando un avión sobre una hoja blanca
pues le tengo fobia a los botes sobre la corriente
y conseguí aligerar mi equipaje de atavismos y ciertas ideas
suicidas que rondan justo antes de entrar en las fauces del lobo.
Ahora todo quedó detrás. Pero aún las oficinas inmigratorias me siguen
demorando por cautela
y mis antecedentes penales se solicitan sin respuesta alguna.
Cada vez que pienso en cuños y documentos
siento nauseas ante tantas indefiniciones y esperanzas retrasadas
y me persigue un deseo de lanzar mis excrecencias contra
toda la xenofobia que pulula.
Empiezo por admitir que en la querella contra los inmigrantes tipo A
mi nombre quedará inscripto entre los abofeteados y peligrosos
que ya jamás comulgarán con los discursos y festines oficiales.
Un lugar en este mundo.
“(...) en un lugar arcaico y sin orillas”.
De Juan José Saer, en El arte de narrar
Silencio se quiebran los horcones carcomidos por la humedad
prolifera el musgo verdinegro de la soñolienta despedida.
Los párpados caen como el telón roto de un desaparecido
circo de barrio
donde el león fue muerto en combate y terminó en las fauces
del payaso/
allí donde la explosión hizo añicos los trapecios de la retina
y cierto olor a muerte se hospedó en el umbral de nuestra carpa.
El azar, esa desnudez de agua mansa para saciar nuestras sequedades
busca su resquicio dentro de la casa vacía./ desciende las escaleras
y se pega a la bóveda del techo/ se apaga el fuego del hogar sin leñas
de la sala.
La pereza desciende por las paredes despertando a los ruidos
que deslumbran por su decantada precisión.
Inocentemente se crucifica la tarde / deja su lugar en el zaguán, donde
el viento bate el tedio de la aldaba sorda y herrumbrosa.
Después tan sólo el paraíso/ un estrépito de vidrios rotos/ cabezas
envejecidas en pasadas primaveras / reuniones que se
prolongan sin acuerdo alguno/ desarmaderos de autos que ya no van a
sitio alguno.
La luz atenazada por la limosna de los que no encuentran su lugar
en este mundo.
Itinerarios /Fronteras
Transeúnte que no apaga fuegos
Soler 3653, 6to A, Palermo, Buenos Aires, junio de l996.
"La realidad, sí, la realidad
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo".
Mutaciones de la realidad, Olga Orozco, l979.
Llegué a tu vida retrocediendo/ espantado de vacíos y calmas que me
laceraban el cuerpo/ después de una caída invisible proveniente de un
cuento de la infancia que nunca se cumplió./ Llegué con otro nombre
tatuado en los ojos/ buscando piedrecillas para no equivocar nuevamente
el rumbo/ sin rutas de regreso para saciar esta sed de transeúnte errático
entre árboles y avenidas desnudas de las que siempre olvido nombres.
Estos no son tiempos de idólatras, ni de estremecimientos escondidos
que pesan en las manos.
Son horas de menguantes y lunas detenidas tras gélidas campanas que
nunca tañen en territorios extranjeros.
Estamos cerca del bar de la Nostalgia resucitando biografías/
intercambiando añosas fotos que la química traicionera desdibujó de recuerdos.
Estamos cerca de una gran contienda, pero es recomendable no huir/
parapetarse tras los combates ganados
con la esperanza de volver a sentir la extraña turbación
del espanto que corroe las cicatrices antiguas y cura el alma.
¿Qué ocurrirá cuando empecemos a incendiar estos balcones
y el fuego carcoma el bosque que construimos juntos?
Entonces: "No busques en mi corazón
como si pudieras extraer el agua".
Criaturas extraviadas entre ciertos boleros tibios
La Habana, diciembre de 1997.
"Hombre que me besas/ hay humo en tus labios/
hombre que me ciñes/ viento hay en tus brazos/
Cerraste el camino/ ¡Yo seguí de largo!/ alzaste una torre/ yo seguí cantando".
La mujer de humo, de Dulce María Loynaz.
Ellos quieren que la noche transite por la ingle incendiando juegos
sagrados que se rompen entre dioses sin altares
a la hora de predecir destinos inciertos.
Si las canciones se perdieran entre toques de tambores de cuña
y ciertos boleros tibios malvadamente interpretados/seríamos tan sólo criaturas
extraviadas que empiezan su delirio en "Dos Gardenias"/
intentando menguar con sorbos de vino toda la nostalgia
de aquella aflicción tardía que llamaron encuentro furioso junto al mar.
Eres un enigma que ha esperado demasiado
y olvidó todos los sonidos lascivos entre los cuerpos./
Inicio de una canción antigua interpretada en un piano bar habanero/
el sitio exacto para los terrenales ocios desatados.
Hay días en que uno debiera lanzar sus inseguridades contra las veredas
y envenenarse las entrañas con un tango del arrabal disfrazado de bolero rosa.
En definitiva, las ceremonias del pecado son como la rara invocación
de muchos acordes que hemos escuchado con tufillo a sinfonía de hotel barato
y plegarias decapitadas en los umbrales de las puertas.
Y después hay quien se llena la boca para decir
que la originalidad murió asesinada por la espalda.
Malecón con glicinas
Colonia de Sacramento, Uruguay, febrero de 1997.
"(...)que el amor es simple y a las cosas
simples las devora el tiempo".
Canción de las simples cosas, de César Isella.
A pesar de aquellos silencios frente al malecón resembrado de glicinas
que apaciguaban soles, tarareamos bajito alguna canción de cuna
hasta encontrar las Tejas consteladas y el sitio adecuado en la mesa.
Allí, entre arcos y adoquines soltaron sus amarras nuestros jinetes vengadores
y el recibimiento puso cara de moneda triste/ lamido por la lluvia.
Todo lo que buscábamos era la provinciana urbe de tiendas abandonadas/
callejuela reciclada con fragancia de muebles comprados al usurero
y artesanías de potrillos frágiles que asediaban las aventuras.
Nos delata el buque y su sirena aguda a la entrada del muelle y
aquella rambla donde resbalaban los peces y las cesterías anunciaban
la llegada de la promisoria vendimia en la penumbra de la plaza.
Un vapor avanza silencioso por el río
tratando de quedarse entre las reminiscencias
de nuestras maletas y los perfumes comprados en el free shop.
Últimamente siempre pienso que pude ser un gran poeta
y regalarte mis mejores versos, escritos en una libreta vieja en días
de celebraciones.
Sólo que los álamos retuercen antiguas voces en la noche y la vieja iglesia
sacude su ternura con gestos de anunciada resurrección.
Metáfora con esquinas ruidosas
Río de Janeiro, diciembre de l997.
"el mundo es el segundo término
de una metáfora incompleta,"
Quinta poesía vertical, de Roberto Juarroz, l974
Aquí empieza la sima, el cuesta abajo
la "metáfora incompleta" que construimos
buscando calles y sitios para recuerdos añejos
y un camino bajo el agua que nos desnude las manos.
Coleccionas encuentros en esquinas ruidosas
con gentes desconocidas y olores dulzones a frutas prohibidas
entre los hombres.
Esta ciudad es una paradoja, un lugar para huir y perderse
por siempre entre paredones de morros somnolientos
desde donde bajan asombrados los amantes con caras
de rito trasnochado y miradas de sitios inconquistables,
diciendo palabras que curan la modorra y desenterrando lenguajes
de poemas que no escriben por temor a que se los lleve el viento.
Río, infinito fuego artificial húmedo con hierbas celestes y enredaderas
en los balcones.
Tienes el don del embrujo, de la mirada tibia y el sexo salvaje.
Sólo que tu mar llueve como un murmullo lento del que no se vuelve
y la angustia es sólo un ave pasajera que jamás encuentra el horizonte.
Ciudad de corazones en fustas
Acapulco, México, enero de 1999.
"no hay punto de partida (ni de llegada)
sólo un ‘derrotero’ invisible/ donde guarecerse"
Donde se dice que el mundo es una esfera..., de María Elena Hernández
Que vengan, que lleguen todos
a esta bahía hecha para ojos sorprendidos
y miradas clavadas en realidades que se alejan demasiado.
Adónde vamos creyendo en nosotros y en las mentiras
de aquellos enamorados que corren entre puertas y pasillos inútiles
de un hotel de playa con arenas movedizas.
Para comenzar de nuevo siempre existirá otro día
aunque el borde nos siga quedando lejos y los límites de nuestra propia
esencia se desdibujen entre rutas posmodernas, platos con sabores picantes
y asfaltos que dan la impresión de aeropuertos.
Esa bahía seguirá siendo un punto codiciado en los mapas
rodeada de silencios con noción de fronteras.
Nosotros definimos nuestros márgenes a voluntad/ es nuestra única riqueza.
Lo demás es pura fábula para amantes
que intentan olvidar sus penas antiguas y se complacen
en viajes ficcionales por todos los rincones del mundo.
¿Cómo saber cuando hayamos olvidado los itinerarios?
Susurros ante la estufa vieja
Costa Galana, Mar del Plata, agosto de 2000
"(...)la mutante sensación de haber oído
un relato/ confuso y sin salida"
Donde el cielo no llega, de Edgardo Gugliermetti
Se me comienzan a borrar las fechas y ya trastabillo en los acantilados
que disfrazan el celo de los lobos marinos y la fatalidad de las delfines
en cautiverio.
Ahora soy la violenta calma que dispara sus flechas en el bosque
trazando una ecuación que sujeta misterioso el paraíso/
apertura de otro cielo con menos nubes embriagadas de rasguños
y peces que sólo caen en el tarralla destilando miedos en el puerto.
No sé porqué escogería esta ciudad para echar el resto de mis días
y aquel indiferente cuarto con olor a estufa vieja
humedad en las paredes y luz de mortaja abandonada.
Se que a veces alguien golpea a la puerta hurgando demasiado
y el viento se cuela entre las ventanas minadas por el salitre
cuando el inclemente libera por un instante el ángel que sale de su cueva/
y la ventisca se cuela dentro de los colchones carcomidos por la polilla que pudre,
mientras el invierno penetra y borra las antiguas ecuaciones con olor
a relato confuso y lámparas envueltas en escalofríos.
No habrá adioses ni sortijas dispuestas a la hora de las cenas
sólo el vívido recuerdo de una llave oxidada quebrando la cerradura
y una ducha triste que destila noches en las incertidumbres
cuando sólo se escucha el estallido febril del mar contra la escollera/
lamento tardío de un perro en celo
dispuesto a morir bajo una estrella con secretos de bargueño deshecho
y relatos de leñadores enamorados en los que ya nadie cree.
Sin dudas, el mundo seguirá amaneciendo espectralmente azul.
Fuegos interiores para congelar el alma
Para mi hijo Carlos Daniel, feliz de nuestro reencuentro,
Bariloche, agosto 2000
"(...)es ese mismo/ que corta las raíces profundas
y no sabe y no sabe del peligro"
A mansalva de los años, de Lina de Feria, 1990.
A pesar del silencio
del desánimo de aquel colectivo en Piedra del Águila
del buitre destrozado entre las farallones de una quebrada
por una ventisca impúdica con ráfagas de muertes.
A pesar de la estúpida nieve que inundaba las calles
y enmohecía los faroles de los parques
donde los bancos se desperezaban de alquimias humanas muertas.
A pesar de aquellos fuegos interiores y nuestras sorpresas,
de cierto niño deslumbrado ante la noche
con todos sus asombros a cuestas./
A pesar de la turbación con aires de fuegos y aguas opalinas
y de los copos que acumulamos dentro de nuestras botas
para no olvidar tanta belleza.
A pesar del paisaje recortado tras un lago invisible
con destellos de cenizas que se traicionaron y ventiscas de cristales/
de aquella luna fraguada de vida que hacía vaticinios sagrados
cerca de un camino cauteloso de precipicios con una bolsa de rosa mosqueta.
Pese a aquellos funiculares y sillas abiertas
que daban la impresión de querer perderse en medio del firmamento
con un frío de espanto que calentaba el alma por tanta aventura acumulada
A pesar de los pesares,
Si no volviéramos nuevamente a ese rincón
perderíamos parte de esta historia de libros infantiles
más parecida a las aguas cristalinas y a las cabañas de los leñadores,
donde sólo el eco empaña los cerros y alimentan ritos de selva milenaria.
Este poema es una enardecimiento a los cuentos patagónicos
que aún no nos contaron.
¿Anclado en la isla?
“No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles.
Y en los mismos barrios te harás viejo; y entre las mismas paredes irás encaneciendo. Siempre llegarás a esta ciudad”. C. P. Cavafis
Siempre llegaré a esta ciudad de espalda al río
con alfileres en el corazón y navajazos en los bolsillos
escuchando canciones que me recuerdan los escasos zapatos que tuve
y aquel pantalón de colegio azul – como la isla - que mi madre
lavaba en las noches y colocaba detrás del refrigerador para planchar a la mañana.
La vida ya no es como antes,
mi placard se ha llenado de camisas de todos los colores
las que siempre quise tener y sin embargo tienen poco uso,
decenas de pantalones se doblan indiferentes entre mis perchas de la abundancia,
pero persiste una rara incertidumbre de que mi piel ya no es mía,
me sigue confundiendo esa sobresalto de querer llenar todos los vacíos del alma,
como si la existencia estuviera ceñida a abarrotar ausencias materiales.
Me siento solo sin parque en un banco de barrio con faroles rotos
y vuelvo a montarme en el cachumbambé de tablas carcomidas y hierro oxidado,
intento atestar nuevamente esa maleta de madera verde mambí que hizo mi padre,
apodada “el botiquín” por mis compañeros de clase,
pero ya no me avergüenzan tanto los motes y las risas contagiosas.
Una extraña mezcla de sabores y olores ya no vienen de la cocina de mi madre
no tuve posibilidad de llegar a su entierro
se despidió en la reja de casa y nunca más quiso abrir sus ojos/
tampoco conozco la tumba donde sosiega su cuerpo,
y no he podido llevarle aún un ramo de flores amarillas/
sus rosas se ponen a miles de kilómetros de donde descansa
desventajas de vivir en una isla sitiada.
Mientras los vaticinios viajan entre las líneas del horizonte
mi hermana sigue poniendo sus vasos de agua con cascarilla
para ahuyentar los malos ojos y reza todas las noches pidiendo salud
y la prosperidad que no llega.
Trato de inventar palabras pero sigo anclado en ese pedazo de tierra colorada
con un extraño olor a asfalto calcinado
y me resisto culturalmente a localismos y voces que me suenan ajenas,
aunque acabo de recibir otra carta de ciudadanía.
Mañana seré otro mapa otra calle otros imaginarios vagaré por otra ciudad
cual tórrida siesta provinciana de la que no quiero despertar,
saldrá el sol tímido desde este culo del mundo y me descubriré sentado
en la otra vereda donde miraba pasar a los apátridas
para, entonces, todo me será groseramente indiferente
como las encrucijadas de los caminos que se bifurcan
y ya no conducen a tierra firme.
Juan Carlos Rivera Quintana
7 de diciembre 2006.
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